Compartir

La humanidad ha vivido de creencias donde la búsqueda de la esquiva realidad es una inquietud permanente que no debe ser exclusividad de filósofos y científicos, porque a todos nos incumbe. Aunque las diferentes sociedades se rigen por una serie de creencias generalizadas, no todos los individuos se nivelan en el conocimiento, y quienes dejan que los demás piensen por ellos están sometidos a tinieblas del oscurantismo como en la época medieval, a la inclemencia servil de las apariencias y el consumismo contemporáneo, o a otros escalones intermedios de la ignorancia y la credibilidad.

Después del lento camino del pensamiento a la modernidad, la humanidad siguió tejiendo sus ideas a partir de un legado de ilusiones y una vivencia de decepcionantes situaciones. Hegel (1770-1831), pensador alemán, tal vez el más influyente del siglo XIX, dice en sus Lecciones de la historia de la filosofía, que el pensamiento es expresión de la época a que pertenece y se halla prisionero de sus limitaciones porque el individuo es hijo de su pueblo, de su mundo y nunca podrá salirse verdaderamente de su tiempo, como no puede salirse de su piel. Hay continuidad en la filosofía, aún en las contradicciones, que antes de contradecir la regla, crean los nuevos derroteros a los que se suman los avances científicos de la época para la renovación de las creencias generales.

Fue Hegel, quien continuando el pensamiento de Kant, introdujo al pensamiento del siglo XIX el “Idealismo alemán”, un movimiento filosófico surgido del ambiente político libertario de la ilustración junto con el Romanticismo literario y la Revolución francesa. A estos hechos siguieron las guerras napoleónicas y las revoluciones de la independencia hispanoamericana. Fue un período de innumerables inventos y del auge incipiente de la Revolución Industrial que despertó movimientos obreros con tendencia internacional. Época de guerras imperialistas, del surgimiento del socialismo utópico, del Marxismo y del anarquismo. Época en que la humanidad entretejía la trama de su historia entre alquimias verbales y asuntos prácticos.

Además de Hegel, en el Idealismo alemán sobresalieron las figuras de Fichte y Schelling, entre otros menos reconocidos. Fueron tal vez los últimos brotes del pensamiento especulativo basado en los principios generales que gobiernan el universo. El Idealismo alemán fue la respuesta alemana a los cambios políticos y económicos de su época. El movimiento abarca desde finales del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XIX. Para los idealistas pensar equivalía a conocer. Aceptaron de Kant la teoría que distingue entre entendimiento y razón, reconociendo la razón como necesaria para el conocimiento de la totalidad o criterio de la verdad, mientras que al entendimiento lo consideraban con la posibilidad de conocer sólo lo finito y particular. Hegel confiaba en el uso de la razón como clave para unir procesos naturales, sociales, históricos o culturales, lo que lo hizo considerar como el iniciador de la filosofía contemporánea.

Los principales movimientos posteriores al Idealismo alemán fueron, el existencialismo, que se basó en ideas sobre el significado de la vida, se considera inducido por Kierkegaard, a pesar de su independencia académica; el positivismo, que sólo reconoció como autenticidad del conocimiento al conocimiento científico surgido del método científico, y cuyo principal exponente fue Auguste Comte; el materialismo dialéctico, que consideró la materia como sustrato de toda realidad, iniciado por Friedrich Engels y Karl Marx; la escuela pragmatista de Estados Unidos, que consideró verdadero lo que funciona, enfocado al mundo real objetivo, y fue iniciado por Charles Sanders Peirce; y la escuela de la fenomenología, iniciada por Edmund Husserl, quien la explicaba como “el estudio de la ciencia del fenómeno, puesto que todo aquello que aparece es fenómeno”, referido éste a “las cosas tal y como se muestran, y tal como se ofrecen a la conciencia”. Algunos pensadores rebeldes de la línea académica de la filosofía del siglo XIX merecen ser reconocidos como verdaderos innovadores conceptuales, fueron ellos Feuerbach, Schopenhauer, Marx y Nietzsche.

En el siglo XIX la búsqueda del conocimiento empezó a fundamentarse más en investigaciones prácticas que en principios generales, como había ocurrido en los siglos anteriores. En el mundo occidental se estableció definitivamente la autonomía, el valor propio de las cosas y la ciencia como modelo de conocimiento. Se reconoció la igualdad de las personas, y se separaron los poderes de la Iglesia y del estado, al menos oficialmente. Darwin con su teoría general de la evolución, no sólo demostró el origen del hombre, sino que fue punto de partida para nuevas investigaciones que buscaban, entre otras cosas, como demostrar que el mundo cultural de la civilización humana, al igual que el mundo de la naturaleza, también era reductible a un pequeño número de causas generales. Basados en el descubrimiento de Darwin debemos suponer, como dice Cassirer en su Antropología filosófica, que “los diferentes impulsos en la naturaleza humana poseen una estructura definida, y una de las tareas primeras y más importantes de la psicología y la teoría de la cultura, consiste en descubrir esta estructura, en encontrar en la complicada madeja de la vida humana, la oculta fuerza motriz que pone en movimiento todo el mecanismo de nuestro pensamiento y voluntad.  Así ocurrió que cada pensador empezara a proporcionar su cuadro especial de la naturaleza humana”.

Muchos filósofos pretendieron mostrar sólo hechos prácticos, pero la interpretación de las pruebas correspondió por lo general a suposiciones arbitrarias que se aparecen al desarrollar las teorías en aspectos más complicados. Cassirer continúa explicando cómo Nietzsche proclamaba la voluntad de poder, Freud señalaba el instinto sexual, Marx entronizaba el instinto económico. Cada teoría acondicionaba los hechos prácticos forzándolos a un patrón preconcebido. Reconoce Cassirer que en tiempos anteriores también hubo una gran discrepancia de opiniones y teorías relativas a este problema; pero quedaba por lo menos una orientación general, un fondo de referencia en el que se acomodaban las diferencias individuales. Fueron la metafísica, la teología, la matemática y la biología las que asumieron sucesivamente la guía del pensamiento, en cuanto al problema del hombre, las que determinaban la línea de investigación. La crisis se presentó cuando dejó de existir un poder central capaz de dirigir todos los esfuerzos individuales. Se siguió sintiendo la importancia extraordinaria del problema en todas las diferentes ramas del conocimiento y de la investigación, pero ya sin una autoridad establecida a la cual se pudiera apelar. Los teólogos, los científicos, los políticos, los sociólogos, los biólogos, los psicólogos, los gnoseólogos y los economistas abordaron cada uno el problema desde su punto de vista particular. Resultaba imposible combinar o unificar todos estos aspectos y perspectivas particulares. Ni aun dentro de los campos especializados había un principio científico generalmente aceptado.

Empezó a prevalecer el factor personal y comenzó a jugar un papel decisivo cada autor, dirigido por su propia concepción y valoración de la vida humana, pero el pensamiento es una búsqueda continuada de planteamientos concretos y de soluciones a todos los problemas e incoherencias. El pensamiento humano seguirá buscando la unidad cultural directriz de nuestra civilización universal.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *