Compartir

En algunos bares, cafeterías y tiendas del sevillano barrio de Triana comienza a proliferar un cartel que dice: “Prohibido hablar de la cosa”. Si te diriges al propietario y le preguntas por el sentido del mismo, te explica que está harto del pesimismo que todo el que entra en su establecimiento trae con él: “la cosa está fatal”, “hay que ver cómo está la cosa”, “la cosa va cada día peor”, “ozú como está la cosa”.

“La cosa” no es otra cosa que esa crisis en forma de estirada W que está empezando a amargarnos la existencia. De la crisis a la depresión existe una distancia que es importante no recorrer. Incluso en términos económicos, la recesión no se alcanza técnicamente hasta que se enlazan tres trimestres seguidos con crecimiento negativo del Producto Interior Bruto (PIB). Sin embargo, en términos psicosociales una depresión colectiva sería mucho más dañina que un largo período de dificultades económicas.

Los españoles, muy particularmente los andaluces, tenemos una virtud muy recomendable para combatir los efectos de la recesión/depresión: un agudo y saludable sentido del humor. Esa virtud tiene, además, una gran ventaja sobre el desánimo: es más contagiosa. Con su enorme potencial y velocidad de comunicación, las redes sociales contribuyen al contagio exponencial de hechos, ideas y sensaciones. Y la suma de todas ellas acaba creando un sentimiento colectivo que impregna a las comunidades en cada momento de su historia.

La crisis está muy presente en Twitter y Facebook. Miles de ocurrencias, la mayoría de ellas ingeniosas, circulan por las redes y, cual Danacol, logran arrancar una parte del colesterol malo de la pared de las arterias que llevan la sangre desde el corazón a los músculos, desde el órgano que acelera los sentimientos hasta la fibra que debe ejecutar las órdenes recibidas. El buen humor se comporta como esos esteroles vegetales que bloquean parcialmente la absorción del colesterol y facilitan al organismos su eliminación.

Cierto es que el garbo no puede sustituir al trabajo bien hecho y al talento, palancas esenciales para invertir una curva que, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional, apunta hacia un pozo del    -1,7 % en 2012 y del 1,2% en 2013. Pero no es lo mismo cumplir con el deber con una sonrisa que hacerlo con una mueca de disgusto en el rostro. El buen talante es síntoma de optimismo, del que necesitamos ciertas dosis para sazonar la cruda realidad y cocinar así un plato que sea más digerible.

Un sentido guasón que debe incluir el reconocimiento de nuestras propias debilidades, en un ejercicio pedagógico destinado a provocar que se actúe sobre ellas. Y también una carga de ironía, siempre síntoma de inteligencia.

Esta crisis de la que nadie nos sentimos autores ha llegado cargada de desesperanza. Habla en varios idiomas, pero sobre todo se expresa en español. Afortunadamente, el país ha hecho acopio de suficiente chispa y alegría para contrarrestar el desánimo que cunde en nuestro entorno o en nosotros mismos. Nunca ha sido más verdad aquello de que “a mal tiempo, buena cara”.

Y también podríamos aplicarnos los tres principios básicos que impregnan una buena estrategia: “No darse nunca por vencido, explotar lo inevitable y, sobre todo, no situarse nunca entre el perro y la farola”.

Nota del autorEl sentido del humor es compatible con el sentimiento de solidaridad hacia todas aquellas personas y familias que, como consecuencia de la crisis, no tienen motivo alguno para esbozar una sonrisa.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *