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“La Pasionaria” fue nominada a los premios Altazor como mejor dramaturgia. La verdad no importa si ganamos o no. Nos encantó estar nominados. A todos nos gusta ser reconocidos por otros, sobre todo a nosotros los creadores y creadoras de esta tierra tan mala para reconocer al otro, a la otra. Y digo que “nos” encantó porque las obras son creadas por comunidades artísticas, miles de almas y lenguas que vienen conspirando desde tiempos remotos para que esa obra sea lo que es en su hondo, ancho y alto. “La Pasionaria” es hija de muchos y muchas, hija reconocida y bastarda. Por de pronto de los pobladores y pobladoras de La Victoria, la 6 de Mayo, Santa Elena, Lo Hermida, ex Nueva La Habana. Seres humanos con identidad y cultura específica, con padres y madres, con paisajes y vidas, que abrieron sus casas y su memoria para volver a recorrer, junto a nosotros y nosotras, el camino que hicieron tras el anhelo de tener casa y de vivir dignamente en un mundo donde sus hijos e hijas tuvieran educación, salud, alegría, acceso al arte, posibilidad de formar parte de la poética que convierte a los países en países de seres humanos que abrazan el goce de estar vivos y estar vivos juntos. Nos queda preguntarnos que quedó de todo aquello para ser rescatado, qué aprendimos durante el viaje y para que este alimente la gesta humana que aún no termina de soñarse y convertirse en comunidad nacional. Será para la próxima obra.

Pero “La Pasionaria” también es hija de nuestro colectivo, Aracataca Creaciones, con nombres y apellidos: Aníbal Pinto, mi hermano cómplice de tantas travesías, Carmen María Swinburn, Paola Lara, Mariela Rivera, Vicky Silva, Pamela Albarracín, Carolina Carrasco, Pablo Fuentes, Daniela Jiménez, Bárbara Wilson, Adolfo Sáez, Leonel Arregui, Nelson Vera, Graciela Morales, Diego Manuschevich, Marcos Salazar, Paula Castillo, Koke Velis, Daniela Vargas, Irina Gallardo, Sergio Stevenson, Loreto Salinas, Jorge Cerda, Guido Reyes, Francisca Laso. “La Pasionaria” se gestó en ese vientre común, en las alegrías de los encuentros y en la frustración de los malos ensayos, en los vinitos locuaces que tomamos, los completos devorados, las conversaciones delirantes a la hora que despunta el alba en las que conjugábamos versos, melodías, viajes al corazón de la ternura. Desde ese calor que nos creció de a poco, emergieron palabras, imágenes, rutas.

“La Pasionaria” también  es hija de escritores y escritoras que leímos ávidos para comprender los misterios y asombrarnos con las bellas palabras arrojadas para lenguajear Chile y comprenderlo en sus claros oscuros, de los pensadores, de las amigas y amigos que nos hablaron y opinaron y miraron generosos, de nuestros padres y madres, de los hijos e hijas, de la cordillera de Los Andes y el Océano Pacifico que muchos y muchas de las pobladoras nunca conocieron, de las tres Marías y la Cruz del Sur, de las películas que vimos.

Y, vuelvo al principio, lo que más nos encantó fue estar ahí con todos y todas estas autoras y autores, formando parte de la comunidad de artistas del país por hacerse. Felices de que en la pantalla estuvieran las fotos de ese pueblo gozoso que miraba desde el blanco y negro, estar ahí con las banderas que marcaron territorio libre, con nuestra energía, con la música y el clamor del otro mundo invisible, hoy por hoy, en escenarios y espacios públicos.

“Y en se momento no éramos ni chunchos ni colocolinos, ni huincas ni mapuches, ni católicos, ni evangélicos, éramos uno, uno con todo lo que existe.”

Las obras teatrales, el arte en general, forma parte del tejido sutil que hilvana el tapiz que se nombra país y otro motivo de regocijo fue saber que, contra viento y marea, se premia a la memoria que re-construye Chile a costa de las voces agoreras que hablan de que hay que dejar en paz lo que fue para hacer futuro. Justamente los creadores y creadoras nacionales se sumergen en un pasado a desentrañar, desde otros signos y lecturas, el tejido que nos debemos, un tejido amplio, por el que entre el viento por los cuatro costados del ser y devele profundamente lo que somos. Nuestras creadoras y creadores facilitan el rito indispensable de limpieza que sanará y está sanando el alma de un país roto en partes, en jirones aislados que aún no logra integrarse para ser, por fin, comunidad nacional.

Finalmente agradecer a Radio Cooperativa que trasmitió esta ceremonia por Internet permitiendo, en alguna medida, que el pueblo de Chile conociera a sus artistas y lo que están haciendo, permitiendo que nuestro pueblo sepa que hay un mundo más allá de lo que los trasmisores de comunicación intentan inocularnos a diario sin piedad. No hubo un solo canal que visibilizara estos premios Altazor, ni siquiera TVN, canal público que muestra al presidente y su ministro comiendo en la casa de una pobladora y que, mañosamente, aprovecha esta instancia para promocionarse frente al país. El arte y la cultura, constructoras de identidad y memoria, debieran ser protagonistas del único canal público de la nación.

 

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