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De tan ruidosos que son estos tiempos ya sobrevuela el pájaro enorme surcando los cielos. ¿Escuchan el batir de sus alas removiendo las hojas de este otoño?

Lo hemos sentido avanzando,

(también en las tierras de adentro)

sumergiéndonos en el hechizo de las hadas malas de los cuentos de la infancia.

(Se siente el frío que cala los huesos en las noches)

Pocos se detienen un instante a escuchar el habla del silencio,

de ese,

del otro,

del fecundo,

el silencio que es caldera.

Es tiempo de amenazas, de vacíos irremediables repletos de millones de cosas, de inventos que son superados en un mismo respiro por nuevos inventos. Millones de cabezas gachas, rostros iluminados por el destello de diminutas pantallas que reproducen a toda velocidad millares de mensajes cortos y cifrados:

Lo sé todo,

me conecto con todo,

estoy pendiente,

prendida del ruido,

de la interferencia,

de la novedad.

Estoy ávida de más cosas que asoman por mi maquinita deslumbrante, impecable, que brilla.

Maquinita mía y solo mía, te domino con un dedo ágil, adiestrado. Eres bella, mi princesa tecnológica, muchacha inteligente,  lo haces todo.

 

Más y más información derramándose, viviendo y muriendo en un segundo fugaz.

Encandilada, cautiva, secuestrada por dragones technicolor japoneses, gringos, modernos, creados por la mente humana para seguir inventando novedades esplendentes para que las compremos y queramos otra de inmediato, otra que nos satisfaga aún más y más y me perfile y me devuelva la imagen de lo que soy frente al mundo.

Yo grande, imbatible, alguien, un yo que importa, visible.

Nada me satisface, todo podría ser más, mejor, más placentero. Yo, yo, yo, enorme, sola, pendiente de lo que sí y lo que no, para mí, de lo que quiero, como dios omnipotente, como principio y fin del mundo.

Humano, no te veo, no converso, es el encuentro sin manos, sin tu respiro y tu aroma, sin tu piel erizada por las tres cosas que hilvané esa tarde abril en que un colibrí se posó largos segundos en mi ventana. Sin las tres gotas que provenían del paisaje abismal de ese silencio perdido.

Mi conversación y la tuya y la de todos, extraviada. La larga, la de los caminos que se hacen en tres o cuatro tiempos, la conversación que se inicia en la cavidad de mi boca-alma y continúa en la tuya y la de tantos.

La de hoy, mediatizada por las corrientes invisibles de ideas fugaces que mueren rápidas y nacen otras, destellando las pantallitas perfectas, asombrosas con sus casitas que abren mundos infinitos. Ellas, las hermosas, cautivándome el alma, el pensamiento, cifrándome en las 125 mil líneas por minutos.

 

Añoro el silencio, el otro, aquel, el que me relativiza y no importa que lo haga. Añoro mirarnos desde ese silencio.

Y hablar desde la quietud.

Y hablar desde la otra conexión.

Dejarle una rendija al corazón, a la intuición.

Darle una rendija a la yema de los dedos, la redonda con mil líneas mundos que hablan de la historia del universo.

Dejarle una rendija a la punta de la lengua, a los vellos en la piel avisando de otros acontecimientos que construyan, también, ideas, conversación humana.

El siglo XX se sumergió en esas aguas luminosas en las que nadaban peces coloridos, palabras sagradas, los grandes discursos que inspiraron y separaron a la humanidad, oraciones y mundos que intentaron el gran salto de conciencia que permitiría el fin de la tristeza profunda que arrastramos como especie. La tristeza que emerge del  miedo a ti, miedo a que no me quieras, miedo a que me destruyas, miedo a lo que más y más profundamente añoro, en el fondo, oculto en las vísceras: El Komein, la comunidad, el Yo preñado por el nosotros, el nosotros, el fin desafiante de la soledad.

Cae lluvia delicada de palabras: Diversidad, inclusión, intercambio, respeto, te amo, amor y en ti me amo.

La sabiduría de los mapuches asoma: Amor: Veo mi propia luz al fondo de tus ojos. Amor: La energía que todo lo vincula. Para conjugar ese verbo solo queda recoger la invitación al silencio en medio de la ráfaga.

En tiempo de terremotos y catástrofes y mundos que se caen, la transformación de la conciencia nos convoca, nos urge y enciende, en mí, la nostalgia apremiante del futuro que se teje aquí y ahora.

 

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2 Comentarios sobre “Buscando a Recabarren

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