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El enjambre está desorientado. Las señales que deberían indicar cuál es el camino que conduce al final de esta pesadilla son equívocas e incluso contradictorias. ¿Austeridad o estímulo? ¿El modelo norteamericano o el calvinismo centroeuropeo? Al déficit de feromonas ideológicas se suma la escasa fecundidad intelectual de las reinas de un hormiguero que comienza a poblarse de frustración. ¿Dónde está la salida?

Tal vez la pista más fiable se encuentre en la naturaleza.

James Kennedy definió en 1981 al enjambre como “una población de elementos interactuantes que son capaces de optimizar un objetivo global a través de la búsqueda de la colaboración en un espacio”. La propiedad básica del enjambre es la auto-organización. Los miembros siguen reglas simples y, aunque no existe una estructura de control que dictamine la conducta de cada uno de ellos, las interacciones locales conducen a la emergencia de un comportamiento global complejo.

En su libro “The perfect swarm: the science of complexity in everyday life”,Len Fisher señala tres condiciones básicas de una organización tipo enjambre:

  • La separación o repulsión de corto alcance, cuyo fin es evitar la congestión entre vecinos.
  • El alineamiento, que invita a cada individuo a alinearse de acuerdo con el promedio de los vecinos cercanos.
  • La cohesión o atracción de largo alcance, que consiste en mantener una distancia promedio del centro de gravedad de la manada.

Tres reglas muy sencillas que proporcionan al hormiguero las virtudes de la flexibilidad, la fortaleza y la auto-organización.

  • La flexibilidad induce al grupo a adaptarse muy rápidamente a los cambios del entorno.
  • La fortaleza permite que el colectivo pueda seguir desarrollando sus tareas aunque uno o más individuos fallen en la suya.
  • Y la auto-organización aporta la ventaja de hacer innecesarios la supervisión y el control de arriba hacia abajo.

Un hormiguero es un buen ejemplo para entender la inteligencia del enjambre. El lugar en el que habita una colonia de hormigas está formado por un conjunto de túneles, entradas y salidas y cámaras de cría, almacenamiento y acoplamiento. La comida es recogida por las obreras en el entorno circundante del hormiguero e introducida de una forma organizada y sistemática. Cada hormiga sabe dónde se encuentra la comida y el camino de vuelta a casa porque sigue un rastro químico, fruto de la secreción de feromonas, cuya intensidad determina la distancia y la cantidad de alimento.

Las reinas, a su vez, tienen como única misión asegurar la continuidad de la especie mediante la reproducción. Esta tarea explica que sean más grandes que otras castas, dado que su abdomen y tórax están mucho más desarrollados. La mayor parte de los huevos puestos por las reinas se desarrollan para producir hembras estériles sin alas, es decir, obreras.

En la mayor parte de las especies de hormigas, grupos de nuevas reinas y machos alados abandonan periódicamente el hormiguero para aparearse. Los machos mueren poco después del vuelo nupcial, mientras que las hembras que se han apareado buscan un lugar adecuado para establecer una nueva colonia. Las reinas almacenan el esperma que obtienen durante su vuelo nupcial para fertilizar de manera selectiva los futuros huevos. Ya en su nuevo destino, se arrancan las alas y comienzan a poner los huevos, a fertilizarlos y a cuidarlos.

Este comportamiento hace que todas las hormigas y algunas especies de abejas y avispas, entre otras, sean consideradas animales “eusociales”. Este término es la suma de “eu” (bueno en griego) y “social”. La gran enseñanza de la eusocialidad es que si se generan las señales adecuadas, cada individuo puede alcanzar sus objetivos al tiempo que contribuye al desarrollo de su comunidad.

No debería ser difícil transformar eusocialidad en eurosocialidad porque en esta crisis está en juego algo más que el bienestar de los estados del sur: el propio modelo europeo de crecimiento que nació y pervive, sobre todo, en el norte del continente.

El principal problema no es que las obreras de Europa no encuentren suficiente comida, sino que las reinas no demuestran una fertilidad suficiente para asegurar el futuro de la colonia. La escasez de feromonas que señale el camino produce una gran desorientación, pero la orfandad de discursos creíbles y líderes confiables genera aún más desconcierto. La consecuencia es que calles y plazas se van convirtiendo en el hogar del enjambre, que mira hacia uno y otro lado en búsqueda de una idea que merezca la pena ser asumida o de un líder que logre que cada individuo haga bien lo que tenga que hacer en beneficio propio y del colectivo.

Me atrevo a sugerir que la sustancia que debe ser segregada para indicar el camino del futuro es la comunicación, concebida como el diálogo que arbitra los intereses individuales y los de la comunidad. Una comunicación que debe servir al bienestar europeo en dos frentes: el primero, interno, para concentrar a cada persona en la misión que tiene asignada sin despistar la visión del colectivo, cuya virtud será mayor cuando más lejos alcance la mirada; y el segundo, externo, para exportar un modelo de economía que tiene fundamentos éticos.

Un diálogo sin prejuicios entre individuos unidos por una visión común que puede compensar el déficit de líderes y liderazgos que aqueja a este vieja y aún suficientemente rica Europa. Ciudadanos que preferirían evitar las manifestaciones callejeras si tuviesen la sensación de que, alineados con sus semejantes más cercanos, están protagonizando un relato con final feliz.

En esta encrucijada podemos aplicar la inteligencia del enjambre o dejar que la estupidez de la estampida nos convierta a todos los europeos en obreras de otras reinas.

 

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