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Cuando voy al trabajo

Este día once, partí apurado. Antes de salir, sólo reparé en una cosa, mi chaleco. Decidí que no me vestiría solo de negro, en recuerdo de aquel trágico Día; sino que usaría un chaleco rojo que, para efectos prácticos, igual servía para representar mi luto.

Al llegar a la oficina, en Avenida Bustamante frente al Liceo Arturo Alessandri Palma, vi que había gran cantidad de Carabineros.

Después de una hora de reunión, y ante el ruido que comenzábamos a escuchar, interrumpimos el trabajo y salimos a mirar lo que pasaba. Un grupo de estudiantes estaba en la esquina de Bustamante con Santa Isabel, aplaudiendo y gritando consignas.  A los pocos minutos llegó un carro lanza aguas y un zorrillo y comenzaron a mojarlos y a tirarles gases lacrimógenos. Simultáneamente un grupo de Carabineros corrieron hacia los estudiantes. Los estudiantes arrancaron por Santa Isabel hacia el Poniente y desaparecieron de nuestra vista.  Solo quedó un joven vestido con pantalón tipo camuflaje y botas altas que caminó hacia los Carabineros, con un pequeño palo en la mano. Los Carabineros lo tomaron, entre varios, de los brazos y lo arrastraron. Súbitamente el joven cayó al suelo y comenzaron a patearlo. En ese momento, un pequeño grupo de personas que estaba mirando la escena empezaron a gritar para que los Carabineros dejara de golpearlo. Yo corrí a buscar mi cámara portátil y tomé algunas fotos de lo que ocurría. Después de algunos minutos se llevaron al joven detenido.

 

Metro de Santiago Fotografía de Sergio Arévalo
Metro de Santiago Fotografía de Sergio Arévalo

“O entra o lo entro”

Un par de jóvenes en el techo del liceo, empezaron a gritarle a los Carabineros y lanzaron algunas piedras. Un colega repara que tiene su camioneta estacionada frente al liceo y decide retirarla de allí para evitar daños. Yo lo acompaño y mientras él se sube, yo le pido a los estudiantes que por favor dejen de tirar piedras y ellos acceden. Al regresar a la vereda, cruzo la mirada con un Carabinero alto, que empieza a caminar hacia mi diciendo que me detenga. A los pocos segundos estoy rodeado por un grupo de uniformados que me toman de los brazos, mientras el que parece ser el jefe me dice que estoy detenido por lanzar piedras a Carabineros. Comienzo a a reclamar diciendo que eso es falso, que no he lanzado nada, sin embargo no me escuchan  y me siguen arrastrando hacia un vehículo policial.  En el trayecto una Carabinera, que tiene una cámara en su casco dice que ella también me vio y que me tiene grabado. A pesar de los reclamos de las personas que están en la vereda me llevan al carro.  Me paro en el parachoques y me niego a entrar mientras le grito a otro colega que me traiga mis documentos. El Carabinero que me ha detenido y que es al parecer el oficial a cargo, me dice amenazante “o entra o lo entro”. Percibo su fuerte hálito alcohólico y sus pupilas dilatadas y enrojecidas. Está eufórico.

Recibo mi billetera, entro al carro y me quedo allí encerrado. Allí dentro y por temor, decido borrar las fotografías. Me llevan a la Comisaría de Miguel Claro. Es el Cuartel que queda al lado de mi departamento,  paso por allí casi todos los días. Cuando me bajo le pregunto a los policías, si esas son formas de tratar a su vecino. Al parecer no les hizo gracia mi chiste, porque nadie se rió.

Vereda rota Fotografía de Sergio Arévalo
Vereda rota Fotografía de Sergio Arévalo

Celebrando en Miguel Claro  y chequeo médico

Quien me recibe es el Teniente (Tte) S. Steward S. A quien por error llamo Tte Stuart. Mientras me ponen las esposas, el Tte, me aclara: “mi apellido es Steward,  Stuart  es un ratón homosexual que actúa en películas“. Esta aclaración la escucharé varias veces más; ya que por alguna razón inconsciente lo seguí llamando Tte Stuart. Le digo al mismo oficial que su acusación es una falsedad, que yo no le he tirado piedras a Carabineros y que como prueba puede ver mis manos absolutamente limpias. Él me responde con  una risa socarrona: “ah es que te las acabamos de lavar”. Me doy cuenta que saben que es una mentira y que seguirán mintiendo. Más tarde otro Carabinero que camina a mi lado al preguntarme por los motivos de mi detención, después de escuchar mi respuesta, me dice: “pero mire con el chalequito que anda”. Parece que no les agrada el rojo.

Más tarde me llevan a una celda improvisada con un carro celular y algunas vallas. Allí estaban esposadas dos personas. Afuera, Benjamín, el joven golpeado y detenido antes de mi, y Hernán un contratista que, como él me relató arrepentido, había tenido la pésima idea de sacar un dado tuerca de una caja de herramientas del Easy. La razón fue porque el dado de la medida que necesitaba, no estaba disponible. El valor del set completo era $4.000.

El paso siguiente para Benjamín y yo fue ir a constatar lesiones al Hospital El Salvador. En el carro, ambos esposados, aprovechamos de conversar. Supe que tiene 17 años, que estudia en tercero medio en el liceo Alessandri Palma, que tiene buenas notas y que le gusta la Filosofía y la Psicología, igual que a mis hijos. Tenía un herida en la pierna y la sangre ya le estaba atravesando el pantalón.

Música de metro Fotografía de Sergio Arévalo
Música de metro Fotografía de Sergio Arévalo

La enfermera anónima

Después del ingreso nos llevaron donde una señorita joven de pelo largo, negro y crespo, que nos tomó la presión, mientras le preguntaba al Tte y a los otros dos Carabineros que nos acompañaban cómo estaban y les aconsejaba cual madre, “chiquillos, cuídense mucho ya?”.  Indignado  le pregunté cómo se llamaba, señalándole mi malestar por ese trato tan amable hacia Carabineros y tan despectivo hacia nosotros, en particular hacia el joven de 17 años, herido, que tenía al frente.  Me miró con desprecio y no me dió su nombre.

Acto seguido fuimos a ver al médico.  Al entrar intenté cerrar la puerta tras mío, pero el Tte Stuart se coló rápidamente. Le pregunté al Doctor, si era correcto que el oficial estuviera allí,  porque a mi me parecía que eso podría intimidar a un paciente que quisiera señalar que había sido herido por Carabineros. Según el Doctor, era el procedimiento. Después de algunas consultas de mi estado de salud; aproveché de preguntarle si entre los derechos de los pacientes estaba el conocer el nombre de las personas que los atendían. Cómo me contestó afirmativamente, le señalé la situación acontecida con la crespa. Al rato, mientras Benjamín estaba con el Doctor llegó la susodicha y después de algunos minutos salió echando humo por la boca y con su tarjeta de identificación a la vista. No alcancé a ver su nombre.

A Benjamin le sacaron una radiografía y le constataron heridas leves. Volvimos a la Comisaría. El ambiente estaba distendido, había muchos vehículos policiales estacionados y varios efectivos de uniforme y de civil en el patio. Después supe que había un asado. ¿Qué estarían celebrando?

El paso siguiente fue el traslado esposado, junto a Hernán y Benjamín,  a la Comisaría de Guillermo Mann. Nos explicaron que era porque los calabozos de Miguel Claro estaban en reparación.

En ningún momento fui golpeado ni insultado en la Comisaría de Miguel Claro, inclusive varios carabiner@s fueron amables conmigo. Agradezco a un Cabo que, por propia voluntad, me aflojó las esposas y les destrabó el mecanismo que hace que se ajusten al mover las manos. Eso sí, no me convidaron asado ni empanadas.

Atardecer en Santiago Fotografía de Sergio Arévalo
Atardecer en Santiago Fotografía de Sergio Arévalo

La noche en Guillermo Mann

Nuestra estadía en la Comisaría de Guillermo Mann, comenzó mal. Nos metieron en  un calabozo vacío, que apestaba a orina y excrementos. Nos ofrecieron frazadas que yo rechacé por razones higiénicas. Benjamín, más curtido en estos avatares, y con mucho sueño después de una noche en vela en la toma del liceo, sacó varias y se instaló a dormir en un rincón de la celda.

Cuando Carabineros se percató que Benjamín era menor de edad, lo trasladaron a la celda de al lado y a cambio trajeron a dos hombres. Ambos eran jóvenes, uno de 20 y el otro de 21 años. Habían sido detenidos por un policía de civil, a la salida de una caja vecina que acababan de asaltar portando una pistola a fogueo, que les costó setecientos mil pesos en una armería de Avenida Bulnes. La pistola era tan cara, me explicaron, porque se podía perforar y transformar en pistola de verdad. Eran simpáticos,  buenos  para reírse y conversar y no estaban preocupados ya que ninguno de los dos tenía antecedentes. Me contaron de sus familias, de sus mamás. Sus padres eran uno ausente y el otro desconocido. Uno de los cabros tenía un hijo. Me contaron que les gustaba el ron y la marihuana; lo que después demostraron al encender dos pitos dentro de la celda. Uno de ellos me contó también que había intentado estudiar Derecho en la Universidad SEK, pero no le había gustado la carrera, y que se estaba pagando un curso de inglés porque se quería ir a Europa.

Más tarde cuando los nuevos compañeros de celda indicaron que más adelante harían uso, digamos a fondo de nuestro “baño”, mi preocupación principal pasó a ser salir de ese lugar para no presenciar semejante espectáculo ni convivir después con sus consecuencias.

El verde Fotografía de Sergio Arévalo
El verde Fotografía de Sergio Arévalo

Fotografiando lo evidente

Afortunadamente y gracias a la ayuda de mis amig@s y algunos amigos de mis amig@s; pude pasar la noche fuera de la celda y sin esposas. En esas circunstancias fue un privilegio, pero a esas alturas no me preocupaba en lo más mínimo ser un privilegiado. Para que me abrigara mis familiares me llevaron una parka verde que me ayudó a mimetizarme. En la Comisaría todos los gatos libres son verdes.

Estar fuera de la celda, me permitió ver cómo funciona el sistema, especialmente en un día y una noche tan agitada. Parece una oficina pública cualquiera, con mucho trabajo administrativo,  bastante incómoda y con un olor nauseabundo que comparten sin discriminación policías y detenidos. Traté de mantenerme con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, pero algo pude ver.  Una de las cosas que más me llamó la atención fue ver como se revisaba el contenido de la mochila de un joven que había sido detenido por sospecha, seguramente porque vestía de negro y tenía el pelo corto como la mayoría de los otros jóvenes detenidos. Jóvenes policías de civil, que vestían de forma muy parecida a los otros jóvenes, pusieron en el suelo el contenido de la mochila: un par de pañuelos extendidos, un par de folletos anarquistas, unos plumones y un embudo para rellenar los plumones, y  fotografiaron los objetos como si se tratase de un arsenal. No supe si el jóven salió libre esa misma noche o si quedó detenido.

Mirando el río Fotografía de Sergio Arévalo
Mirando el río Fotografía de Sergio Arévalo

Visitando la justicia

En la madrugada, y después de una noche insomne, al pararnos en fila, para salir a embarcarnos hacia el Centro de Justicia, pude ver a un grupo de uniformados  que traían cada uno un paquete en sus manos. Al principio pensé que se trataba de una canasta familiar para el dieciocho, lo que me pareció un poco cómico dadas las circunstancias. Después me di cuenta que eran pruebas. Como algunos de los paquetes estaban en bolsas plásticas transparentes, vi que su contenido eran bombas molotov, muy limpias y bien hechas.  Más tarde, en el carro celular que nos paseó por varios lugares y en el cual íbamos todos esposados, apiñados y asfixiados, alguien comentó que había más de cien detenidos en la Comisaría y que a varios de ellos,  que habían sido apresados en Villa Francia, los habían golpeados y que serían acusados por porte de bombas incendiarias. No sé si se trataba de esos mismos jóvenes, pero al llegar al Centro de Justicia vi a un grupo de chicos y chicas, típicamente vestidos de negro, varios de ellos con heridas en sus rostros.  Al pasar un funcionario de Gendarmería aprovechó la ocasión para gritarles “no les gusta protestar”, empujarlos y golpearlos en la espalda mientras avanzaban por el corredor.

Después de ser entregados a personal de Gendarmería y tras sucesivos e interminables encierros en celdas de los distintos pisos del edificio, llegó el momento de conversar unos minutos con el abogado designado. Este profesional me explicó que estaba acusado de desódenes y de tirar piedras a personal policial. Luego de escuchar mi relato me recomendó no aceptar ninguna medida alternativa que me pudiera ofrecer la jueza. Accedí a esta recomendación para defenderme de una injusta acusación.

 

Calma Fotografía de Sergio Arévalo
Calma Fotografía de Sergio Arévalo

El look criminal

Por fin, pasado el mediodía, pude entrar con otras 5 personas, a uno de los cómodos salones que se ven en televisión, esposado como un criminal como los que también creemos ver cuando miramos escenas similares en el noticiero. Estar un día y una noche, en una o varias Comisarías, sin posibilidad de lavarse, afeitarse ni cambiarse de ropa, sin haber podido dormir, y estar además esposado, hace que cualquiera se vea como un criminal.

Ya en la sala, después de escuchar los cargos en mi contra y los de todas las otras personas, que incluían: micro tráfico para una pareja de ancianos con apellido mapuche y varios hurtos menores para otros, me dejaron en libertad, en calidad de imputado teniendo que ir a firmar cada mes a la Comisaría donde estuve detenido, hasta que se realice el juicio oral en mi contra. Uno de mis compañeros, detenido por hurto en el Sodimac, tuvo que quedarse tres días más en prisión, por no tener una UTM ($40.447) para pagar la multa.

Autorretrato de la memoria Fotografía de Sergio Arévalo
Autorretrato de la memoria Fotografía de Sergio Arévalo

¿Cuánto tiempo más llevará?

Termino este relato con algunas reflexiones. En primer lugar es necesario que el poder civil democrático revise los procesos de selección de los postulantes a las escuelas de formación de las policías. En una sociedad democrática, el acceso a dichas escuelas debe ser democrático. También, hay que revisar la formación que se está impartiendo actualmente en dichas las escuelas. No puede ser que Carabineros siga considerando como parte de su función, reprimir a los civiles que se manifiestan públicamente. Carabineros debe garantizar a los ciudadanos que se puedan manifestar pacíficamente en el espacio público, sin temor de ninguna especie. También creo que el poder civil democrático debiera verificar permanentemente que los derechos de los detenidos son respetados en todo momento en cada una de las comisarías y centros de detención del país. A cuarenta años del Golpe de Estado y después de tanta injusticia, sufrimiento y dolor, es lo mínimo que como sociedad tenemos derecho a exigir a nuestras autoridades.

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