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La escuela de Música de la Universidad de las Américas organizó un recital didáctico con Carlos Aguirre, músico litoraleño de Argentina, nacido en la ribera del río Paraná. En esta experiencia ofreció una forma de conversación  que entrelaza sus reflexiones  con la interpretación de otros compositores y sus propias obras, transitando entre la belleza y el afecto.

En el recital escuchamos las composiciones de los uruguayos Aníbal Sampayo (Río de pájaros, La cañera) y Leo Masliah (Coral); los argentinos Chacho Muller, de Rosario (Sentir de otoño); Linares Cardozo, de Entre Ríos (Canción de cuna costera) y otros. Y las de Carlos Aguirre: Sueño de arena, Pasarero, En la frontera, Pampa, Un pueblo de paso, Milonga gris.

Lo didáctico aquí fue una apertura. Aguirre contó acerca de su manera de enseñar a componer, describiendo un ejercicio en el que invita a los jóvenes  a crear música a partir de motivaciones visuales familiares: un horizonte, una calle de provincia o el sonido de un arroyo. Una imagen, un  pequeño y breve punto de apoyo del cual surgen músicas diferentes, suaves, ligeras o torrentosas. Los creadores, en general, pueden reconocer esta forma como experiencia espontánea. Lo valioso aquí es que nos damos cuenta de que puede ser transmitido.

También hubo enseñanzas en las respuestas a las preguntas de los asistentes. Cuando un estudiante lo interroga sobre la función social de la música, Aguirre habla del arte de la vida cotidiana y del valor de todas las personas y todos los oficios. Cuando un profesor lo interroga sobre su vida ejemplar, por su entrega tan completa a la creación musical, él habla de las dificultades de vivir, componer y llevar la música a los teatros. Cuenta la hermosa historia de su recorrido por pueblos y ciudades de Argentina buscando el apoyo de los encargados de cultura; de conciertos conseguidos después de muchos intentos y  largos viajes, sin grandes pagos y ninguna hospitalidad, que lo llevaron a dormir en los bancos en las estaciones de trenes.

Mientras Carlos Aguirre habla y canta, los asistentes viven el placer de la belleza y la convivencia humana. Ojalá que esta manera tan genuina y cariñosa de enseñar  sea emulada por otras escuelas que forman a nuestros artistas.

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