Compartir

Las relaciones e interacciones que como seres humanos practicamos en nuestro convivir constituyen el modo en que nos desarrollamos en coexistencia con el otro y los otros. Crecemos conforme a la manera en que estas disposiciones relacionales nos lo permiten, en una red de interacciones cuyas características dan forma a nuestra deriva ontogénica. Por ello el curso de las interacciones en que se fundan las relaciones educativas debe permitir en sus participantes realizarse desde su individualidad y colectividad en una transformación congruente con dicha red interaccional. La responsabilidad del educar pasa por esto, pues en las transformaciones que suponen los procesos educativos, están implicados el aprender y el enseñar.

Cuando en las relaciones educativas afloran los aprendices y educadores como legítimos en coexistencia, se facilita su formación como personas válidas social y ecológicamente conscientes. La responsabilidad del educar está en construir espacios relacionales de respeto mutuo y libre reflexión autónoma de nuestro hacer. Aquí la responsabilidad deja de ser una pesada mochila a cargar y se convierte en una oportunidad de bien-estar. La responsabilidad del educar está en la propuesta de conservación de aquella emoción de respeto como acción constitutiva de convivir humano en aceptación mutua. Sin embargo la responsabilidad del educar pasa por querer conservar dicho espacio ético, digo querer, porque para vivir en la aceptación debemos actuar en coherencia a la aceptación, para adoptar esta conducta, debemos quererla. El querer tiene como sustento el emocionar.

Los estudiantes aprenden a vivir con los demás en cualquier dominio de vida. La responsabilidad del educar, está en que el profesor propicie un espacio libre de competencia, abuso, negación y explotación. El profesor debe proponer un convivir bajo el principio de respeto, el cual definirá el rumbo de las interacciones educativas en el lenguaje. El modo que adopte este vivir como producto  de un hacer conductual será como los estudiantes aprendan a vivir, puesto que el modo de vivir en las relaciones educativas surge como proceso epigenético en la transformación recurrente de los participantes y el mundo en su vivir.

En consecuencia, el aprendizaje surge coherente a la ontogenia individual de los estudiantes en constante interacción con los otros y el medio, esto conforme a las características del entrelazamiento del emocionar y el lenguaje que se practica con el profesor y los otros. La responsabilidad del educar por tanto, está en permitir la construcción de una red de conversaciones fundada en la aceptación y el respeto mutuo.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *