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Ha llegado el equinoccio. Los días despiertan con frío y empiezo a querer viajar al mundo de los adentros.

Me queda mucho de osa.

Me espera la cueva fecunda.

Se abre el nuevo ciclo.

Sin embargo todavía se puede estar en la terraza hasta altas horas de la noche,

bañarse en la luz de la luna,

escuchar música de algún genio nuevo que me transporte más allá de los tres eucaliptos,

comprender con mi espíritu las cosas,

comer almendras,

picar algún rico queso mientras tomamos vino tinto.

Las hojas caen en la tierra prometiendo buen abono para lo que viene.

Quiero ser árbol y desapegarme de las hojas viejas, quedar desnuda… un rato…

Hoy nos juntamos, algo arropadas pero brillando, las cinco amigas de los años aquellos.

Ya son muchos los tiempos acumulados en nuestros cuerpos que la pegan… todavía…

que se caen… un poco… con gracia, eso si.

Las risas nos vienen juntando por años, las actrices explotamos en carcajadas contagiosas ¿Un poco pintamonas? Si, un poco. También espontáneas gozadoras de mirar desde esa orilla.

El Otoño nos encuentra a cada una en algún viaje iniciático creativo: Al inicio de un montaje, de un guión, de un nuevo ciclo, de un nuevo amor. En los grandes bolsillos, las reflexiones respecto a los inicios, se suceden. De cómo, no, de cómo, si, de cómo lo hacíamos y de cómo lo hacemos hoy, de cómo se hace en el Chilito que nos toca habitar, de cómo habría que hacerlo. ¡Podríamos haber sacado un “paper”!

Las cinco hemos enredado palabras, ganas, tantos sueños, delirios, futuros enhebrados y aquí seguimos con un ansia anaranjada que crece, de escudriñar las verdades.

Me encantó verlas, bellas, divertidas, inteligentes. Están guapas, vivas de milagro, inquietas, alertas. Siempre me asombran con alguna nueva mirada frente a los distintos acontecimientos que azotan al país, al planeta o a nuestras vidas. Estar con ellas es conocer todo de nuevo, conversamos, nos ponemos rojas de pasión, disentimos con deleite y sin miedo para luego entrar en un mar calmo o soltar la carcajada que nos saca lágrimas y así vamos construyendo un discurso que nos dejará pensando en la noche, que iluminará el camino. Es importante hacer ese ejercicio juntas.

 

Por un instante recordé el Chile de mi infancia, el de las conversaciones en los bares hasta altas horas de la noche arreglando el mundo, el gusto por pensar, por hablar, el paisito culto y humanista que me vio nacer. Fue ahí donde aterrizamos las niñas de esos años (todas nosotras, las añosas de ahora) y sentí el olor a la casa de mis papás. Esa casa era una fiesta siempre llena de gente interesante. Era la tribu, una diversa, efervescente de ideas y emociones que iban construyendo, entre risas, jolgorio y algo de delirio, un mundo habitable. Se sentía, se pensaba, todos juntos, pero no convertidos en amebas sin forma, en seres correctos que no molestan a nadie. Alguno de ellos había escrito algo y lo leía, otro traía al poeta descubierto, un artículo, había temas espontáneos de debate. En fin, un mundo en el que se hablaba desde la oruga que se convierte en mariposa. Se formaban movimientos políticos, no había que abanderarse en los dos grandes bloques de ahora, se hacían coreografías que daban cuenta de un país desmelenado, se hacía teatro por toda la nación soberana con la complicidad de trenes, aviones, universidades, mecenas, se escribían libros y se publicaban en editoriales que tenían una mirada y una inquietud por el destino del paisito lindo. Así se iba conociendo el Chile de esos años, así se iba trasformando el terruño en el que iban cabiendo todos.

Yo, niña, me sentaba a mirar cómo se hurgaba en verdades, se construían realidades, se accedía a profundidades y me sentía afortunada de vivir en esa casa olorosa y sensual, llena de libros, de personas, de cuadros que enriquecían los discursos, de alegría, fotografías, de entusiasmo. Entonces yo quería leer, juntarme con mis amigos a comentar los artículos de las ocho revistas que circulaban, saber, tener opinión propia, irme a Concepción al encuentro de escritores donde una niña como yo conversó con los más grandes de América Latina de tú a tú. Entonces teníamos propuestas que emergían de nuestras propias bocas-corazones y formábamos tribus creativas, pensantes y sintientes.

Hoy en la noche me deleité escuchando a mis amigas tribales.

Conversamos como se conversaba y cómo se iluminaba el camino en el Chile de antaño. Ojo, no hay melancolía, solo nostalgia de futuro.

 

Es necesario hacerlo colectivamente.

Aquí por ejemplo.

También en otras partes.

Por ejemplo juntarnos los teatreros a conversar de teatro, de Chile…

Así sucesivamente…

Encontrarnos más allá del pequeño ombligo.

Tal vez retomemos la vitalidad, las ganas locas de estar vivo o viva, retomemos el entusiasmo, de pronto todo tenga sentido y no necesitemos tanto adorno, tanto juguete, tanta cosa que nos llene el hueco, porque estamos all together now como dijeron los Beatles hace añares, en comunidad, navegando.

Que este Otoño y este nuevo ciclo nos deje desnud@s un rato para volver a sentir, con todo, la necesidad de ser con otr@s y visionar futuros, escudriñar, en profundidad, este presente.

 

 

 

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