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La turbulencia del proceso electoral en México nos tiene expectantes, intranquilos y muchas de las veces, muy confundidos y paranoicos.

Ya desconfiamos hasta del vecino, aunque sea uno tan distante como Chile, porque la visita de Camila Vallejo rasgó vestiduras constitucionalistas que invocaron el respeto al artículo 133 que se refiere a la no intromisión de extranjeros en asuntos internos que sólo competen a mexicanos. Camila sólo vino de visita, no arengó, ni convocó, ni siquiera opinó sobre este maremágnum.

Pero más significativo fue el sacudón de los entretelones de la movilización ciudadana, como el Movimiento estudiantil “Yo soy 132” , que en esta víspera de comicios está en calma. Camila Vallejo habló de que también en Chile los jóvenes asumen consciencia de su papel en el cambio del estado de cosas, de su realidad en este gobierno.

A mi parecer, la conversación sincera sobre nuestra realidad, desprovista de fines partidarios, tiende un puente maravilloso (un vaso comunicante) entre naciones, disímbolas quizá, pero igualmente humanas. Y si esto pasa entre vecinos distantes, por qué no buscarlo al interior de nuestro pueblo; es preocupante el clima de enojo, crispación y desconfianza que se respira en este país. Más que el día de la elección, me preocupan los días siguientes.

Los daños al tejido social luego de episodios que polarizan tanto, como una elección plagada de reclamos, señalamientos y advertencias, sólo se subsanan con la recuperación de una comunicación social con mensajes fraternos y conciliadores, cuyo imperativo ético es ineludible.

Se necesita pensar y poner en marcha una comunicación para la paz.

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