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Cuesta creer que alguien que haya visto Tolerancia Cero anoche, no quede indiferente frente al peso de las declaraciones que hizo James Hamilton, uno de los afectados/querellantes en el caso Karadima.

Hubo convicción, apropiación de los hechos, de las observaciones, de los episodios que él, junto a un grupo de alumnos, tuvo que vivir hace años atrás. Y el peso de las palabras de Hamilton fue tal –y tan difícil de cuestionar, por lo demás-, que incluso los propios panelistas del programa no hicieron más que dar paso a la fluidez de un relato que, a cada minuto, dejaba más paralizado al programa y a los televidentes.

Incluso con el patente intento de acallarlo que hizo Eichholz –“Estoy corroborando, simplemente, que te des cuenta que estamos en televisión”, le dijo luego que Hamilton le preguntara si él tenía hijos en colegios católicos-. O incluso con la cara de incredulidad de Villegas cuando supo de los “recados” que le enviaban los propios sacerdotes, a Hamilton, a través de los compañeros de su hijo, no hay cómo dejar pasar la revelación de una verdad que estuvo escondida durante mucho tiempo. Una verdad que hoy emerge, con dolor, en la vida de los afectados y de quienes fuimos criados bajo preceptos católicos.

Es un tema complejo el de los abusos a menores por parte de representantes de la Iglesia Católica. Difícil, porque se pone en el centro del problema a una institución de peso, tradición e influencia en el país. Pero es más doloroso, en tanto involucra a personas que no tienen armas como para defenderse –o que no saben cómo utilizarlas-, que en tantas otras no son capaces de discernir entre el bien o el mal, sobre todo frente a una persona que encarna los valores de una institución de tanto poder como la propia Iglesia.

 

Por suerte existen hombres valientes, como Hamilton, que son capaces de luchar, de hablar sin odio –incluso con una pena que él mismo reconoce-, con el sólo objetivo de quitar el velo que existe sobre personas que actúan en contra de lo que declaran, en contra de lo que profesan –el amor al prójimo, el respeto por la vida-. Me quedo con la mejor de sus declaraciones: “La verdad no se actúa. Es. Y no se enjuicia. Es.”

 

 

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