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Así como las empresas compran espacios para relacionarse con sus clientes,  muchos políticos  sobreviven gracias a los segundos que logran aparecer en la pantalla chica. No se puede salir en televisión hablando de temas “complejos” y “aburridos”. El canal tiene que “velar”, según confiesa el Director General de TF1, porque los televidentes se mantengan con el “cerebro abierto” frente al televisor para ver y escuchar los mensajes de los avisadores.

Los políticos adaptan su lenguaje y sus argumentos al formato y a la velocidad que les impone la televisión. Frases cortas, de no más de veinte segundos, que no permiten analizar un problema y plantear matices. Es más probable aparecer en la pantalla si se ofrece una afirmación categórica, golpeadora, ojalá conflictiva; la reflexión no “entretiene”. Los líderes se adaptaron al lenguaje de “frases para la tele”, los telespectadores se acostumbraron a escucharlas.

Frente a esto ¿cómo pueden saber los ciudadanos si hay algo más allá de la sonrisa del candidato “telegénico”? ¿Le interesará a la mayoría de los políticos desarrollar ideas más profundas o de mayor alcance, si finalmente el asunto se zanja en el minuto televisivo?

La televisión ha simplificado y reducido la calidad de la conversación pública precisamente cuando la humanidad más la necesita. Los desafíos son gigantescos en el medio ambiente, la energía, la alimentación, el agua, las migraciones…

La construcción de alternativas requiere procesos de debate sofisticados que a la vez integren y eduquen a grandes comunidades en la solución. La paradoja es que para ser parte de la agenda pública y “existir en el mundo”, el proceso de discusión debe estar en la televisión, cuyo filtro, por décadas, ha reducido la riqueza de la conversación.

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