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Nací el año 55 en un departamento en el centro de Santiago antes de que este fuera sucio y feo y aspiracional e irracional. Santiago era gris y terminaba en Pocuro por el Oriente. Los edificios tenían cuatro o cinco pisos y las personas subíamos a las azoteas a tomar el fresco de la tarde. Otras niñas vivían en conventillos, en las callampas. Muchas andaban a pata pelá y salían a pedir a las calles. Las mamás de esos lugares tenían las manos azules de tanto lavar con agua helada. Ellas se ponían viejas antes de tiempo, perdían los dientes y, en general, tenían voces agudas y destempladas. Nada que ver con hoy.

Otras vivían en casas con olor a brasero, algunas en quintas. Otras en esos campos en el sur, en el norte, allá, adonde íbamos los meses de verano. Para mí eran vacaciones, para ellas, las morenas campesinas, su hogar…. 

Yo vivía en un país sub-desarrollado. Sí decían los grandes y los índices y los textos. Muy distinto al gran país que tenemos hoy por hoy. 

Para mi familia y para muchos, los afectos, la poesía, la cultura, la educación, la democracia eran muy importantes. Compartíamos un país en que el dinero y el éxito no lideraban la balanza valórica. Los ricos consideraban de mal gusto lucir lo que tenían. Los domingos se hacían asados en casas bonitas y sencillas con jardines llenos de flores que se regaban con manguera. Otras casas eran muy pobres, hay que decirlo. 

Yo vivía en un país sub-desarrollado. Sí decían los grandes y los índices y los textos. Muy distinto al gran país que tenemos hoy por hoy. 

Estábamos en una nación donde el sentido de lo colectivo era enorme. Había tiempo y espacio para amar y soñar, para ser feliz, sencillamente feliz. Comíamos juntos en la mesa, no en bandejas. Convivíamos en un tiempo donde ellos, los adultos, podían pelear pero seguir viviendo. Había partidos políticos que representaban a las personas de mi país, y estos tenían proyectos, anhelos de futuro y modos para llegar a encarnar esos anhelos. 

Yo vivía en un país sub-desarrollado. Sí decían los grandes y los índices y los textos. Muy distinto al gran país que tenemos hoy por hoy. 

A mi departamento, que fue bautizado como la Boîte Serrano, llegaban todos los apasionados de aquellos años: Frei, Allende, Sergio Molina, el Negro Jorquera, el Perro Olivares, Cucho Orellana, Ana Gonzáles, Mireya Latorre, Victoria Benado, en fin, ¡tantos! Tuve ese privilegio maravilloso gracias al apasionamiento y talento de mis procreadores. Las discusiones eran hasta el amanecer.  

Serrano 14, la dirección exacta, tercer piso, moderno y amplio como eran mis padres. Él, un economista de izquierda y guapo, fumaba puros y pensaba en las tardes de invierno a nuestra América Latina que ya despertaba con bríos. Eran los años de la guerra fría.

Ella, la primera bailarina del Ballet Nacional. Sin duda mis padres eran una pareja atípica como todo lo que me rodeaba: las mujeres, incluida mi mamá, trabajaba, las parejas se separaban, sabía que había hombres que amaban a hombres y mujeres que amaban a mujeres y que eran queribles, respetables y estaban plenamente incluidos en nuestra tribu, en el clan, en nuestra manada. Sabía que los maridos no eran fieles y que las mujeres tampoco. 

Yo vivía en un país sub-desarrollado. Sí decían los grandes y los índices y los textos. Muy distinto al gran país que tenemos hoy por hoy. 

Iba al colegio con uniforme. Mi uniforme era igual que el uniforme de todas las niñas del país. Andaba en micro como todas, conocía muchos barrios, hacía trabajos voluntarios como muchas niñas. En la mesa de mi casa no había coca cola, se comía pan con mantequilla, no veíamos televisión, jugábamos mucho, salíamos en bicicleta por el barrio, teníamos vecinos, nos conocíamos todos y todas las que vivíamos en la cuadra, los vecinos nos sabían el nombre. Nuestros panoramas consistían en oír radio, leer a los grandes, anotar los dulces en el cuaderno de don Manuel, el almacenero de la esquina,  ir a la matinée. 

Yo vivía en un país sub-desarrollado. Sí decían los grandes y los índices y los textos. Muy distinto al gran país que tenemos hoy por hoy. 

Había políticos que andaban de a pie, dormían en poblaciones cuando había tomas, escribían libros y tenían recursos moderados. Había un montón de diarios de distintas tendencias y varias revistas. Nadie se endeudaba demasiado. No era taaaan importante tener casa propia, auto propio, tele, cámara de fotos, filmadora, maquinitas varias y diversas. La pichanga era buena alternativa, las quermeses, los malones. Los partidos políticos educaban a la gente, los invitaban a leer, a informarse y los militantes trabajan en la base. La CUT representaba a los trabajadores y cuando llamaba a paro, la gente, al menos mucha gente, paraba cuando se trataba de sus derechos. La educación era un anhelo y la cultura un espacio valorado. 

En fin… Yo vivía en un país súper sub-desarrollado. Por suerte hemos crecido y estamos en otra.

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5 Comentarios sobre “Yo vivía en un país sub-desarrollado

  1. El vacío inherente al ser posmoderno nos aleja de esos barrios maravillosos, yo también idealizo el pasado y rescato tesoros de algún tiempo para endulzar el presente…

  2. Soy de la misma época..2años antes…lo q se extraña son los valores y lo que nos hacía mas cercanos y más comunidad. Hoy hay demasiado individualismo y parece que tenemos que protegernos de los otros.
    Gracias Malucha por recordarnos esos tiempos de vida de barrio tan linda!

  3. Uno tiene muy bonitos recuerdos del pasado, pero no por eso el pasado fue mejor. Pensemos solo en la situación de la mujer sin derecho a voto, la sumisión de los pobres,las condiciones sanitarias, etc, etc. Todo tiempo pasado tiene bonitos recuerdos, pero el presente es mejor y el futuro será mejor aún.

    1. ¡¡¡¡Voy por el futuro!!!! que emerge desde lo más luminoso de nuestro pasado, conservando lo que nos hace bellos, humanos, transformando lo que nos destruye y aleja del alma, creando lo que nos permita con-vivir desde las verdades del alma. Siiiii, el futuro por supuesto…

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