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Los dos minutos captados por un aficionado con la cámara de video de un teléfono celular, constituyen una síntesis visual admirable de la revolución del mundo de las comunicaciones y la política que estamos viviendo. En la pantalla vertical se ve una multitud móvil de pequeños ciudadanos apuntando las cámaras de sus teléfonos celulares hacia la destrucción de un enorme retrato fijo del sonriente presidente Mubarak.

Son los ciudadanos, articulados a través de las redes sociales y armados de sus cámaras de video, que sólo en el inicio de este año ya han derrocado gobiernos y gabinetes y transformado la agenda política internacional, con menos notoriedad mundial en Magallanes de la Patagonia chilena, pero con una enorme visibilidad en la Tunisia del mundo árabe.

Las protestas de Egipto, organizadas a través de Twitter y Facebook, son una consecuencia directa de la rebelión tunisina: ayer en las calles del Cairo se leían carteles que decían “Tunisia es la solución”.  Las redes sociales acumularon la rabia en los muros de las pantallas de sus participantes, hasta que rebalsaron hacia las calles en explosiones sin conducción aparente. No hay propuestas ni contenidos propositivos claros. Son mayoritariamente jóvenes, unidos por el rechazo hacia un sistema que no los toma en cuenta y los oprime implacablemente, que encontraron en las redes sociales una manera de romper la soledad de la exclusión.

Al frente el cartel de Mubarak que, como soporte comunicativo, recuerda las grandes estatuas y gigantografías que han marcado la presencia de las dictaduras personalistas de todos los tiempos. Ese soporte rígido que fija la presencia del poder en una dimensión monumental, lejana a los ciudadanos, incapaz de reaccionar a la agilidad de los nuevos tiempos. Pero cuidado: el cartel de Mubarak también se parece mucho a los carteles de las campañas políticas de diputados, senadores y presidentes de todo el mundo. No son sólo las dictaduras las cuestionadas, es la institucionalidad política representativa actual, una forma de poner en escena y ejercer el poder que ya no responde ni a los desafíos, ni a las oportunidades de nuestra época.

Uno de los efectos más duros de las revelaciones de los wikileaks fue que pusieron en evidencia la banalidad de las observaciones del mundo diplomático y político, bajaron del Olimpo a los dirigentes de los gobiernos del mundo. Las rebeliones de las redes sociales profundizan el golpe al poner en evidencia su falta de representatividad y capacidad de anticipar y conducir. La rebelión de Egipto es impredecible, puede inclinar la balanza hacia un fundamentalismo más extremo o hacia mayores grados de libertad; con estos nuevos equilibrios comunicacionales  políticos y ciudadanos, nadie parece saber. Por ahora, además de enviar a la calle casi tantos policías como manifestantes, Mubarak también decidió cerrar Twitter.

http://youtu.be/MDVRZXlioZk

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