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Ha muerto quién fue  un hombre grande y afable, un notable futbolista y arquero. Como comentarista deportivo solía concitar sólo simpatías. Es que Sergio Livingstone -como diría el poeta Machado- era un hombre bueno en el buen sentido de la palabra bueno, más allá de las contradicciones propias de nuestra naturaleza y de las casi severas autocríticas que él se hacía. (Esta entrevista, del año, 1995, fue publicada originalmente en el libro Bolero de Almas: conversaciones de fin de siglo con viejos sabios, Lom Ediciones. Hoy, re.editada para sitiocero, aquí la dejo en su recuerdo).

 

– Una de las expresiones más bellas escritas sobre el fútbol es la del novelista argelino Albert Camus: «Todo lo que sé acerca de la naturaleza humana lo aprendí en una cancha de fútbol».

– Es una frase muy feliz. ¿Sabe lo que pasa? El fútbol es como la vida, quién se esfuerza avanza y triunfa, pero hay que esforzarse todos los días. Si uno comete una mala acción, lo castigan de inmediato -claro que en la vida a veces una mala acción puede pasar inadvertida-, si hay un foul, le llaman la atención, hay amarilla, hay roja, lo echan. Si hace algo bueno, viene el premio, el público, el aplauso, el abrazo, el gol. En el fútbol se enseña lealtad, a reprimir el mal genio. Entonces, todas las cualidades positivas que debe tener el hombre, son puestas a prueba ahí. He conocido a muchos jugadores de fútbol que en la vida son hombres buenos.

– ¿Qué otras cosas, además del fútbol, motivan a Sergio Livingstone?

– La familia, tengo dos hijos, dos nueras y cuatro nietos, y vivo alrededor de ellos. A esta altura de mi vida estoy al margen de la ambición, del halago y de la pretensión, si uno tiene un trabajo que le gusta y da para vivir bien y ayudar a los míos, no pretendo más. A mí nunca me aburre mi profesión. Me canso a veces, hay algún partido peor que otro, pero trabajo en lo que me ha apasionado desde que tengo uso de razón. Entré a estudiar derecho y lo dejé por el fútbol.

– Usted estuvo interno en el Colegio San Ignacio e imagino que allí jugaba fútbol.

– Sí, y en un patio el arco estaba pintado en la pared como un frontón. Cuando el tiro iba desviado, pegaba en el frontón y volvía a la cancha, pudiendo los delanteros rematar de nuevo. Entonces era, impensadamente, un ejercicio fantástico de reacción. Yo jugué desde los nueve años al arco.

– ¿No habrá sido porque muchos niños que no juegan bien adelante se «refugian» en el arco?

– Sobre todo cuando uno es gordito, le dicen: «Oye gordito, ponte al arco». Pero no, yo jugaba bastante bien adelante. Mi padre fue clave en esta herencia deportiva. El fue árbitro internacional de fútbol, fue promotor de peleas de box. El hombre era muy gringo, nacido en Inglaterra, pero muy chileno al mismo tiempo. Le gustaban las mujeres, el cacho, el bar, era trasnochador y bohemio.

– ¿Como los periodistas de esos años?

– Claro, porque los diarios los cerraban muy tarde.

– Usted fue hijo de padres separados en una época en que la separación era algo extraño.

– Era un terremoto.

– Hoy la separación se ha extendido y la vivimos con tristeza por el dolor de los hijos.

– Es realmente un shock para los hijos. En mi época era una vergüenza. Los niños eran tan imprudentes y me decían: «Oye, ¿cómo tu padre vive en Santiago y ustedes viven acá?» No recuerdo cuando mi padre se separó; yo tendría cuatro o cinco años.

– Pero él estuvo presente.

– Lejanamente presente. El vivía en Santiago y nosotros en Quilpué. Ahí veíamos muy poco a mi padre. Pero después tuvo que estar. ¿Sabe por qué?, porque mi madre murió cuando tenía once años. Claro que él nos puso internos en el colegio San Ignacio.

– ¿Con esa vida cómo lo marcó su propia separación?

– Sufrí mucho. Cuando me casé dije: jamás me voy a separar. Pero como la convivencia es muy complicada. igual yo me separé. Claro que yo no quería dejar a mis hijos, los veía todos los días y me los llevaba los sábados a dormir conmigo.

– ¿Tal vez la culpa?

– Tal vez, o saber cómo iban a sentir ellos, comparándome conmigo, que me sentí desprotegido sin la presencia de mi padre. Antes de venir a conversar con usted, vino un hijo a almorzar conmigo; a ellos, ya grandes, cuarentones, les doy un beso.

– ¿Qué consejo diría usted para evitar las separaciones?

– Que hay que hacer igual como cuando se corren cien metros: hay que entrenarse, estar preparado y tener condiciones. Uno se casa porque hay una atracción física, de piel, y uno cree que es fundamental; sin embargo, después, cuando pasa la atracción física hacia una mujer, o cuando se aterriza, se empieza a conocer el carácter, las mañas, la dificultad de la convivencia. Los grandes amores se mueren con la convivencia.

– Por eso importa la sorpresa, llevar la magia cotidiana a la relación.

– Sí, y es esa gente la que aguanta más. Yo fracasé en mi matrimonio, entonces quise parchar con una entrega a concho a mis hijos.

– Usted hace años sufrió una enfermedad al corazón. ¿Hizo en ese momento algún balance vital?

– Sí, una tremenda enfermedad es importante a la edad que tengo. Uno no puede girar tanto tiempo, ya no me hago expectativas. Eso ocurrió luego que un día me dio un ataque, un infarto muy severo y sin darme cuenta estuve seis horas y media en una operación.

– ¿Tuvo miedo?

– No. Después de la operación tuve la sensación de que había vuelto. Es como la muerte, en esas siete horas no sé qué pensé, qué hice, nada, no sé, lo único que sé es que me abrieron de arriba a abajo. Entonces, cuando volví dije: por lo menos estoy vivo. Así que me levanté y cambié mi vida, fíjese. Me di cuenta que estaba equivocado, que no disfrutaba bien la vida, que carecía de libertad.

– Eso es muy íntimo. Quien ve a Sergio Livingstone en la televisión desde hace años, siempre ve a un hombre tranquilo y de éxito.

– Es que pasé una gran crisis. Cuando volví de la anestesia decidí separarme de mi segundo matrimonio, de una mujer que adoré durante 32 años. Ella tuvo una parálisis en la cara, era muy hermosa y quedó muy afectada, y le cambió todo, la forma de ser, el carácter, entonces se hizo insostenible nuestra relación habiendo mucho amor. Yo la quiero mucho e incluso ella me llama hasta el día de hoy; pero pos operación me dije: «Hace tres años que estoy en qué, no he ido a ninguna parte». Vivía encerrado, no recibíamos amigos, no teníamos relación. Fue difícil, pero reflexioné: «Dios mío, si estoy vivo por milagro, ¿cuánto más voy a estar vivo?» Saliendo de la clínica me separé, no volví a mi casa.

– ¡Qué decisión!

– Fuerte. La verdad es que no he contado nunca estas cosas. Es que yo tengo la imagen laboral que todo el mundo me ve. Ese aspecto siempre me ha dado satisfacciones. Como que he tirado una línea divisoria gruesa entre la actividad laboral, que es el amor de mi existencia, y la vida privada. En mi vida privada me he equivocado mucho.

– ¿No mira con preocupación el cambio en el futbol desde un espectáculo lúdico y con valores al actual espectáculo industrial? Usted ayer jugó por amor a la camiseta, hoy, en cambio, los jugadores son atletas «hechos» por terapeutas físicos y juegan casi sin expresar amor por su club, sino por el sueldo. El fútbol ya no es un juego, es un negocio.

– Claro, si usted mira los mundiales da la impresión que todo está distorsionado. Pero no olvide que nadie comenzó a jugar fútbol para llegar a ese punto. Antes del negocio profesional todo ha sido amor al juego, pura entretención, y eso es lo que no hay que castrar del fútbol, esa es la base de la pirámide que culmina con los elegidos. Y como los elegidos son cada vez mejores se piensa en seguir mejorándolos con terapeutas, psicólogos, en fin, con una maquinaria que se armó por el interés mismo del fútbol. Ese círculo vicioso positivo está haciendo que el fútbol sea cada vez más competitivo y más rentable. En ese ámbito se mueve el futbolista y él no fija esas leyes del juego, sino que él tiene un gran período tierno, rosa, puro, lindo, que, desgraciadamente para él si es muy bueno, termina en lo competitivo.

– ¿Cuál fútbol le gusta más, el intuitivo de los latinos o el racional de los europeos anglosajones, alemanes y nórdicos?

– No es fácil la respuesta. El Mundial de México del 70 marcó un hito. Ahí hubo un equipo brasileño de artistas, una joya con Pelé, Tostao, Gerson, Jairzinho, Clodoaldo, etcétera, que le hizo cuatro goles en la final a Italia. Entonces en Europa dijeron esto no puede ser, ¿qué hacemos? Y salió la naranja mecánica holandesa de 1974 que no fue campeón de mala suerte, todos corrían, marcaban, volvían, defendían. Es una gran responsabilidad de los técnicos, de los que dirigen si quieren ganar de cualquier manera en este juego tan profesional, sin considerar la belleza.

– En el fútbol actual la violencia de las barras organizadas es una realidad.

– Me molestan esas barras. Hay falta de conducción. Estas barras mal llamadas organizadas son un cáncer para el fútbol.

– Pero existen, ¿por qué?

– Porque la gente que maneja este espectáculo no tiene el suficiente fervor por el deporte para corregirlas. Nadie ha sido capaz de ponerle el cascabel al gato, ni la Asociación Nacional de Fútbol Profesional, ni los clubes. Cuando hay un lío van al Ministerio del Interior, siendo incapaces de resolver el problema desde su actividad. Si ellos no les dieran entradas, si no les dieran plata para ir a provincia y al extranjero, adonde van sólo a dar un espectáculo lamentable; son de pelo largo, mal vestidos, los tipos toman, se desnudan, gritan. Su única belleza es la vitalidad, diría.

– Además muchos jóvenes no tienen otros espacios de pertenencia, ahí se identifican, hacen «familia» y se agrupan.

– Pueden ser alguien y decir lo que les da la gana, pero insisto en que hay un nivel directivo que desconoce absolutamente su responsabilidad.

– ¿En el siglo quién fue mejor: Maradona o Pelé?

– El mejor jugador fue Di Stefano.

– Me sorprende. ¿Ni Maradona ni Pelé?

– No, aunque los dos fueron fenomenales. Pero Di Stefano como jugador era goleador, era rápido, era resistente, era elegante, ayudaba a sus compañeros, iba atrás, iba adelante, triunfó en todos lados donde jugó. A él le faltó la televisión, le faltó esta cosa actual.

– ¿Y el jugador chileno mejor del siglo?

– Elías Figueroa, triunfó en Uruguay y en Brasil, cuando ambos países eran la meca del fútbol, y triunfó en mundiales.

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