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Hace años que percibo que está existiendo una simpleza increíble en la argumentación que se nos presenta en los medios de comunicación para justificar las políticas públicas tomadas por nuestros líderes ¿Acaso ha descendido brutalmente la inteligencia de los líderes de nuestro país? Es cierto que ha disminuido su capacidad de comprensión de la sociedad, pero también lo es que el lenguaje mediático ha obligado a éstos a simplificar en exceso las ideas que nos están presentando.  Hoy pareciera ser que no es tan relevante lo que se dice versus el cómo se dice o cómo se manifiesta el contenido. Es la dictadura de las formas por sobre la profundidad de las esencias.

Es usual ver hoy la importancia que los centros de poder les dan a sus equipos de analistas y de expertos comunicacionales que los asesoran para la mejor presentación pública de las ideas y noticias. Me ha tocado ver en el pasado como los textos preparados con precisión académica son despedazados por estos profesionales, justificando éstos su accionar con juicios como: “No te entenderán nada”  “Es muy fome”  “Es muy extenso el texto”   “En la televisión no se explica nada, sólo se debe afirmar o negar algo”  “Tienes 30 segundos y debes ir al meollo del tema”…explicaciones variadas y uno las debe soportar estoicamente, permitiendo con ello el aniquilamiento más completo del texto y las sustentaciones racionales que poseía. Y cuando uno ve el resultado final, uno dice: ahora soy yo el que no entiende nada.

Era predecible que todo esto pasara. En la medida que se masificara la cultura y que muchos tuvieran acceso a los medios de comunicación, era obvio que se simplificaría en exceso todo. Y la razón tiene que ver con el pobre nivel de los aprendizajes logrados por la inmensa mayoría de la población. Y como hoy existen menores capacidades cognitivas y escasos conocimientos, ahora todo debe ser explicado de la manera más simple posible, con el riesgo intrínseco de que se han abandonado por completo los debates de buen nivel y la posibilidad cierta de conocer los alcances de las políticas públicas sugeridas o aprobadas. Es decir, la profundidad cultural continuará como un bien particular y como ha sido durante toda la historia, perteneciendo única y exclusivamente a un grupo pequeño de la población.

Y los medios de comunicación acompañados del mundo empresarial, poco han ayudado a romper el estigma y la maldición planteada. A los empresarios les interesa vender sus productos y sólo apoyarán aquellos programas o textos de prensa que les garanticen audiencia, no importando si éstos son buenos o malos. A su vez, los políticos, presentan sus ideas de una manera casi insultante en la forma y el fondo para aquellos que se encuentran mejor preparados. La clase política hoy no le habla a la élite ilustrada (que no es necesariamente ABC1) en los medios de comunicación, se supone que le habla a las masas, aunque ésto último también está en duda, ya que a veces no se sabe a quienes les están hablando.

Uno de los problemas de todo esto es que si las exigencias públicas, académicas, intelectuales y culturales son hoy menores, dado que las demandas de la población si bien apuntan a dilemas esenciales, se está conformando con voladeros de luces, estultos y mediáticos, lo que se está produciendo es que cualquiera hoy se está sintiendo plenamente autorizado y legitimado para ocupar cualquier cargo público. Y esta situación es extremadamente grave para los verdaderos intereses del país. Si tenemos pocos recursos económicos para enfrentar muchas necesidades materiales, necesitamos a los más capaces para que administren muy bien lo poco que tenemos. Y los más capaces no son necesariamente los que han estudiado teorías en universidades extranjeras, sino los que conocen la vida real chilena, porque todos los días circulan por los espacios públicos y conversan con los ciudadanos de las más diversas comunas, palpando el alma y la mente de los pobres y de la clase media.

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