Compartir

Cantan los pájaros a lo lejos. Presencias sutiles. Abrazo el silencio de los trinos, me dejo abrazar por esas conversaciones delicadas, conversaciones murmuradas entre hojas cuando despunta el alba. Son diálogos profundos sobre un cielo atravesado por nubes mecidas por los vientos mensajeros que llegan desde el norte y sus riscos.  Información esencial para la vida. Hoy no la desciframos pero está. Chincoles y torcazas, guacamayos y mirlos anuncian lo que ya no escuchamos. Hay días, como este, en que delicados rayos de sol se cuelan entre las ramas chasconas. Me dejo tocar por la luz que trae melodías atesoradas por la osamenta secreta de los montes. Las melenas de los árboles se mecen y me voy meciendo con ellas. Hoy pertenezco, soy parte, no estoy sola arrojada a un destino ajeno y único. Soy partícula luminosa en el océano de la existencia. Hoy todo es certeza de brotes verdes asomando y recordándonos que la resurrección existe, cada año, cada ciclo, cada minuto eterno.

En el resplandor recuerdo y me recuerdo parte de otro tiempo. Un tiempo común a mi especie. El tiempo del Ko, del Mein. Mi cuerpo viaja por las arterias vivas de la tierra y sabe del lapso en que fui y fuimos artesanos, alfareras, en que fui pastora, recolectora, amazona de caballos salvajes,  cazadora de mamuts y tigres feroces con dientes de sables, en que crié hijos e hijas en medio de la tribu, en que parí colgada de la rama de un árbol asistida por las viejas de mi clan. En los recovecos del cuerpo está el rastro del periodo en que fuimos NOSOTROS. Me recuerdo chamana, mujer medicina olfateando hierbas, raíces, tubérculos, piedras parlantes. Hice sonar mi maraca de semillas que cantan en las noches de estrellas azules. Me entrego a los designios del útero fecundo de la Gran Madre que me acoge a mí y a todos y todas. Soy y somos parte del bosque, me conmociona la espesura y los coitos entre el follaje mullido y fresco.

Me recuerdo y nos recuerdo enhebrados, unos a otros, enraizados con las raíces duras y flexibles de todo lo que respiraba, vivía y moría en la tierra. Caía el manto oscuro de la noche, se encendía el fuego inmenso y sagrado y nos reuníamos en el círculo co-mún. Nos sentábamos, embelesados por el resplandor, sintiendo la presencia sutil de los cuerpos, la presencia sutil de tu piel y sus poros, de tu sangre galopando por los ríos de tu ser y yo no sabía distinguir cuales eran tus ríos, cuales los míos, cuál tu sangre, cual la mía. De lengua en lengua se sucedían los cuentos que sanaban, palabras que daban vida y creaban el mundo como lo habíamos recibido en el viaje de los sueños. De cuerpo en cuerpo, impulsados por el tambor y la madera, danzábamos atrayendo la fortuna del alimento y el apareamiento que traería alegrías y continuidad al clan. Nuestras voces cruzaban las praderas galopando junto a venados y antílopes bordando futuro. Y el futuro era sencillo: Co-mer, co-mpartir, co-pular. Bailar, cantar, acunar, dormir, soñar. Invocábamos las fuerzas necesarias para seguir vivos y seguir vivos era Ko-mein. Era ese estar juntos en círculo, era vivir con los y las otras, en ese intercambio fecundo de nuestras habilidades, abundancias e infortunios. Llovía y llovíamos con la lluvia, soñábamos con el agua y ahí estaba el lago que reflejaba los bosques de coihues y el águila lejana. Hoy mi cuerpo recuerda ese tiempo ancestral, esa comunidad de origen a la que pertenecí antes de que la espada blandida por los aires nos separara.

En esta mañana de primavera recuerdo que en ese entonces recordé el futuro lejano donde volveríamos a ser UNO abrazados por el Ko-Mein. Entonces hoy se encuentra mi nostalgia de ese espacio mítico que fue y la nostalgia de un futuro que vendrá y que es, sin duda que ES, cada vez que nos permitimos ser comunidad.

Inspirada por el libro de un señor Mauricio Tolosa: Comunidades, el desplome de las pirámides

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *