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Es común hoy en día escuchar  hablar  a autoridades locales, regionales o nacionales  acerca del turismo como una actividad económica que por su naturaleza dinámica, pueda sacar adelante a territorios o comunas vulnerables.

El turismo como motor de desarrollo, tendría un engranaje aceitado donde todas sus piezas estarían en función  de entregar  servicios o productos al potencial consumidor, al cual se le ruega que permanezca el mayor tiempo posible en el lugar o sitio que visita periódica u ocasionalmente. Ese engranaje es el que aluden por ejemplo alcaldes y concejales y otras personalidades de comunas de la ruta S40 como Puerto Saavedra, Carahue o Nueva Imperial, etc.  El turismo en el discurso se emplea más que como un motor como un salvavidas, como una esperanza de salvación de las fluctuaciones y marejadas de la pobreza endémica, y de la baja empleabilidad y su vez baja calidad de los empleos logrados.

Desde la economía o la sociología se entiende que cuando proliferan las apuestas de desarrollo de una comuna o un territorio mayor  por el turismo, sea del apellido que sea, aquello se observa como un indicador de que las otras actividades económicas no están funcionando  y no generan el PIB o los ingresos familiares esperados; es decir el turismo como futuro posible, relega a las  tradicionales actividades primarias y secundarias a una banca de fútbol donde se sabe qué el jugador no saldrá a marcar goles o a jugar al minuto cuarenta siquiera; y  así el mercado de la papa no es tan sólido como parece y las industrias y empresas de naturaleza pymes se encuentran muy lejos de la ruta S40.

En el fondo lo que expresamos es que debemos tener cuidado con las esperanzas o apuestas que transmitimos cotidianamente, pues el turismo es un ámbito sumamente complejo, y que más que una suma de actividades,  es una sofisticada coordinación intersectorial permanente y creativa. En el fondo el turismo  algo tan frágil y riesgoso como estar con un salvavidas de plástico en medio del mar.

 

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