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Voy casi por casualidad al Museo de la Memoria, invitada por un amigo que continúa su exilio en Francia y con quien compartimos prisión y destierro.

Lo primero que me impresiona es la dignidad del edificio. Una vez adentro, nos damos cuenta que no tendremos tiempo para recorrerlo entero y cuidadosamente. En el centro de documentación, elegimos las imágenes de la Unidad Popular. Aunque vemos el triste fin de ese periodo, nos entusiasmamos recordando la alegría de ese tiempo, nuestra pasión por la vida enriqueciéndose en la convivencia con los trabajadores. Nos reímos tan estruendosamente que nos piden callarnos y preferimos irnos del silencio de esa sala.

En lugar de ir al primer piso, que concentra el dolor de la oscuridad de la dictadura militar, subimos al segundo piso. Nos detenemos en el espacio de los desaparecidos, de los relatos del informe Rettig. Podría ser una performance en otro tipo de museo, con la constelación de fotos en el muro y las luces de velas recreadas. Buscamos las historias de nuestros amigos y amigas, que resultan breves, incompletas y hasta erróneas. Nuevamente recordamos y unimos las suyas a nuestras propias experiencias.

Nos llega un sonido familiar, voces de mujeres pobladoras. Hay dos muchachas estudiantes mirando las noticias de Teleanálisis, de los años ochenta, con su discurso alternativo a las informaciones de los canales oficiales. Están cautivadas por esa otra vida que pasó, que ellas no conocieron y que nosotros hemos relegado a algún rincón de la memoria. Ellas escuchan interesadas nuestros comentarios; nadie les habló antes de esa parte de nuestra historia. A nosotros también nos cuesta apartarnos de allí, reconociendo, a pesar de las condiciones represivas de esa época, la fortaleza de las personas entrevistadas que hablan de su sufrimiento directamente y de lo que esperan.

Seguimos deambulando por las salas y nos encontramos repentinamente frente al registro de las campañas televisivas del No y del Sí. Nos mueven los mismos sentimientos del entusiasmo de entonces. Las muchachas también llegan allí y vuelven a encantarse, esta vez con la esperanza. Aún si todos conocemos  los incumplimientos de esa promesa que nos hicimos.

Se terminó el tiempo. Tendremos que partir y ya deseamos regresar. Entonces pienso que ese museo se llama así porque nos lleva a nuestro pasado, a nuestra vieja manera de mirar el mundo, a nuestras aspiraciones nunca olvidadas de una tierra más humana y cariñosa.

La fotografía que ilustra este artículo forma parte del archivo de la Biblioteca Digital del Museo de la Memoria

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