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Frente al horror de los genocidios del Holocausto, Camboya, Guatemala, Armenia o Uganda, las violaciones masivas a los derechos humanos, la censura, el exterminio de los opositores políticos, el racismo y la homofobia, o los asesinatos en nombre de la religión, la tolerancia aparece como un mínimo humano, como una tregua en tiempos de guerra. Aunque en muchas regiones del mundo, ni siquiera ese mínimo esté instalado, hoy, la tolerancia no basta.

La tolerancia sugiere una concepción del ser humano en que la convivencia con “otros” es un problema. Es continuidad de esa lógica de “tu libertad termina cuando empieza la mía (y la mía es la que yo quiero)”, de “yo tengo la razón, mi verdad es la única, pero aunque estés equivocado te aguanto”. El “otro”, -vecino, religión, partido, país-, es un mal inevitable que hay que tolerar, pero todo sería mejor si todos fueran iguales a mí.

La magnitud de los desafíos que enfrenta la humanidad, ecológicos, económicos, de sobrepoblación, de cambio climático, de alimentación y agua, de convivencia, no se pueden enfrentar desde una lógica única en que sólo se tolera a los demás. Estos desafíos requieren los aportes de una amplia diversidad que construya acuerdos y soluciones incluyentes desde distintas culturas, cosmovisiones y tradiciones. La construcción de grandes soluciones necesita una convivencia en el respeto de “los otros”, que son reconocidos, valorados, apreciados precisamente porque son diferentes, porque juntos enriquecen y amplían las perspectivas y opciones de la comunidad.

La difusión del conocimiento, la ampliación de la conciencia de los derechos, las redes sociales, la intensidad de las migraciones, el acceso a otras “realidades”, hacen cada vez más imposible la imposición de visiones únicas, nacionales, raciales o religiosas. Someter la diversidad desde visiones integristas y totalitarias es fuente de problemas que se eternizan y agravan en el tiempo. Celebrar la diversidad no es sólo una necesidad para resolver problemas, es también la mejor manera de estar en un mundo en que la presencia y expresión de identidades diversas es una vivencia cotidiana.

“Respetar al otro como legítimo otro”, esa reveladora frase de Humberto Maturana, ha dejado de ser un precepto para la convivencia humana. Hoy, el respeto del otro es un requisito de la convivencia de una humanidad que modifica y complejiza el estar juntos en la diversidad.

Comprender la potencia del respeto es difícil, vivirlo y practicarlo es un desafío aún mayor. Basta mirar nuestros medios de comunicación, la descalificación y polarización en las redes sociales, el dominio de la política de la estrategia y el exterminio, para darnos cuenta que el camino es largo. En nuestra sociedad respetar al otro no es un gesto espontáneo, recién y con oposiciones importantes, hemos logrado una Ley Antidiscriminación.

Esforzarnos en enseñar, practicar y vivir en el respeto, es un desafío cotidiano, personal y colectivo. Estar atentos a nuestras palabras, emociones y gestos para encarnar el respeto es un aprendizaje arduo pero satisfactorio. En ese camino surge el respeto de uno mismo, el primer “otro” que respetar.

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2 Comentarios sobre “Tiempo de respetar. Tolerar no basta.

  1. La tolerancia se desarrolla, se alimenta, se cultiva en la interacción diaria, en el colegio, en la familia. La disposición propia, el entorno, la flexibilidad, la inteligencia emocional, la conciencia…
    Esto es una construcción, que se en comunidad.

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