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He estado leyendo Espejo Retrovisor, de Anne Marie Hoffa. Es un libro de memorias familiares, que abarca eventos en Alemania, antes y durante el nazismo, y otros en Chile, desde fines de los años 30.

No se trata de quedarnos fijados  en el pasado, ni tampoco que éste sea idealizado, pues todos los tiempos tienen signos opuestos que conviven. Sin embargo, al conocer la vida cotidiana de una familia cristiana, de origen judío, en Alemania, reconozco muchos rasgos de la cultura en mi propia familia y entorno: los juegos, las celebraciones, una forma de sana austeridad, la educación destinada a asumir la responsabilidad individual. Y yo crecí en otro país, en otra tradición y en otra época.

Dice la autora: “el comportamiento en la mesa era controlado: no se habla a menos que debas responder una pregunta, se come con la boca cerrada, se come todo lo que te han servido,(…) no se apoyan los codos en la mesa”. Es decir, respeto a los mayores, consideración de los demás, comportamiento digno. Recuerdo esas mismas reglas en mi casa, excepto que en nuestras  conversaciones no había restricciones y todos tomábamos la palabra animadamente, pero claro, una generación más tarde.

Cuando dice, “Nos instalaban frente a la radio para escuchar alguna ópera, y para entenderla mejor, nos armaban con los libretos”, yo recuerdo muchas actividades como ésas. Por ejemplo, estar con mis hermanos reunidos en torno a nuestros padres, para escuchar la lectura de algún libro y comentarlo. También un juego de creaciones colectivas, en que ideábamos las historias entre todos. O pasar horas juntos, explorando una enciclopedia, o mirando mundos diminutos con un microscopio. Actividades simples  y cálidas que generan conversaciones y entusiasmo por el conocimiento, la ciencia y el arte.

Cuando las memorias de Annemarie avanzan en el tiempo, podemos ver que el resultado de esa manera de construir familias,  donde se combina el afecto, la formación y la disciplina –en el sentido del respeto a si mismo-, es el desarrollo armónico de las nuevas generaciones. Esa forma de relacionarse en torno a valores y principios nobles es universal  y es un modelo más cariñoso y luminoso, además de posible.

Estos relatos familiares son archivos vitales que posibilitan una transmisión entre generaciones. Cuando el periodo que vivimos parece tan desolador, escuchar historias de cómo podemos convivir de una manera distinta, nos alienta y nos devuelve la esperanza de recrearlas, construyendo sociedades humanas iluminadas.

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