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Más de alguna vez hemos escuchado en boca de algún candidato frases del tipo “No miremos por el espejo retrovisor y miremos hacia adelante”. “Preocupémonos del futuro que nos une y no del pasado que nos divide”. Frases que resuenan en el sentido común de comunidades que han vivido traumas sociales, políticos, guerras, genocidios. En las calles y foros de esas sociedades es frecuente escuchar frases como “Salgan del pasado”, “Eso pasó hace cincuenta años”, “Yo no había nacido”.

Los ciudadanos, las personas, habitamos mundos diversos, que dependen de lo que las comunidades a las que pertenecemos, han construido como antropósfera. Somos el resultado de esos hechos, emociones y narrativas que nos precedieron. Somos el resultado del pasado, de un pasado que no existe.

El pasado no existe pero deja huellas

Las acciones pasadas dejan huellas, transformaciones observables por ausencia o presencia. Demolieron una casa o levantaron un edificio, talaron un bosque o sembraron una pradera, eliminaron un tranvía y construyeron un metro. Es más fácil observar la presencia de lo que está que la ausencia de lo que se eliminó. En el caso de los genocidios o las guerras civiles, por ejemplo, desaparecen personas, casas, libros, huesos, miembros, registros; quedan dolores, cicatrices, búsquedas, pesadillas, viudas, huérfanos.

En la mayoría de los casos, los perpetradores realizan sus crímenes en la oscuridad, en la negación pública de lo que están realizando. Los campos de concentración, los asesinatos y ejecuciones, las casas de detención y tortura no aparecen en los periódicos ni en los afiches promocionales de las dictaduras. En su propio presente, los implementadores de la barbarie, se sienten avergonzados, culpables, saben que lo que están haciendo no es “contable” a sus familias, a sus vecinos, a la comunidad. Tanta es la vergüenza que se preocupan sistemáticamente de ocultar sus registros, la documentación de sus hechos, las bitácoras burocráticas, los restos de los cuerpos.

El pasado es nuestro presente

Nuestra realidad social, pasada y presente es en gran medida una narrativa, una conversación y una emoción sobre lo que sucede o sucedió. En esta conversación conviven distintos puntos de vista, que reflejan los valores, actitudes, emociones, creencias de lo que somos.

Las conversaciones de hoy sobre el pasado no lo transforman, pero curiosamente determinan los hechos del presente y el futuro. Nuestros juicios, diferencias y divisiones sobre el pasado, son en realidad juicios, diferencias y divisiones sobre el presente. Cuando justificamos, ocultamos, callamos, relativizamos  las violaciones a los derechos humanos, el papel del estado, la censura, la represión que sucedió en el pasado, estamos en realidad declarando nuestro punto de vista sobre el presente y el futuro. Eso es lo inquietante, eso es lo peligroso. No nos divide el pasado, nos dividen nuestras concepciones actuales sobre los derechos humanos, la convivencia, el respeto.

 

Desafío futuro común

Los países que no conversan, que esconden el pasado bajo la alfombra, no pueden generar un espacio común, un presente de respeto e integración. En América Latina muy pocos países se han hecho cargo de la conversación sobre ese pasado. Las consecuencias de esos silencios es que hoy vuelven la censura y la estigmatización hacia quienes se oponen al poder, los asesinatos de periodistas, los montajes jurídico-policiales, las palizas y vejaciones a ciudadanos y ciudadanas, los allanamientos e interrogatorios no ajustados a derecho, los infiltrados policiales o las escuchas telefónicas. Los argumentos que justifican o callan esta violencia de hoy, son del mismo tenor de los que justifican que sucedieran en el pasado.

El desafío del presente es la construcción de un gran acuerdo sobre un núcleo básico de conceptos compartidos y ejercidos cotidianamente: derechos humanos, respeto, diálogo, inclusión, felicidad, etc. Esa construcción requiere una  conversación y una participación amplia y sin limitaciones, donde todos los actores políticos, culturales, sociales, regionales, étnicos, todas las comunidades y personas puedan expresarse y ser tomados en cuenta. Acordar cultural y políticamente, -sin ningún tipo de letra chica o alcance-, la aspiración a una sociedad donde el respeto de los derechos humanos y la convivencia democrática no sean negociables bajo ninguna circunstancia, es la tarea más urgente de nuestras sociedades.

Sin confianza en que todos los sectores políticos están comprometidos y trabajan genuinamente por el respeto y la convivencia democrática, es imposible alcanzar los acuerdos mayoritarios para hacer frente a los enormes desafíos, en todos los ámbitos, que oscurecen el futuro. Si no se buscan los acuerdos, el otro camino es el del autoritarismo, y ya sabemos en qué termina.

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Alguien comentó sobre “No nos divide el pasado, nos divide el presente

  1. Aprecio mucho esta vuelta al centro de las cosas e invitando a hablar desde la honestidad y la verdad ¿qué verdad? podrían preguntar algunos. Hay una posibilidad de encuentro real cuando dejamos las justificaciones y estamos dispuestos a ver y escuchar, a explorar nuestras propias aspiraciones como seres humanos. Como decía Iván Fuentes, ¿quien puede ser feliz, protegiéndose con rejas y candados y desconfiando de todos los que están más allá de los muros de su casa?. La pregunta que sigue es ¿cómo construimos entre todos una sociedad sana y feliz? Hoy es vital reabrir una conversación sobre los Derechos Humanos,que incluye todos los derechos que posibilitan la dignidad humana – individuales, sociales, culturales, políticos y económicos.

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