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Antes de la irrupción de los medios de comunicación social de carácter masivo, y la industrias asociadas a ella, especialmente la musical y de la imagen (cine, tv, revistas), el principal registro de la forma de vivir de las personas, de sus costumbres, vivencias, cotidianeidad y motivaciones más profundas era la literatura.

Si  bien el trabajo historiográfico nos permite reconstruir los procesos, sistemas sociales y económicos característicos de una época, era la literatura quien nos permitía cerrar el círculo de la visión final e integral sobre aquellas sociedades y sus modos de vida. En cierta forma, la poesía  de una ciudad  o cultura, en cuanto a significado de la vida, es mejor indagarla en los grandes libros de novelas y relatos, que como testimonio de cada época han dejado los escritores  que cada tiempo ha ido resaltando como su narrador profundo, más que en los libros de historia.

Así como Bocaccio fue quien mejor nos describe en su Decamerón a la sociedad medieval acechada por sus propias inconsistencias, como por los peligros que anuncian su destrucción, expresados en la plaga que asedia a los cuentistas que se encierran a esperar el fin.

La sociedad inglesa del siglo XVIII no se entiende sin la lectura de Jane Austeen en sus novelas de Sensatez y Sentimiento o Juicio y Prejuicio. La sociedad victoriana del siglo XIX se revive cada vez que se leen las novelas de  Charles Dickens y su cuadro de explotación y desigualdades en medio de una sociedad en plena revolución industrial.

¿Quién mejor que John Dos Passos para explicarnos a la sociedad norteamericana a   inicios del siglo XX, tan bien reflejada en su Manhattan Transfer?.

Respecto a la segunda mitad del siglo XX  y al siglo que vivimos, no queda duda, que la pequeña historia, aquella que se refiere a las personas concretas, a sus razones y sentidos, sus sueños, motivaciones, dificultades y luchas, deberá construirse revisando la música popular, el cine y la televisión.

La música popular, y su derivada más relevante en formato medial, el video clip, será el registro fundamental para reconstruir nuestra sociedad. Eso será en el fututo, en el presente, sirve para tener una cierta poética, que  lima las asperezas de la vida.

Basta viajar en cualquiera línea de metro en Santiago y advertir que la mayoría de las personas viajan premunidas de sus audífonos escuchando una música que seguramente permite hacer menos dura y tediosa la existencia.

En lo particular, pretendo generar un cuadro, seguramente parcial, sobre la música inspirada en Santiago y cómo ella ha reflejado la sociedad y sus problemas, sobre cómo los músicos han visto esta ciudad y cómo han logrado desarrollar una cierta poética, que literariamente la capital de Chile nunca logro cimentar, a diferencia de Buenos Aires, Lima, Nueva York, o Madrid, por citar algunas de las ciudades donde poetas y escritores, como Borges, Vargas Llosa, Francis Scott Fitzgerald o Miguel Delibes, centraron sus historias más relevantes y le dieron una trascendencia superior a esos territorios citadinos donde desarrollaron sus historias.

El primer paso para abordar un recorrido por la geografía musical de Santiago es aproximarse a la principal obra de la comedia musical chilena, “La Pérgola de las Flores”, producto de la genialidad de Isidora Aguirre y musicalizada por Francisco Flores del Campo. Presentada por primera vez en 1960, está ambientada en 1929 y relata un hecho verídico, cual fue el intento de la Municipalidad de Santiago por ensanchar la Alameda y erradicar la Pérgola que existía afuera de la Iglesia de San Francisco. La obra relata  la defensa que hacen las pergoleras de su fuente de trabajo y el apoyo que reciben de los estudiantes (un verdadero movimiento social), que se opone a las maniobras del acomodaticio alcalde ante el dilema del progreso a costa de las personas, protegiendo espurios negociados de la aristocracia. Los cuadros que presenta la obras son vívidos de la cultura popular (“Quiere Flores”), el enfrentamiento  de la vida urbana con la rural (“Yo vengo de San Rosendo”, y “Campo Lindo”), la siutiquería de la aristocracia santiaguina (“Je suis Pierre”), la dureza de la vida bohemia (“Tonadas de Medianoche). La obra es musicalmente muy interesante por la mezcla de ritmos y los personajes que describe (Carmela, Tomasito, La Madrina, el Alcalde, Doña Laura, etc.) y es una escenificación no sólo costumbrista, sino que social  de un Santiago que va camino a ser una metrópoli.

El segundo tema con que debemos recorrer Santiago es una cueca de Segundo Zamora, que compuso a mediados de los años 40, “Adiós Santiago Querido”. Con esta cueca se puede ir haciendo un verdadero tour por los lugares y sitios  populares que bullían a mediados del siglo XX, cuando la ciudad ya era una metrópoli y se estaba en plena modernización. Esas estampas descritas en la cueca ya casi no existen.

El tercer tema imprescindible apara aproximarse a Santiago es “A mi ciudad” de Santiago del Nuevo Extremo, grupo que la editó en 1982, en plena dictadura musical. Es una canción de profunda melancolía y de intensa poesía. Describe una ciudad herida y lastimada, a la cual “le robaron sus noches”, clara alusión al toque de queda y el estado de sitio. Relata de manera metafórica el golpe militar, la persecución, y el destino de una ciudad que no quiere ser cerro, pero tampoco conoce el mar. Parece casi una canción religiosa, de hecho aún es utilizada en muchas liturgias católicas.

Otras visiones, sobre la misma ciudad acorralada y angustiada, es la que nos entregan los cantautores Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. El primero compone “Yo Pisaré las calles nuevamente, como canto de esperanza donde Santiago volverá a ser libre, mientras que Rodríguez en “Santiago de Chile, señala que la lucha social logrará mantener viva la imagen del Presidente Allende luchando en La Moneda bombardeada.

Antonio Prieto editó en 1975, a  su retorno al país, “Huija, un tema musical de  carácter autobiográfico, donde describe el Santiago de los años 40, especialmente el sector Club Hípico y las pescaderías que ya no existen en Salvador Sanfuentes.

Víctor Jara incluyó en 1972 en su LP La Población el tema Luchín, donde pinta un retrato emocionado y dramático de la pobreza del Santiago pobre y semirural de  finales de los años 60, especialmente en el sector de Barrancas (hoy Pudahuel, Lo Prado y Cerro Navia), donde un niño de unos 4 años sobrevive dentro de la miseria más absoluta.

Años más tarde, bajo la dictadura, fue el Grupo Schwenke y Nilo que al alero de la Agrupación Cultural Universitaria (ACU), en los Galpón de la Parroquia Universitaria (Plaza Pedro de Valdivia) dio a conocer una visión estremecedora de la  situación de la infancia en condición de pobreza. El Viaje, describe el contraste entre la realidad de los niños que aspiran pegamento en las poblaciones y duermen afuera de las estaciones del Metro y la prosperidad de la economía que propaga el Gobierno, ante una población alienada por el fútbol y la televisión.

No obstante, la visión más poderosa de unan ciudad devastada, segregada, que ha relegado a sus pobres y trabajadores, la entregan el grupo Los Prisioneros. Ellos son testigos de cómo San Miguel pierde sus industrias y cómo la cesantía y la pobreza pauperizan los antiguos barrios obreros de Santiago durante la dictadura. En “Muevan las Industrias” y “El Baile de los que sobran”,  quedan en evidencia la situación social que produjo la implantación del modelo neoliberal en  Santiago y sus habitantes.

La visión de Santiago en democracia, sigue siendo una perspectiva triste y melancólica, como las de Illapu en “Vuelvo”,  “Un Poco de mi vida” y  “Lejos del amor”,  estamos mejor, pero sigue la desigualdad, los pobres, los niños abandonados y la riqueza  no llega a todos.

Una perspectiva del Santiago urbano, marginal y emergente es la que nos presenta DJ Raff & Soli di Medina en su “2001” apoyado con una video clip notable, del cual emerge una visión tremendamente compasiva de nuestra capital.

A esta geografía musical le faltan muchos más, pero será materia de otra reflexión y de  los propios lectores completar este mapa.

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