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Debe ser una de las mentes chilenas más universales. Es inequívocamente seductora su reflexión sobre la vida y la humanidad. Es un científico que alaba la importancia del trato cara a cara. Ese simple hecho lo retrata mejor que nada: es un hombre que habla, escucha y observa. *

– ¿Qué imágenes tiene del Chile de la primera mitad del siglo?

– De un país muy centrado. Con una importante conciencia y responsabilidad social que se me hizo real al ver cómo reaccionó para el terremoto de Chillán y antes con la gente que vino de las salitreras. Crecí en una época en la que ser chileno tenía un sentido emocionante: ser parte de un país que estaba ocupado y preocupado en un quehacer de todos.

– Linda época, había mística de país.

– Había mística, un proceso de prepararse para dar algo al país. Uno estudiaba para devolver lo que había recibido. Recibí instrucción gratuita por el solo hecho de ser chileno.

– Pero hoy también tenemos una mística: la del país tigre que crece y avanza a la modernidad.

– Esta mística es muy distinta. Antes, la misión era la del país como una totalidad, la de algo que le pertenecía a uno, con intención de contribuir en el sentido social de su quehacer. En cambio, lo actual tiene que ver con la competencia, con el mercado, con la apariencia. No tiene que ver con el ser, sino con el parecer. La apariencia no es inspiradora; pero el deseo de participar con el ser y con sentido de pertenencia sí resulta inspirador.

– La de antes era una sociedad más tradicional, más colectiva, más tribal.

– Más tribal, es cierto, era más tribal. La educación, la salud y una serie de cosas eran responsabilidad del Estado. Uno crecía con esa convicción. En el colegio, el curso de Educación Cívica le mostraba a uno su participación en el país, no sólo para las elecciones, sino en todos los espacios de responsabilidad. Y eso no existe ahora. Ser un tigre o ser un país que avanza rápido en lo económico, tocando sólo a algunas personas, no inspira.

– Usted es un biólogo cuyas opiniones siempre tienen eco en la vida social y en las comunicaciones. A mí me llama la atención, pues lo común es que las ciencias se separen. Los biólogos se ocupan de la vida orgánica casi separada de lo que es la interacción orgánica y social del lenguajear, que sería preocupación de las ciencias sociales. ¿Por qué usted las vincula e incluso siempre hace metáforas entre ambas dimensiones?

– Nunca viví a las ciencias en su clasificación separatoria. ¿Por qué? No lo sé, tal vez por el hecho de que en el colegio uno podía conversar de todo. Tal vez porque antes de hacerme biólogo estudié medicina en la Universidad de Chile, y en un hospital cuyo carácter era ser formador de médicos conectados con lo social. Estudiábamos lo que pasaba con las familias, con los niños, las casas, en relación a la sanidad, a las enfermedades infecciosas. Eso, tal vez, me llevó a tener una visión amplia, en la cual todas las cosas se entrecruzaban.

– Son bellas sus metáforas desde la biología a lo social, y son portadoras de un profundo contenido político. Por ejemplo, «La Biología del Amor» es una invitación revolucionaria a aceptar la legitimidad del otro en la vida social.

– Es extraño. Llegué a «La Biología del Amor» no desde un punto de vista político ni filosófico. Ni siquiera desde una preocupación por lo social. Llegué desde el estudio de la percepción y desde ahí a darme cuenta que al lenguaje sólo lo podía entender como un fenómeno cultural. Y en esa búsqueda surge el espacio de convivencia en el cual el lenguaje podría tener origen. Eso me llevó a mirar un ámbito biológico en el cual el discurso de la competencia no resultaba satisfactorio. Se habla mucho de la competencia, de la lucha en la vida salvaje. Pero si uno es un biólogo que está dispuesto a mirar, ocurre que eso no es así, los seres vivos no están luchando unos con otros, sino que se deslizan unos en el espacio de los otros y la mayor parte del tiempo sin tocarse. Claro, muchas veces uno es el alimento del otro, pero lo central de la relación no es lo agresivo, sino que es una parte del vivir nada más. Entonces, al intentar ver cómo tiene que haber sido el vivir de modo que se haya originado el lenguaje, un día descubrí que la razón fundamental para la convivencia y lo social es el amor.

– Aceptar «La Biología del Amor» -la legitimidad del otro- tiene un profundo potencial político: quienes lo asumen y lo empiezan a practicar hacen en sí mismos emerger un importante cambio cultural.

– Cierto. Aunque siempre insisto en que no estoy recomendando el amor, sino simplemente digo que si no se da el amor no hay fenómenos sociales.

– Lo otro que me llama la atención es que el concepto emerja desde la biología y justo cuando la vida social real es lo menos amorosa que quisiéramos. ¿Cómo explica usted esa paradoja?

– Mi pregunta es sobre los orígenes y cómo ha sido la historia de modo que vivimos ahora como vivimos. En biología, el presente nunca es una imagen del pasado. El presente es un resultado histórico. En esas circunstancias uno puede preguntarse si la lucha que es nuestro presente es algo que se ha conservado o proviene de una historia cuyo origen es distinto de eso. Uno tiene que preguntarse por el origen de la guerra. Eso me llevó a mirar la historia arqueológica, a descubrir que hay todo un período en el que por miles de años no hubo guerra como elemento central de convivencia, y que las guerras comienzan recién hace siete mil años atrás. Entonces, la guerra sólo es una forma de vivir de los seres humanos, pero no es lo humano.

– ¿Por qué la guerra se constituye casi en un modo de vida?

– Es así desde el origen del patriarcado. Surge en una cultura centrada en la apropiación, en la jerarquía y en la discriminación. Uno tiene que mirar a las emociones para ver los cambios culturales.

– Usted sostiene que un cambio cultural supone un cambio en la red de conversaciones consensuadas, y que la red de conversaciones expresa emociones. En el transcurso de su propia vida, comparando el ayer y el hoy, ¿reconoce algunos cambios culturales en curso o cambios en la red de conversaciones de nuestra cotidianidad?

– Hubo un cambio cultural importante con el gobierno militar. Se pasó de conversaciones que tenían que ver con la responsabilidad social a conversaciones que tienen que ver con el rendimiento económico. Hoy las conversaciones tienen que ver con el trabajo, con la situación económica, con el mercado. Por ejemplo, toda la discusión respecto a la Universidad de Chile está centrada, no en la responsabilidad social de la Universidad, sino que en su solvencia económica.

– Pero, mi pregunta es si hay en curso cambios culturales más globales.

– Se está produciendo un cambio en la red de conversaciones mundiales que penetra a distintas culturas. Hay varios temas que surgen en las nuevas conversaciones: la preocupación por lo ecológico, el planteamiento feminista que tiene que ver con la discriminación, el respeto por los homosexuales. Todo eso tiene que ver con una conversación fundamental de rechazo y transformación de las discriminaciones sexuales, de género, económicas, a una cosa nueva que se abra al respeto y a la co-participación en la formación de un mundo ecológicamente armónico. En tanto ocurra este cambio cultural, la historia va a cambiar de curso, no de un día para otro, pero sí en el curso de unos pocos años.

– Los historiadores diferencian entre cambios culturales de larga duración y cambios de corta duración. En el segundo ejemplo que usted me ha dado veo la emergencia de un cambio cultural de larga duración. Mientras que el cambio desde la responsabilidad social al economicismo del mercado competitivo es de corta duración; porque en la sociedad civil cada día son más los que valoran y viven practicando muchas formas de solidaridad.

– Exactamente. Y por supuesto que el discurso economicista está en contradicción con las conversaciones que buscan acabar con las discriminaciones y tener respeto.

– Su más importante concepto biológico ha sido definido así: «La autopoiesis alude a un proceso circular en que moléculas orgánicas forman redes de reacciones que producen a las mismas moléculas de las que están integradas. Estas redes de interacciones moleculares son capaces de clausurarse ante el medio ambiente. A diferencia de la producción molecular abiogénica, que no se clausura, esta otra se clausura y éstos son los seres vivos». Para usted, clausurarse significa que se especifican sus propios límites. Sin embargo, la física cuántica establece que entre nosotros y los objetos se da cada segundo un intercambio molecular muy fuerte. ¿Cómo se concilia esta clausura de la autopoiesis con la existencia física del intercambio molecular?

– La noción de clausura hace referencia a que la dinámica productiva molecular es tal que las moléculas producidas son de la misma clase. Esa clausura o cierre operacional alude a la constitución dinámica del sistema, pero no al flujo de materia. Entran moléculas y salen moléculas. Entran aquellas moléculas que estando en las cercanías son incorporadas en esta dinámica y salen las que estando en ese entorno dejan de participar en esa dinámica. Es como un club. En un club usted tiene un conjunto de personas que se conducen de acuerdo a ciertas normas, pero las personas que forman parte del club van cambiando, algunos se van, otros se mueren, aparecen nuevos miembros, habiendo un flujo continuo de personas conservándose como unidad definida por la red de conductas más bien clausuradas, en el sentido de que está cerrada sobre sí misma. En la autopoiesis pasa exactamente lo mismo. Es la dinámica de producciones moleculares la clausurada, pero está abierta al flujo de materia. Entonces, es cierto lo que dicen los físicos sobre los continuos flujos de materia, energía o moléculas entre objetos y seres vivos. Pero estas moléculas, materia o energía que entra y sale del sistema no altera que el sistema conserve su carácter de unidad a través de este mismo flujo, pues en el caso de los seres vivos lo que los define es la dinámica de alteraciones moleculares, configurando una red autopoiética, y no los definen ni las moléculas ni la energía.

– Esta condición biológica de que un sistema autopoiético se constituye como distinto del medio circundante a través de su propia dinámica, es una condición casi ontológica, metafísica y no puedo dejar de asociarla a la conciencia dolorosa, desgarrada y de extrañamiento que sacude al ser humano cuando adquiere conciencia de la separatividad. Lo comento porque hoy emerge una sensibilidad que promueve la integración, que es holística y busca un reencuentro con la naturaleza; pero, ¿cuál es su sentido?, si, insisto, la separatividad nuestra parece una condición ontológica.

– Todo objeto y ente surge en la separación, en el clivaje con respecto a un entorno. Por ejemplo, aquí tenemos un conjunto de 3 libros y éstos se mueven como una unidad. En el momento en que se separa un libro de los otros, éste será la unidad. Para que el libro sea una unidad, tiene que darse un clivaje. Cada ente está definido desde su posibilidad de clivaje, desde la actualización de un clivaje que separa. En el caso de los seres vivos, el clivaje que los separa como unidad en un entorno es la autopoiesis misma.

– Usted en su obra habla de una congruencia estructural entre ser vivo y medio: la adaptación. Si no se conserva esa congruencia estructural entre ser vivo y medio las interacciones gatillan la muerte. Los ecologistas ven una incongruencia estructural actual entre la humanidad y la cultura versus la biosfera y la naturaleza. Si es así, ¿hay una posibilidad de muerte de la especie?

– Claro que hay una posibilidad de muerte de la especie. Las extinciones de las especies siempre son por pérdida de la concordancia ecológica, por pérdida de congruencia estructural.

– ¿Hay ejemplos en la historia natural?

– Hay muchas, muchas extinciones. Se dice que la extinción de los dinosaurios podría haber sido un meteorito. ¿Pero qué hace un meteorito? Cambia el medio, la luminosidad, los alimentos accesibles, etcétera. Entonces, produce una alteración ecológica tan gigantesca que la especie no puede sobrevivir. Todas las extinciones a lo largo de la historia de los seres vivos son por alteración de las relaciones de concordancia entre ser vivo y medio. Lo que estamos haciendo los seres humanos en la Tierra es alterar nuestro entorno de tal manera que la posibilidad de vivir se nos va haciendo cada vez más pequeña. Por ejemplo, el hoyo en la ionósfera, la contaminación atmosférica, la desertificación, el agotamiento de la calidad de muchas tierras, la destrucción de los bosques que altera las condiciones climáticas, el crecimiento continuo de la población.

– Sin embargo, el ser humano es siempre productor de cultura. Entonces, con pesimismo trágico, podríamos decir que la cultura es una espada de Damocles que porta la humanidad, ya que al hacer cultura gesta una palanca constructora y destructora entre ella y la naturaleza, generando crisis ecológicas por antonomasia. En fin, no podríamos escapar a nuestra condición, salvo que no hiciéramos nada.

– Todos los seres vivos estamos transformando el entorno en la medida que vivimos. Lo que ocurre es que bajo ciertas circunstancias se producen estados estacionarios en los cuales el ritmo de cambio es muy lento. Ahí se conserva una forma relacional y las circunstancias que hacen posible vivir en esa forma relacional. Cuando las velocidades de cambio se hacen mayores y se produce una discordancia entre el cambio del medio y el del organismo, resulta una alteración ecológica y extinción. Bueno, aquí nos pasa exactamente igual: estamos aumentando la población, cambiando las prácticas relacionales con el medio y unos con otros, en función de cosas que no tienen que ver con la conservación del medio, sino con la acumulación de riquezas y las ventajas productivas. Así es inevitable la alteración y la eventual extinción. A menos que queramos hacerlo de otra manera, y ése es el intento de todos los grupos ecologistas: una mirada ética a la  existencia humana. Somos los seres humanos los únicos que podemos cambiar eso, porque estas cosas tienen un curso dinámico progresivo, acumulativo. Nosotros podemos hacer maquinarias que alteran el mundo y si no las paramos la alteración es extrema. Poseemos una tecnología que puede acabar con todos los bosques en cinco años. ¿De qué depende que no se acabe con todos los bosques? Sólo de que paremos la máquina. ¿Y quién la puede parar? Nosotros, en función de que queramos pararlas, pues los criterios económicos, productivos, de generar trabajo, no son capaces de pararlas. Por el contrario, aumentan esa dinámica. Esas maquinarias sólo se pueden parar desde una perspectiva ética.

– La nuestra parece una locura colectiva. ¿Cuándo nos enloquecimos?

– Cuando quedamos ciegos por no tener una visión capaz de entender un sistema que al principio era muy grande y que se ha hecho chico. La tierra quedó chica para nuestras capacidades de acción y transformación. Se nos ha hecho chica para nuestra capacidad de conservar la salud y vivir cada vez más tiempo y que todos los niños que nacen ahora, vivan. Cuando un espacio se hace chico, se echa a perder todo. Se echan a perder las relaciones, se agotan los recursos, se contamina el medio, se altera la vida.

– Y usted es optimista, ¿cree que salimos de ésta?

– Hay tres caminos. Uno, simplemente la extinción. La alteración es tan grande que los seres humanos no podemos vivir y nos morimos. La segunda es que algunos grupos humanos pequeños sobrevivan a esto. Pero van a sobrevivir en condiciones muy diferentes. Ha pasado muchas veces cuando algo se desmorona, lo que viene después es más básico. Y la tercera, es que a través de la reflexión, de nuestro entendimiento y capacidades tecnológicas, actuemos con juicio y detengamos la contaminación ambiental. Que usemos nuestra inteligencia para generar una conversación que permita disminuir el crecimiento de la población. Es posible y en alguna medida vamos hacia allá. Todo este movimiento ecológico, estos intentos de acabar con las discriminaciones y de mirar a la tierra en su totalidad, ayudan a eso, pero se requiere un compromiso ético mucho más potente.

– Usted ha comentado que hoy la humanidad se podía debatir en una eventual bifurcación hacia el Homo Sapiens Técnico y el Homo Sapiens Amoroso. ¿Por qué no explaya esa idea?

– Lo que ocurre es que las relaciones que se conservan en un sistema pueden cambiar. Eso ha pasado en la historia de los seres vivos y en la configuración de las especies. Ellas se construyen en la confirmación reproductiva de un modo de vida que se conserva. Hay dos modos posibles de vivir al ser Homo Sapiens. Uno es el ser HS Amoroso y el otro es el HS Técnico, cuya mirada valora la tecnología y desdeña todo lo demás. Entonces, dependiendo de cómo vivamos podemos conservar el HS Amoroso o el HS Técnico. Y cada uno de ellos va a dar origen a un linaje de Homo Sapiens distinto, que va a configurar culturas radicalmente diferentes y, por lo tanto, distintos destinos posibles para la Humanidad. En estos momentos co-existen estas formas de vida en varias partes.

– El problema es que en la actual co-existencia de esas sensibilidades, el HS Amoroso se ve bastante más débil. Tiene fortaleza en lo ético, pero tiene debilidad en un escenario de guerra.

– Cierto, se ve más débil. Pero, en un escenario de guerra no tiene debilidad, pues el HS Amoroso no va a estar centrado en la guerra. Ahora, claro, si tenemos a dos seres, uno centrado en la guerra y el otro no, el guerrero va a actuar posiblemente antes que el otro. Sin embargo, todavía ocurre que la condición de HS Amoroso es central para la formación humana: es el motivo básico por el cual nos preocupa la educación, lo ecológico, la pobreza y nos conmueven los animales.

– Sus reflexiones desde la biología tienen profunda implicancia en la teoría de la comunicación. Hoy se habla de una revolución en las comunicaciones, ¿hay revolución?

– Sí. Hay una expansión de las posibilidades de interacción entre las personas, a través de sistemas electrónicos como Internet, la televisión, los teléfonos. Todo eso es cierto. Ahora, ¿cuáles son las consecuencias? Va a depender de cómo lo hagamos. Por ejemplo: uno de los problemas con Internet es que está abierto a todo. Y es un problema en la medida en que no sepamos cómo usarlo, de modo que discriminemos lo que queremos. Que un niño con capacidad de discriminación pueda ver lo que ve con un sentido de responsabilidad y de continuidad personal, de modo que escoja lo que acepta o lo que rechaza. Pero para que eso pase tenemos que educar a los niños en el respeto por sí mismos. Porque esa ampliación de la red de encuentros y comunicaciones no es detenible. Lo único que se puede hacer es que las personas la usen con un sentido ético que no sea impuesto, sino que surja de ellos. Y para que surja hay que vivirlo creciendo en ellos desde pequeños.

– Poca gente ve en Internet un camino comunicacional tan relevante como lo fue la escritura para el modo de vida humano. ¿Nos está transformando de manera muy poderosa?

– Claro que nos está transformando, pero el problema no está en la comunicación, sino en cómo se vive eso. Cuando surge la escritura, el problema no es la escritura, sino cómo se vive la escritura.

– Pero el medio es el mensaje.

– Así no lo comparto. Claro que en la cultura el medio es el mensaje, pero si cambio mi actitud, el medio pasa a ser otra cosa. No es el mensaje, es un instrumento. Cuando aparece la escritura, separa. Ya no nos hablamos directamente, nos mandamos una carta. Pero depende de cómo vivamos esa separación, el que la escritura nos permita un reencuentro. Cuando no hay escritura, y hablamos directamente, la mirada al rostro del otro permite saber la emoción del otro. En la escritura uno no ve eso, depende de cómo sea la escritura para que uno lo vea. La escritura se usa para mentir, engañar o encontrarse. Ahí surge, por ejemplo, el que uno le enseñe a sus hijos a ser recto, a decir la verdad, incluso cuando escriben, no sólo cuando hablan. Lo mismo va a pasar con el Internet. La red nos permite encontrarnos y que cualquier cosa nos llegue al oído. Pero, ¿cualquier cosa que llega merece ser oída? ¿De qué depende el que yo escoja no oír? Depende de mi posición ética, de mi respeto por mí mismo, y eso es un tema del crecimiento del niño.

– Sí, pero hay cambios profundos según el medio de comunicación. La escritura es lineal, va de izquierda a derecha, ocupando un espacio que es lineal y genera también un pensamiento lineal. En cambio, Internet y la redes electrónicas son sincrónicos, casi instantáneos en el tiempo y espacio, generando la posibilidad de pensamiento circular, también en red.

– Es en alguna medida una vuelta al lenguaje oral, pero al mismo tiempo con una distancia enorme. Se parece a lo oral en ciertas dimensiones de multidimensionalidad simultánea. Pero en cualquier caso, su evolución dependerá de cómo siga el mundo.

– Usted ha dicho que hoy existe una fascinación acrítica ante las tecnologías de la comunicación y nos olvidamos que sólo nos va dejando la palabra sin cuerpo ni presencia. Es bastante triste.

– Es bastante triste si no recuperamos dimensiones de encuentro con el otro. Para poder encontrar en el otro a la persona, nuestra emoción tiene que actuar. En las relaciones interpersonales y el lenguaje oral, uno se encuentra con el otro desde uno. El otro lo ve a uno y uno ve al otro.

– ¿Cómo ve la relación futura entre lo masculino y lo femenino? ¿Es posible una re-emergencia del matriarcado?

– No. Además, no he hablado de matriarcado. El patriarcado y el  matriarcado vienen a ser la misma cosa: el patriarcado la jerarquía desde lo masculino y el matriarcado la jerarquía desde lo femenino. Hoy tenemos la posibilidad de gestar una cultura matrística o neomatrística. En esa cultura lo central no es la jerarquía, sino una relación de mutuo respeto y aceptación. Es neomatrística, porque tiene que ver con una cultura no patriarcal que existió en algún momento. La misma democracia es una cultura neomatrística o, por lo menos, una posibilidad que no está centrada en la jerarquía ni en la dominación. Por el contrario, la democracia se basa en el mutuo respeto y en la negación de la jerarquía. Lo que ocurre es que no tenemos confianza en la colaboración respetuosa, por eso creemos que la democracia es un modo de generar jerarquías transitorias, y mientras pensemos eso estamos equivocados. Una jerarquía transitoria es un instrumento de organización, pero no es una forma de vivir democrática. La democracia es una convivencia centrada en el mutuo respeto y abierta a la colaboración.

– ¿Esta sociedad neomatrística o realmente democrática es una utopía para el siglo 21?

– Sí, en el sentido de la utopía como algo que uno añora porque lo conoce. En nuestra infancia vivimos en una cultura matrística, de modo que para nosotros es una utopía legítima una democracia fundada en el mutuo respeto. Pero es una posibilidad efectiva sólo en tanto lo queramos así. Si uno mira la historia, el cambio de dirección de una cultura ocurre a veces de manera muy rápida cuando hay una inspiración que lo conecta a un cierto tipo de acción. El problema es determinar qué nos está resultando inspirador: una creencia dogmatizante o una invitación a la colaboración y convivencia. Afortunadamente, en un mundo en crisis ecológica, la visión de colaboración y el respeto es cada vez más importante. Hoy ni siquiera los empresarios pueden plantearse de la manera que lo hacían hace 20 años, en una negación completa de la ecología.

– Usted pone énfasis en una actitud ética. Sin embargo, lo que uno ve predominante en la actualidad es una moral de la incoherencia, un discurso distanciado de la acción. Existen diez mandamientos muy bellos, pero no se respetan y, al menos en Occidente, vivimos una incoherencia entre el decir y el hacer. ¿Cuál es su comprensión de la ética?

– Si miramos la conducta humana vemos momentos en los cuales a uno le preocupa lo que le ocurre al otro por lo que estoy haciendo. Uno se preocupa porque el otro adquiere presencia para mí. Es el momento de la reflexión. Lo ético tiene que ver con el Amor. Con ver al otro. Si a uno no le importa el otro, no hay restricción sobre lo que uno hace y sus consecuencias frente al otro. Entonces, la preocupación ética no tiene que ver con la razón, tiene que ver con el amor. En cambio, los actuales discursos sobre ética son esencialmente racionales, se busca el deber ser, no es una invitación a la reflexión de cada uno, a hacernos cargo de nuestros actos y sus eventuales consecuencias sobre los demás. La moral es cómo se viven en una cultura los modos de relacionarse. Ahora vivimos en una cultura cuya moral es la inmoralidad. Uno puede hacer cualquier cosa y lo que importa es la apariencia. Esa es la moral actual. Pero el problema de la ética es siempre el mismo: hago cosas que tienen consecuencias sobre los demás. ¿Me importan o no? La responsabilidad tiene que ver no sólo con que me dé cuenta de las posibles consecuencias de mi conducta sobre otros, sino que me haga cargo de que yo escojo esa conducta. Es una reflexión acerca de mi reflexión sobre las consecuencias de mi conducta. Ahí puedo ser responsable. Si el otro no me importa, no aparece la responsabilidad. Por eso la ética es ampliar esta mirada. Todo este discurso estadístico, de porcentajes, es para negar la visión ética, es no preguntarse sobre qué le pasa al otro, y por lo tanto, no usar la imaginación.

– Es consenso en el país la importancia de la educación pensando en el siglo 21. ¿Qué opinión tiene sobre la reforma educacional y su aumento de las horas de clases, así como la implementación de tecnología informática en los colegios?

– El problema actual de la educación es estar centrada en la capacitación y en el desarrollo de habilidades. En ese proceso hay un abandono de la formación del niño que se respeta a sí mismo, que respeta al otro, con conciencia social y sentido de responsabilidad a través del respeto de sí. Cuando un niño crece como una persona integrada en el autorrespeto y el respeto por el otro, es capaz de aprender cualquier cosa y de adquirir cualquier capacidad operacional. Entonces, la educación no puede centrarse en la capacitación, sino que tiene que centrarse en la formación humana. Es lamentable, pero nuestro sistema educacional es ciego y no promueve ese respeto. Por supuesto, se habla de desarrollar valores en los niños, pero como no vemos la naturaleza del fenómeno que es la relación con el otro, éstos no son valores. En otras culturas no son valores lo que se les enseña a los niños, sino modos de relacionarse. No se habla del valor, se habla de la relación, de lo que se hace y cómo se conduce uno en el espacio moral. Nosotros, en cambio, cuando hablamos del valor de cooperar tenemos que hablar también de competencia, si lo hacemos acerca de la honestidad a la vez tenemos que hablar de las imágenes y las apariencias. En fin, no miramos las conductas y las relaciones que hacen a la honestidad, por ejemplo.

* Del libro Bolero de Almas, 1995.

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3 Comentarios sobre “Humberto Maturana: «Las extinciones de las especies siempre son por pérdida de la concordancia ecológica»

  1. Extraordinario!!!
    El Dr. Maturana es uno de nuestros más brillantes pensadores. Lamento que en Chile no se le considere como debiera. Tal vez, al desestimar a nuestros maestros, estamos como estamos en el Chile actual.
    Felicitaciones a ambos

  2. El domingo 21 de octubre el Dr. Maturana fue invitado a al programa de Televisión “Tolerancia Cero”. El problema fue que Fernando Villegas hablo mas que él. El Dr. muy claro en sus exposiciones sobre como evitar la violencia.Los panelistas no lo entendieron. Solo decía simplemente lo importante que eran las conversaciones entre las partes, en base al respeto y la aceptación del otro. Deberían esos valores practicarlos la concertación y la Alianza, en las sesiones de la Camara de Diputados y Senadores.

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