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Llegan noticias tristes desde Collipulli. Nos enteramos de nuevos hechos de violencia, en que menores de edad resultan lesionados por Carabineros de Chile. UNICEF pide protección especial para niños, niñas y adolescentes, señalando que repudia “todo acto de violencia que amenace o ponga en riesgo la estabilidad física o emocional de los niños, niñas y adolescentes y que les impida acceder a los servicios básicos para su bienestar e inclusión social”.

Cabe preguntarse, por qué el gobierno continúa con la idea de criminalizar a los movimientos sociales, entre los cuales no sólo encontramos a los mapuche con su historia de discriminación y abandono, sino también a nuevos grupos que ponen el acento en  problemas de desigualdad y falta de participación en la definición de las políticas públicas. Así ha pasado con los estudiantes y se repite con los pobladores de Aysén, Freirina, Calama, pescadores de distintos puertos del país o aquellos ciudadanos que se organizan para defender el medio ambiente.

Se supone que el Estado debe usar la violencia como último recurso, cuando otros mecanismos no son suficientes para mantener la paz social y cuando se trata de casos que realmente lo ameritan. Es decir, cuando se trata de delitos. Y ni siquiera basta cualquier infracción a la norma. Es necesario que se trate de un hecho de cierta relevancia.  Es por eso que el gobierno se equivoca, primero porque reprime ante la mera manifestación popular, incluso utilizando fuerzas especiales en contra de comunidades desarmadas que buscan ser oídas; y segundo, porque el uso de la fuerza no soluciona el conflicto. Por el contrario, mantiene el status quo y evita resolver los problemas de fondo.

Por otra parte, vemos cómo los casos que son judicializados pocas veces terminan con alguien formalizado o condenado. Se indica como justificación que por clima de disturbios los funcionarios policías no pueden reunir pruebas suficientes. Acto seguido, los tribunales de justicia declaran las detenciones ilegales o absuelve a los imputados. Esta explicación de la autoridad resulta del todo desafortunada, pues si no existían pruebas para acreditar al menos preliminarmente su culpabilidad, nunca debieron ser detenidos. El resultado final es una vulneración permanente de los derechos fundamentales de los ciudadanos y una represión policial sin control jurisdiccional en la calle y en las comisarías (como ha sido denunciada por diversos organismos de DDHH).

Criminalizar a los movimientos sociales es desconocer un elemento central de la democracia, cual es la participación de los ciudadanos -la Libertad de Expresión y Asociación son garantías constitucionales, normas de mayor jerarquía y que guían el resto de la normativa chilena- Es la manera de cómo vamos construyendo el país que queremos, cuáles son los valores fundamentales de nuestra comunidad, ¿queremos o no lucro en la educación?, ¿queremos o no terminar con la pobreza?, ¿queremos o no reparar  a los mapuche por tantos años de abuso?.

Los movimientos sociales son una manifestación mucho más profunda que la propia causa que los agrupa, son una prueba irrefutable de que la comunidad sigue viva, que el amor fraterno abre la posibilidad de un mundo nuevo. Los movimientos sociales son en su generalidad creativos, honestos, receptivos, comprensivos y dinámicos. Es una profunda ALEGRÍA la que hace que no abandonen con la represión el sueño colectivo que pretenden alcanzar:  las ganas y confianza de vivir en un mundo donde las personas son felices y respetadas en lo común y en lo diverso.

El voto es importante, que mejor ejemplo que aquella elección inolvidable del año 88, pero hace rato que la ciudadanía ya estaba organizada y fue esa fuerza la que permitió terminar con la dictadura. Ahora, tenemos que organizarnos para deshacernos de otro tipo de ataduras. En un sistema electoral nefasto como el binominal, movilizarse resulta imprescindible. Por esta razón, el Estado en vez de querer aniquilar cualquier expresión popular debiera incentivar el debate y la inclusión de la comunidad en la toma de decisiones. Debe adoptar medios no violentos en la solución de los conflictos y permitir que la alegría, la justicia y el amor, vuelvan esta vez para quedarse.

 

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