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Las noticias trasmitidas por televisión son tal vez las mayores forjadoras de la opinión pública, esa misma opinión que decide en los asuntos más importantes para nuestra libertad, bienestar social y democracia. Sin embargo; el objetivo básico de esos noticieros es conseguir la mayor audiencia, no la defensa de nuestra libertad y bienestar social. Ello se hace evidente al analizar la forma y el tipo de información seleccionada, con lo cual buscan complacer y hacerse interesante a las mayorías, que desafortunadamente se motivan más con el entretenimiento, la satisfacción de su curiosidad y los sucesos sensacionales, que con el resultado de los hechos para su propia libertad y bienestar.

Las revistas, periódicos y noticieros más vistos son los relacionados al deporte, a los chismes de farándula, a los crímenes más atroces. Estos son los eventos que marcan la pauta a los telenoticieros para la selección de su información y la forma de presentar las noticias de mayor importancia. En inglés llaman a las telenovelas “soap operas”, por la franca deformación de dramas y tragedias con el objeto de explotar el superficial instinto de las mayorías, sin interesarse en ningún valor social y cultural, ya que la explotación de los instintos humanos es la que mejores ventas pueden proporcionar a la publicidad de productos masivos como el jabón.

Hoy los telenoticieros están convertidos en “soap operas”, con muy pocas excepciones. Inclusive muchas de las televisiones autodenominadas “culturales”, no se pueden excluir de esta generalización. Pueden no vender jabones, pero venden la sintonía de sus canales con las mismas motivaciones públicas. Tampoco hay que ser muy radical en estas consideraciones. Algo debe haber de utilidad cultural entre tanta basura que se ofrece a las mayorías. Habrá que pensar que algo bueno debe quedar.

En el campo verdaderamente cultural, es difícil concebir artistas que no hayan trabajado para el mercado; pero, los realmente grandes no le hacen muchas concesiones a los consumidores, así no puedan vender sus obras, como ocurrió con Van Gogh, Mondrian y Kafka. Claro que hubo otros a los cuales el mercado no fue esquivo, como Shakespeare y Lope de Vega; quienes, a pesar de haber hecho concesiones a su público, lograron imponerse por su genio. En el caso los libretistas de noticieros para  televisión, sacrificar las concesiones al consumidor puede equivaler a quedarse sin el ranking necesario para obtener las pautas publicitarias que pagan el costoso mantenimiento del medio televisivo, lo cual nos condena a todos al periodismo amarillista y mediocre, y no sólo de la televisión, sino de muchos otros medios masivos de comunicación.

El ranking es una condena impuesta que obliga a prescindir, o al menos hacer secundarios los más nobles propósitos de la información como instrumento de mejoras sociales.  Como si fuera poca, con esta condena del ranking, los medios masivos de información también se ven intervenidos por la censura directa o indirecta de los poderes gubernamentales, religiosos y económicos, a los que un fundado temor hace preferible no causarles molestias.

Estas consideraciones nos llevan a dudar sobre la libertad de expresión que la mayoría de los países cacarean; sin embargo, nunca es tan negra la sombra. Los años que acumulo me han permitido ser testigo de una revolución silenciosa que se inició con la llegada a mi país de los radios transistores, cuando la clase campesina pudo escuchar nuevas voces redentoras del letargo y vasallaje a la que la tenían condenada, desde la época colonial, las hegemonías criollas.

Hoy los comunicadores, constreñidos por la condena del ranking en los medios masivos, cuentan con medios de comunicación más libres, aunque menos lucrativos, a través de Internet, para que puedan manifestar su verdad sin tapujos y competir a los grandes informativos que han convertido la información en entretenimiento y la desfiguran para poder venderla.

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