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El pensamiento es una trama de un tejido realizado por las sucesivas generaciones humanas a través de la historia. Tuvo una prolongada niñez, de la cual no tenemos conocimiento en gran parte, para encontrarlo después en las antiguas hegemonías de mano del poder y el mito religioso. Lo vimos resplandecer excepcionalmente en  Grecia y Roma, hasta cuando el imperio romano dejó su hegemonía, acompañada de dioses que se emborrachaban, mentían y disfrutaban con la naturalidad del sexo, para luego pasar al poder de una hegemonía religiosa, representante de un dios imponente y poderoso. Así el pensamiento fue restringido por el fanatismo y dejó estancado el crecimiento de la cultura de Occidente. La liberación del infante pensamiento sólo se inició en la época del Renacimiento; pero fue en la Edad Moderna cuando pudo adquirir su uso de su razón, aún con la persistencia del poder religioso, del cual ni siquiera hoy nuestra cultura logra liberarse, a pesar de que ya no le quedan más armas que el engaño, las promesas y las amenazas.

Después del imperio romano, la Iglesia todo lo acondicionó a las nuevas creencias religiosas. Aceptó algunas teorías de los antiguos filósofos griegos, como  la existencia del alma; hizo de Aristóteles su exponente filosófico; impuso sus creencias por la fuerza, y retuvo el desarrollo del pensamiento, conduciendo la civilización occidental al “oscurantismo” de la Edad Media. La cultura heredada de la antigua Grecia fue echada por mucho tiempo al olvido, hasta cuando su pensamiento pudo en parte ser recuperado, traído a Europa durante la hegemonía árabe que se impuso por más de siete siglos en la Península ibérica.

La cultura occidental logró sacudirse del letargo oscurantista con el surgimiento del Racionalismo, movimiento filosófico representado principalmente por Descartes, Spinoza y Leibniz. Esta corriente del pensamiento se fundamentó sobre la máxima de que “antes de intentar conocer lo que hay, es prudente conocer lo que se puede conocer.” Fue prudente también esta consideración para suavizar la represión de la Iglesia al tratar de esquivar más que superar las verdades absolutas que imponía, permitiendo a los filósofos enfatizar el papel de la razón en la adquisición del conocimiento; aun cuando en su ideal de ciencia deductiva resultaba más importante la razón que el conocimiento adquirido a partir de ideas y principios evidentes. Ellos estaban convencidos de que la razón y el pensamiento obedecían ciertas reglas preestablecidas, de las cuales otras se podían deducir.

El sistema racionalista era inflexible en su concepción de la libertad, la cual limitaban a elegir sólo entre lo razonable. Spinoza decía que la libertad no es más que la ignorancia de lo que nos determina. Los racionalistas todavía conservaban la creencia en Dios, a quien aceptaban como garante de la verdad absoluta. Un Dios perfecto y veraz que no puede engañarnos, según Descartes; un Dios que creó un universo ordenado armoniosamente, según Leibniz, y un Dios identificado con la naturaleza, según Spinoza. Para ellos nuestro pensamiento refleja el orden de la realidad sin necesidad de experimentarlo, porque, según ellos, se trataba de creencias y principios innatos.

Descartes se proponía aprender a distinguir lo verdadero de lo falso para comprender las propias acciones y para vivir en seguridad. Para él lograr la perfección y la felicidad humana se basaba en la razón y la utilización de la libertad humana. Para Spinoza la comprensión de la realidad era necesaria para entender la naturaleza humana y saber cómo lograr la felicidad que nos corresponde. Los racionalistas conservaban la creencia tradicional de la separación de alma y cuerpo, a la cual la Iglesia no permitía oponerse. Pero lo que abrió nuevos caminos a la investigación y a la ciencia fue su idea de lo que se podía y lo que no se podía conocer por la razón.

A continuación del Racionalismo, la trama humana del pensamiento hila el movimiento de la Ilustración, el cual se inicia a finales del siglo XVII por los filósofos ingleses del empirismo representados principalmente por Bacon, Locke, Hume y Berkeley, quienes enfatizaban sus ideas en el conocimiento humano resultante de la experiencia adquirida. La importancia de su contribución al pensamiento humano fue haber dado forma a las ideas políticas que revolucionaron la política inglesa y francesa, de forma más pacífica y tolerante en Inglaterra que en Francia, y fueron también las ideas que dieron origen a la constitución de los Estados Unidos. Las Ideas de este movimiento libertario y demócrata dieron forma a los gobiernos que rigen hoy a la mayoría de nuestros países occidentales.

Para Locke, a diferencia de Descartes, existe una realidad exterior de nuestras ideas. El hecho de tener una idea supone la existencia de una realidad exterior que la idea representa. Él argumentaba que no conocemos los objetos en su fondo estructural y sustancia, sino que la experiencia nos da muestra de ellos, y por lo tanto es la experiencia el origen y límite de nuestro conocimiento. También argumentó en su “Tratado del gobierno civil”, que atribuyendo el origen divino al poder, como se hacía tradicionalmente, no se podía sostener que los seres humanos fueran libres e iguales por naturaleza. Sus ideas fueron recogidas por el pensador francés Montesquieu, moldearon la revolución americana y toda la corriente liberal opuesta al absolutismo del siglo XVIII.  Locke aceptaba de Rousseau la afirmación de que el hombre es bueno por naturaleza, pero no la idea sostenida por Rousseau de que la sociedad era un estado natural de los seres humanos; Locke, en cambio, consideraba la necesidad de una organización para impedir que unos violen los derechos y libertades de los otros. Reconocía una ley moral que los hombres poseían por naturaleza, y el derecho a la propiedad que se fundamenta en el trabajo. Para él los representantes del poder político recibían este poder del pueblo, y ante el pueblo eran responsables de su desempeño, correspondiendo a ellos las funciones de promover el bien común.

Hume por su parte consideraba que los seres humanos estaban dotados de impulsos, instintos y pasiones que, aunque se determinan por principios cuyos orígenes son inexplicables, no corresponden a una “naturaleza humana” como creación divina, de lo cual se ha servido la religión. Para Hume la razón humana es tan desconocida e inexplicable como la misma naturaleza, y por lo tanto no puede explicar la religión. Él daba como origen de la religión a los mismos humanos con sus temores, e ignorancia, siendo ésta causada por el miedo a lo desconocido. Hume definía las creencias y principios religiosos como “sueños de hombres enfermos”.

Immanuel Kant fue un filósofo alemán del tiempo de la Ilustración, sus ideas hicieron la transición a la filosofía del siglo XIX e inspiraron a las generaciones posteriores que hilaron la trama del nuevo pensamiento. Él explicaba la “Ilustración” como un período en que el hombre sale de la puerilidad causada por él mismo y por su falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena. Para él la divisa pregonada por la “Ilustración” podría ser: “Ten valor para servirte de tu propio entendimiento”. Kant rechazó la postura de los empiristas ingleses y propuso una nueva alternativa aceptando que el conocimiento empieza con la experiencia pero no se origina en ella porque hay estructuras en los seres humanos que anteceden a toda experiencia.

La “Ilustración” fue un movimiento de aportes filosóficos, ideológicos y culturales, reconocidos como un “estado de espíritu”, con influencia literaria, artística, religiosa e histórica, que aceptaba la razón como medio para mejorar a nuestro mundo, combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía. Al siglo XXVIII se le llamó el “Siglo de las luces” y sus ideas tuvieron repercusiones geográficas, sociales y políticas.

Después del estancamiento de la civilización occidental durante la edad media, los movimientos sucesivos de Razonamiento e Ilustración en la Edad Moderna, marcaron un avanzado progreso en la civilización en aspectos del pensamiento, del arte, de la ciencia, de la tecnología y de la política, pero sin desprenderse aún de arraigos tradicionales de las creencias religiosas.

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