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La trampa del liberalismo viene dándose desde hace muchos años en el mundo occidental básicamente. Desde que John Rawls postula su “Teoría de la Justicia” es que la filosofía política se ha renovado para defender la obra de la justicia como imparcialidad o para atacarla. Sin duda alguna, la teoría que postula Rawls ganó, se le considera la forma política más correcta, más aun después de que la URSS desapareciera del mapa y con ello el enemigo político de Estados Unidos. Al no tener a quien combatir, la doctrina norteamericana se impuso como la “verdad”. Chile, no se quedó atrás y mezcló en la Constitución redactada por la Comisión Ortúzar principios básicos del liberalismo político con los tintes económicos del neoliberalismo, pero lo importante acá es que significa lo primero.

La teoría de Rawls plantea re fundar una sociedad existente en la que todos tenemos conocimientos mínimos acerca de lo básico de la vida (economía, derecho, política) y que si nos establecemos en una “posición original”, cegados por el “velo de la ignorancia”, lo racional sería establecer las reglas del juego de la vida lo más justas posibles porque nadie sabe qué posición ocupará en la sociedad. Sin duda que a priori parece perfecta la teoría (no entraré a discutir problemas como el de los discapacitados, eso se lo dejo a Martha Nussbaum que ha escrito sobre ese punto, al quedar excluidos de las reglas del juego establecidas en la posición original). Discutiré como este modelo de “posición original” que en Chile se aplicó con la Constitución del 80, dejó fuera del ámbito de lo discutible lo político y además daré cuenta de la necesidad de establecer un “socialismo liberal”.

La clase política ha quedado estupefacta frente a la multiplicación de conflictos sociales que ha comenzado a estallar los últimos años (étnicos, religiosos, movimiento homosexual, etc.), digo que ha quedado perpleja porque bajo el modelo rawlsiano éstas manifestaciones de descontento no deberían producirse, ya que cuando pasamos de la posición original (o de la “situación de habla de comunicación” de Habermas) a la sociedad re fundada, lo que tenemos es un consenso sobre los principios que establecimos como justos imparcialmente, es decir, ya no se discutirá lo que es lo verdaderamente justo debido a que personas racionales crearon estas leyes e instituciones que hacen que las reglas de la desarrollo del plan de vida sean iguales para todos, entonces ¿cómo explica la política liberal qué si tenemos consenso sobre lo bueno y justo hayan tantos problemas de descontento social?.

La respuesta a esto no tiene una única mirada ni solución, la que yo propongo es la de un “socialismo liberal”, que parece contradictorio en los términos pero que resulta de los más sensato luego de la explicación que conlleva. Primero que nada, hay que olvidarse del socialismo soviético porque todos sabemos que fue un rotundo fracaso; lo segundo es que el socialismo liberal no pretende dinamitar por completo el modelo liberal, sino que se le reconoce algo sustancialmente importante, la defensa de los derechos humanos, por lo tanto vamos a rescatar ese punto ganado por los liberales y lo vamos a defender. Pero, tenemos que ampliar el modelo rawlsiano porque solo ha logrado excluir posiciones divergentes sobre lo que debe ser considerado justo.

Hoy en día, parece claro el rechazo a las posturas racionalistas que asumen como verdadero un valor o una verdad, porque la democracia sólo aparece cuando no hay una sola verdad instaurada. Lo que busca el socialismo liberal es cambiar el espectro político paradigmático que nos reprime hoy en día. Antes que nada, hay que diferenciar entre la política y lo político: lo político en palabras de Chantal Mouffe es el antagonismo y la hostilidad de las relaciones humanas. El socialismo liberal parte de la base de que las personas siempre somos conflictivas en nuestras relaciones sociales, y que el Congreso debiera ser un espacio en donde las pasiones y el debate se materialicen en una batalla argumentativa que da por ganador al “ejército” con más votos. A su vez la política  debe ser el orden, la estructura que genera condiciones para que esas pasiones coexistan en un mismo espacio público, así entonces la política pasa a ser la domesticación de la hostilidad, no la eliminación de las pasiones que son intrínsecas al ser humano. Lo segundo que plantea el socialismo liberal, es pasar de un antagonismo a un agonísmo. Si creemos en que nos estamos agrupando siempre entre amigos para diferenciarnos y defendernos de nuestros enemigos, es porque entendemos que nosotros somos una comunidad política distinta de la comunidad política de otros. Lo importante acá es no ver al otro como un antagonista-enemigo, sino como un agonista-adversario. La diferencia radica en que el primero siempre buscará eliminarnos, alguien que no nos considera igual, mientras que el segundo es un igual al que hay que derrotar mediante ideas, un igual a quien no se le ve como un enemigo sino como un adversario de legítima existencia, uno a quien se debe tolerar y combatir con argumentos, pero jamás se puede cuestionar su derecho a defenderlos.

Esta simple dicotomía es la que tiene fraccionada a nuestra política criolla (y a la política en general, puesto que no es un problema exclusivo de Chile), que busca antagonistas en todos lados. Si a esto le sumamos que las reglas del juego heredadas de los 80 nos han dejado una “República de centro” con derechas e izquierdas mezcladas sin diferencia alguna, permiten que hoy solo haya competidores por un escaño y no reales adversarios políticos. Es justamente esto lo que pone en peligro nuestra democracia, porque cuando no avanzamos hacia un real pluralismo agonístico y no vemos diferencias entre derechas e izquierdas, damos pie al germen del populismo y las ideas insensatas se toman el escenario político, es decir, cuando se debilita el espacio político democrático por falta de adversarios, esos vacíos son tomados por posturas morales no negociables.

La democracia, al igual que nosotros es frágil y sensible, no es una conquista que hayamos ganado para nunca más perder, por lo tanto, siguiendo la idea de un socialismo liberal, lo que debemos buscar es un pluralismo agonístico: esto es que la democracia existe cuando no hay ningún agente social capaz de aparecer como dueño del fundamento de la sociedad ni representante de la totalidad, porque a diferencia de lo que quiere el liberalismo, la lucha por el poder nunca se elimina. El pluralismo agonístico permitiría reales confrontaciones en el espacio común democrático, con el fin de poder realizar verdaderas opciones democráticas, es decir, lo que se busca es ampliar la cancha para que todas las comunidades políticas puedan jugar y que gane la que más votos consigue.

El pluralismo implica conflicto siempre. Presentar la sociedad liberal como un ideal aunque sea inaccesible (ya señalé las luchas sociales) es prohibirse pensar verdaderamente en pluralismo. Si tenemos problemas con que es lo justo, más aun tenemos problemas con la interpretación de lo justo, por ende, un socialismo liberal que no solo defienda la vieja idea de igualdad sino que además la libertad, entiende al igual que Mouffe que debemos avanzar hacia una democracia radical y plural, que permitiría abandonar la falsa madurez política que nos quieren hacer creer que es la erradicación de derechas e izquierdas. El objetivo de la política democrática es multiplicar los espacios en los que las relaciones de poder estarán abiertas a la contestación democrática, así entonces, podemos avanzar hacía un pluralismo agonístico.

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