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A pesar de tantos pesares en la escena local, por estos días escucho esperanzada el ruidito de los dientes de una serpiente que devora su cola. No sabemos cómo ni cuándo, ni sí será para mejor, pero el mundo cambia una vez más ante nuestros ojos. Y nuestra copia feliz del Edén  forma parte del mundo, aunque tendemos a olvidar ese detalle.

El sistema se devora a sí mismo en Egipto, Libia, Italia o el devastado Japón, en la tambaleante economía europea, en las burdas manipulaciones norteamericanas de la política mundial  o en las calles de Colombia.  Y sea cual sea el sentido del nuevo tiempo que surge de esta crisis global, “no hay aprendizaje sin cambio, ni cambio sin aprendizaje” dice uno de mis autores favoritos. Apuesto a eso últimamente.

Apuesto a la sinergia de  personas que trabajan sobre sí mismas,  ahora que las ideologías están a la baja en esto de ofertar futuros, y no hay  líderes en quienes delegar la voluntad de construir un mundo mejor. Apenas nos va quedando la certeza de un presente en que lo más elemental -el aire, el agua, la dignidad humana- empieza a faltarnos a todos por igual aunque, como siempre, hay algunos más iguales que otros.

Va quedando poco tiempo para seguir quejándonos  en medio del campo de flores bordado por lo que fue y lo que no, o el  torpe quehacer de  líderes y partidos inconsistentes, o por  los valores traicionados,  los compromisos incumplidos  y  los sueños que no supimos defender ni  pudimos concretar.

El ruidito de los dientes de la serpiente se acerca y se acerca a nuestros propios días, aquí, en el corcoveante territorio de cielo azulado, mientras cada vez más impura brisas lo cruzan también.

Tal vez falten semanas o meses para que la Concertación y sus desconcertados  dirigentes y partidos, sean apenas referencias en el debate que de veras importará. Puede que el Presidente farandulero y sus ministros pitucos no sean sino una anécdota más de la contingencia planetaria –como Berlusconi en Italia o Chavez en Venezuela- y puede que las convulsiones de la aldea global nos afecten en algo más que el precio de la bencina, o lo cara que semana a semana nos parecerá la compra en el supermercado o  la feria.

Parece que hay que ponerse a pensar cómo se hace, y qué haremos, para seguir viviendo juntos en este planeta, única patria irrenunciable  que conozco.

Con la incertidumbre instalada en la vida cotidiana, redescubro aprendizajes muy antiguos, adquiridos en  años en que lo único razonable era tener esperanzas. Desde ahí voy tratando de entender estos días y, para eso, ampliar la mirada. Es necesario ver lo próximo y lo lejano, usar las claves de lo ya vivido pero asumir que respuestas y explicaciones del pasado, son insuficientes para enfrentar  días cargados de preguntas que tendremos que aprender a  formularnos para resolver  las urgencias de este tiempo.

 

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2 Comentarios sobre “De sueños y serpientes

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