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Entre los años 280 y 275 AC, Roma enfrentó a unos de sus tantos rivales en su proceso de expansión por el Mediterráneo: el Rey Pirro, de Epiro.

Fue Basileus (rey) de un territorio que hoy sería parte de Albania, Serbia y parte de las ex repúblicas yugoslavas y se confrontó con la República Romana por el dominio de Sicilia y la parte Sur de la península itálica.

La historia romana, llena de exquisitos episodios de grandezas, pero también de miserias, traiciones, corrupciones y pusilanimidad, nos indica que el no siempre virtuoso Senado de la República cayó en la tentación de aceptar algunos sobornos del rey de Epiro, como también aconteció con Mitridates y otros jerarcas extranjeros. La facilidad como extranjeros se introducían en la vida interna de Roma es sorprendente. Pero la noción de  destino manifiesto que tenía  la aristocracia romana era superior y tarde o temprano se debía tomar la decisión de confrontar militarmente al Rey que ponía en riesgo el objetivo de expandir el territorio de la República.

Finalmente, los ejércitos de Pirro y Roma se enfrentaron en la Batalla de Heraclea (280 AC)  y Asculum (279 AC). El resultado de estas batallas es una de las paradojas de la historia.

En ambas triunfó Pirro sobre los ejércitos de los cónsules romanos. No hay coincidencia plena entre los historiadores sobre la magnitud de las pérdidas de Pirro, pero todos concuerdan que fueron de una magnitud considerable. Narran los siempre diligentes historiadores romanos que al responder las felicitaciones por sus victorias, el Rey de Epiro habría respondido: “Otra victoria como  ésta y estaré vencido”.

Ciertamente, Pirro no prevaleció y Roma  continuó su expansión. Del rey de Epiro sólo quedo su recuerdo y su memorable frase. Roma podía ser derrotada en una batalla, pero la guerra de largo aliento era su principal fortaleza.

La historia nos enseña que hay batallas que mejor no deben  librarse, pues si bien podemos  ganar, será a un costo tan alto que supone una derrota final.

Durante la Guerra Fría se estableció un principio de equilibrio nuclear. Ambas potencias (USA y la URSSS), tenían tal capacidad  militar que se podían destruir mutuamente (y al mundo completo con ellas), si las llegarán a usar. En consecuencia, era el miedo el que les impedía usarlas y así mantuvieron una paz armada frágil.

En los días recientes, hemos presenciado muchas victorias pírricas: La aprobación de una ley de ingreso mínimo a través de un veto presidencial, rechazo a un informe sobre el lucro en las universidades por un voto y con la ausencia de un diputado en sala, debate sobre la ley de pesca con la oposición de una parte importante de la población, etc.

Pasará lo mismo con la reforma tributaria, pues el gobierno ya ha anunciado que utilizará el procedimiento del veto presidencial de ser necesario.

El Gobierno seguramente obtendrá los votos necesarios, pero los costos en la credibilidad presidencial, en la legitimidad de las instituciones republicanas volverá a agudizarse.

Más temprano que tarde, esperamos, alguien se percatará que estos triunfos conseguidos a tan alto precio, son efímeros y una verdadera fruta envenenada.

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