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“Lo verán en el Blog del Narco; tiene más tráfico que muchos sitios informativos.” Contundente, cínico tal vez. Reacción de un estudiante cuando revisamos el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia que signaron centenares de medios en días pasados. No debería ser tan difícil, pensé, entender la diferencia entre el periodismo profesional y un blog que recoge notasangrefotosangrevideosangreaudiosangre… que vienen de quién sabe dónde y van a toda parte. Pero estaba claro que la comparación nivelaba a la baja al periodismo profesional. Si la alternativa es el Blog del Narco, bueno: rest my case.

Quienes gritan ¡censura!, ¡alineación perversa con los oscuros intereses fácticos!, y otras linduras, temo que padezcan de brújula extraviada. Lo mismo que quienes aplauden como focas porque “ahora sí vamos juntos a partirle su esquema a los más malos ”. Yo entiendo la ecuación desde una dimensión más simple: rebasado el periodismo por la contundencia de la violencia, se toman las decisiones mínimas para una cobertura más segura y menos estridente. Y para ello hubo necesidad de recurrir a los principios básicos del ejercicio informativo. Nada más. Ni veo conspiraciones malditas, ni reconozco heroísmos redivivos. Aplaquemos las ansias, y desmenucemos las entrañas.

Tiempo ha que desde la academia, organizaciones civiles, activistas, se había insistido en la necesidad de contar con acuerdos entre los medios de comunicación mexicanos para una mejor y más segura cobertura de la violencia. Y el trabajo ha sido arduo, porque las resistencias han estado a la altura de los egos implicados. Acuerdo se entendía como contrario a la natural competencia entre empresas informativas; acuerdo se leía como un lento abdicar de la libertad de expresión conquistada a golpe de sílabas y encuadres. Y la sospecha eterna: ¿quién convoca?, ¿por qué? Pero la realidad se fue imponiendo: periodistas asesinados, secuestrados, amenazados; medios acosados, arrinconados; y una audiencia cada vez más fatigada. Porque la sangre, aunque vende, también espanta.

Bien por reconocer lo que no se ha hecho. Los medios informativos han fallado en proporcionar contexto a la violencia; en identificar desde la condena a quienes perpetran los crímenes; en ser solidarios con las audiencias; en invertir en mejores cuadros para asegurar mejores historias que permitan pensar en mejores escenarios. Por eso el Acuerdo debe leerse también como un reconocimiento de culpas. Bien hasta ahí. Y suscribo los puntos de ese decálogo que se presentó en días pasados.

Debemos reconocer que en la forma en que nos narramos, está la forma en que nos construimos. Mostrar el cuerpo destazado, insistir en la víscera derramada, revisar los mensajes del criminal… todo esto debe servir cuando exhibe el abuso del poder. Desde la revancha, lo que se dice sólo es pornografía informativa. Kim Phuc, la niña vietnamita que en la lente de Nic Ut dio el giro a esa guerra, es la imagen emblemática del horror que sí se debe mostrar porque en el contexto inscrito se manifiesta como el contrapeso anhelado. Lo demás, dejémonos de retóricas enrevesadas, es sólo exhibicionismo.

Muchas críticas al Acuerdo signado: su presentación espectacular casi secuestrada por la pantalla de la televisión; su enunciación abstracta; su centralismo; sus tintes de censura. Mucho reconocimiento también: el reclamo a las autoridades en su irregular administración de la justicia, la ausencia del Estado en su obligación más elemental. Por todo esto, y más, bienvenido el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia. Toca la chamba ahora a las audiencias, a la sociedad civil, en su poder de exigir que lo que se dijo, se cumpla. Toca ejercer la fuerza ciudadana: que los medios están ahí como contrapeso del poder, no como alternativa al mismo.

Podemos gritar censura o aplaudir a rabiar. Pero, neta, no nos confundamos: cuando logremos que la población entienda la diferencia entre el Blog del Narco y el periodismo profesional, nadie necesitará de Acuerdo alguno.

Gabiela Warkentin es académica de la U. Iberoamericana de México

Columna publicada en El Universal

 

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