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Cuentan que corría el quinto año desde de la fundación de Santiago de Chile, cuando Levtraru fue encontrado merodeando en las cercanías la ciudad de Concepción a la edad de 11 años. Minutos antes había tenido un breve encuentro con Guacolda en las riveras del río Bío-Bío, quien colgó en su cuello un extraño amuleto y le procuró algunas instrucciones que en ese momento resultaban difíciles de entender.

En una estadía de seis años, quizás lo más parecido a una carrera profesional, llegó a cumplir funciones de paje personal del Gobernador don Pedro de Valdivia en la ciudad de Santiago. En un principio el Capitán General intentó llamarlo cristianamente Felipe; pero respondía poco a tal seudónimo, de manera que Lautaro fue la castellanización más cercana para aquel extraño nombre.

Durante su época yanacona, las tareas más frecuentes consistían en cuidar los caballos del Capitán y asistirlo en batallas y ejercicios militares. Fue así que se convirtió en un hábil jinete, conocedor de los diferentes tipos de armas y tácticas de caballería empleadas contra su propio pueblo.

Pero más que aspectos culturales, Lautaro navegó en verdades más profundas y determinantes de la identidad del conquistador: reconoció que los huincas no eran demonios blancos, eran pobres mortales que sufrían hambre, miedo y cansancio, igual que cualquier ser humano; adicionalmente, algunos de ellos eran tan indignos como el peor de sus congéneres. Estos, además de aquellos elementos culturales, constituyeron los objetos centrales de la transferencia de tecnología llevada a cabo por el joven Levtraru.

Con esta cosmogonía en el cuerpo, diseñó tácticas militares mediante escuadrones sucesivos, emboscadas, guerrillas, seleccionó cuidadosamente cada escenario de batalla e introdujo el uso de corneta para la coordinación en cada operación. Por otro lado, desarrolló una “red de inteligencia” con mujeres y adolecentes; implementó un escuadrón de espías que simulaban ser borrachos, locos, cristianos, traidores e ignorantes que fingían desconocer la lengua española. También inventó sistemas de comunicación con ramas de árbol y formas de quebrar el suministro de información de los españoles. En fin, utilizó las más diversas formas para materializar los miedos más oscuros del invasor.

Avancemos 460 años y observemos el puente Presidente Ibáñez en Puerto Aysén. Encontraremos pobladores, pescadores y camioneros premunidos de planchas de zinc, antenas parabólicas y tapas de lavadoras como escudos, acompañados de una segunda línea de lanzadores de piedras con hondas y boleadoras, una cadena de suministros de piedras y botellas de agua con bicarbonato para anular el efecto de las lacrimógenas. La emanación de gases de estas bombas es sofocada zambulléndolas en tarros con agua; el pistón del guanaco es laceado para evitar su movimiento y la capacidad de recarga de agua de este coloso de las protestas es neutralizada mediante destrucción de los hilos de los grifos cercanos. En  otro lado, el zorrillo realiza curiosas orbitas en una pista de aceite quemado.

¿Cómo se origina esta sorprendente capacidad táctica? En gran parte, por los conocimientos de estrategia que poseen muchos de los pescadores de la Región. En su mayoría realizaron el servicio militar en la Compañía de Comandos de Coyhaique, en pleno conflicto con Argentina a fines de los setenta. En el contexto de un escenario bélico cordillerano, fueron entrenados en guerra de guerrillas por el gobierno militar de la época.

Análogamente, estos ex reclutas no solo aprendieron tácticas de batalla. Al igual que Levtraru, se sumergieron en las lógicas del brazo armado de una perenne élite gobernante, cuyo temor más palpitante, tiene que ver con la pérdida del dominio y la dignidad. Ellos sabían que el gobierno respondería con un ataque frontal a la recuperación del control y el menoscabo a su credibilidad y orgullo.

El efecto Levtraru consiste en la capacidad de reconocer profundamente el alma del sistema que pretenden cambiar. Lamentablemente, la mayoría de las veces solo es posible llegar a esas profundidades transando valores, pero al parecer vale la pena si es por un tiempo digno y razonable. Sin embargo, cuando el tiempo de estadía pasa un cierto límite, dirán en el campo “se lo llevó el señor” en honor a la pérdida de un valioso guerrero. No miremos para otro lado, todos llevamos un Levtraru adentro…Hemos transado.

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