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No soy depresivo, más bien maníaco. Y sin embargo…

El lunes pasado me dio un poco de depresión tropical proveniente del norte con chubascos, cielo oscuro y presagio de tormentas. Así que, me fui a comer a casa de mi madre. Tiene 85 años. Vivió una revolución (la del 34 en Asturias), la guerra civil española, un exilio, el 68, y como ella misma dice misteriosamente: “u…na sequía perdurable” (cosa que hasta el día de hoy no he entendido pero que siempre me hace pensar en el realismo mágico). Nos manda a todos. Es “La jefa”.

Notó, inevitablemente mi cara y la losa que traía en la espalda, como miles de otros mexicanos.
Sorpresivamente eramos solo cuatro a comer (donde generalmente comen entre doce y quince personas todos los días desde tiempos inmemoriales). Y sin decir nada, fue hasta la cocina, cuando ya estábamos en el postre y volvió con un huevo frito, solitario, en un plato.
Y me contó una historia que yo tenía escondida en la cabeza.

“En plena guerra, estábamos en el cerco de Asturias. Los fascistas tenían rodeada la ciudad y el ataque sería inminente. No había nada de comer. Nada. De repente, la vecina de abajo nos trajo un huevo en un acto de amor y solidaridad impresionante. Eramos cuatro. Se discutió mucho a quien dárselo. Había un anciano, dos mujeres y un niño. Al final se decidió que el niño lo tendría. Se le puso, frito, en la mesa. Todos estábamos famélicos. El niño tendría unos siete años. Lo puso frente a él y muy cuidadosamente lo cortó en 4 partes iguales, idénticas y pasó el plato al centro de la mesa. No hay mucho más que decir. Aquí está el huevo”.
Y mi madre lo cortó en cuatro y lo puso al centro de la mesa.
Es el huevo más rico que he comido en toda mi vida, el que más recordaré, el más perfecto de los huevos del mundo.
Porqué es el huevo compartido.
Lo que me estaba diciendo mi madre, sin necesidad de decirlo, es que en la noche más oscura, en los momentos más jodidos, en medio de la tormenta, alguien pondrá esperanza al centro de la mesa. Y hay que compartirla. Sólo podremos salvarnos en matata, en enjambre, en comunidad, como decía Rutilio Grande. No podemos ser una isla.
Mi madre lo que hizo, fue devolverme la sonrisa y la esperanza. Yo se que tiene muchos, muchísimos huevos para compartir.
La amo.

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