Compartir

El funcionamiento de nuestro organismo, a pesar de que en muchos aspectos es comparable al de cualquier máquina, cuando se llega a nuestra inteligencia, la comparación mecanicista pierde validez. El pensador francés Henry Louis Bergson, (1859-1941), se refiere a una duración real que experimentamos y se aparta bastante del tiempo registrado por el reloj porque no puede ser “especializada” sin ser deformada. Además de que nuestra experiencia es cualitativa, dinámica e irreversible, da lugar a nuestros actos libres y espontáneos que no pueden ser predecibles. A esta distinción sicológica, Bergson añade la que se refiere a los métodos del conocimiento científico entre intuición y análisis. La intuición demuestra en concreto el fluir de la temporalidad, en cambio el análisis rompe la duración en conceptos no dinámicos y fragmentarios.

Bergson fue, posiblemente el filósofo más influyente de la primera mitad del siglo XX. Mereció reconocimiento del existencialista Sartre y del pragmatista William James. Sus indagaciones sobre temporalidad, conceptualización y memoria fueron útiles a los sicólogos Jean Piaget y Pierre Janet. Influenció también a grandes escritores de su época como Nikos Kazantzakis, Marcel Proust, William Faulkner, y a poetas como Charles Péguy, Robert Frost y Antonio Machado. Fue más allá de su tiempo, y en vez de temor por el cambio; en su obra, el “ímpetu vital”, nos invita a disfrutarlo.

Partiendo de las teorías expuestas por Spencer, quien continuaba la tradición occidental de considerar tanto al tiempo como al espacio como una serie de unidades numéricas de forma discreta, es decir, que se pueden separar en instantes, minutos y segundos. Se apartó de estos conceptos porque le parecían inadecuados al ser confrontados con nuestra experiencia humana y personal, resultante de nuestros estados sicológicos.

La necesidad práctica de la acción selecciona nuestros recuerdos en vista de las dificultades del momento para utilizar la ayuda de la memoria en la solución de impases. Es innegable que conservamos el pasado para que la memoria pueda consultar con los recuerdos las alternativas que le pueda ofrecer el presente. Mientras vivimos el presente “los recuerdos se aumentan y la memoria nos persigue para adentrarse en la conciencia”. A este tiempo sólo lo tenemos en cuenta cuando lo consideramos útil, cuantificable. El espacio es lo que podemos medir y prever cuando está programado y preestablecido con exactitud; sin embargo, “extendemos impropiamente este dominio y control de lo real al campo de la conciencia y la cultura creando espacios en el tiempo, petrificando así y homogenizando lo que se modifica y se desarrolla”.

Bergson consideraba los estados de conciencia, “como seres vivos en un proceso incesante de formación”, los cuales se habían asimilado erróneamente a la exterioridad recíproca de las cosas inertes, como el tiempo cronológico que se subdivide en partes iguales. Él no considera que debamos dar por estable lo que es inestable ni dar por semejante lo que es diferente, a pesar de su mutua compenetración. Una cosa es el tiempo de las ecuaciones utilizadas en mecánica y otra cosa el tiempo abstracto de la duración con su valor intensivo y “continua creación en el fluir ininterrumpido de novedades”.

Sus ideas lo llevaron a interesantes reflexiones sobre la forma cómo debemos vivir para evitar la condición lamentable de quien no hace más que dejarse arrastrar por la costumbre: “Vivimos la mayor parte de nuestro tiempo fuera de nosotros mismos. No percibimos de nuestra intimidad más que un descolorido fantasma, una sombra que la duración proyecta sobre el espacio homogéneo porque en el espacio más que en el tiempo se desenvuelve nuestra existencia. Vivimos más para el mundo exterior que para nosotros mismos, hablamos en vez de pensar. “Somos actuados” más que actuar nosotros mismos. Actuar libremente es tomar posesión de uno mismo, es volverse a situar en la duración pura”.

El tiempo cronológico puede ser único y lineal, pero el de la duración que percibe la conciencia es múltiple, elástico, complejo, carente de un ritmo único como el del reloj. Mientras en el marco del tiempo especializado asistimos a la disolución de nuestra personalidad y a una dependencia directa de las exigencias sociales. En la “duración”, cada uno de nosotros puede administrar y capitalizar su propio desarrollo, en la avalancha que ocurre sobre sí mismo. Bergson nos invita a renunciar de la conciencia diluida y segmentada del tiempo cronológico, exteriorizado y dependiente de las cosas; para en cambio descubrir el impulso antimecanicista del ímpetu vital, fuente de espontaneidad y de transformación.

Podemos evadirnos del mundo de la rutina y el trabajo para pasar al mundo de la libertad, de la duración pura. Mudarnos a ese reino que comienza más allá de la práctica y nos permite evadirnos de la degradación económica, emocional e intelectual. Éste es el privilegio que podemos disfrutar siguiendo el impulso existencial hacia adelante. Negándonos a la información que no proceda de nosotros mismos y que nos reduce al presente y a lo que ya pasó. Debemos seguir ese ímpetu vital, aunque nada nos asegure un progreso real, ya que la evolución es imprevisible y sólo podemos tener confianza en el cambio.

Para Bergson hay una analogía entre conciencia humana y la vida de la naturaleza que en su conjunto garantiza la “duración”. Ambas son autoproducción y creación continua. Para él la vida síquica es un constante surgir de espontaneidad nueva e imprevisible. Ello crea un “impulso” solidario con el ímpetu vital general de las formas animales y vegetales que experimentan detenciones, desviaciones y regresiones, pero que a su vez cicatrizan heridas para marchar siempre hacia adelante. Es una proyección hacia el futuro del impulso del universo a las continuas metamorfosis. Un avance único relacionado a todos los seres, una proyección que él compara con “la carga arrolladora” de un enorme ejército.

El ímpetu vital avanza a una evolución divergente por desdoblamiento y disociación; como conlleva detenciones, regresiones y desviaciones, nos obliga también a ceñirnos a las posibilidades de lo que queremos ser. Bergson dice: “Cada uno de nosotros, con un vistazo retrospectivo a su historia, constatará que su personalidad de niño, aun indivisible, reunía en sí a personas distintas que podían fusionase porque se hallaban en un estado naciente. Esta indecisión llena de promesas es uno de los atractivos de la infancia; pero, como las personalidades que se compenetran se hacen incompatibles al crecer, dado que vivimos sólo una vida, nos vemos obligados a elegir. En realidad, elegimos incesantemente e incesantemente abandonamos muchas cosas. El camino que recorremos en el tiempo está cubierto de los escombros de todo lo que empezábamos a ser, de todo aquello que podríamos haber sido”.

Bergson nos recomienda atrincherarnos en la fortaleza de nuestra conciencia individual, donde queda lo que se ha logrado salvar de la cosificación a lo largo del tiempo vivido, para reafirmar así el propio ser, y estar a la espera de lo que podrá salir un día para hacer más complejo y profundo nuestro espacio externo. La filosofía es una práctica del pensamiento que permite a la conciencia de cada individuo reconstituirse en una unidad dinámica, más allá de la segmentación y disipación impuesta por la experiencia que nos despersonaliza. Nuestra individualidad necesita recomponerse, reestructurarse continuamente y al mismo tiempo conservar la propia identidad e integridad.

Todo en la vida es cambio y movimiento. Fluidez, movimiento y necesidad son las categorías del pensamiento de Bergson. Generalmente no nos acostumbramos a esta movilidad universal, queremos puntos fijos para nuestra existencia y para nuestro pensamiento; pero lo que debemos hacer es mirar directamente nuestra vida, aceptando que “el cambio es lo más sustancial y duradero del mundo”. El pensamiento debe estar cambiando y nuestra conciencia reacomodándonos cada vez al mundo cambiante.

Me permito concluir con un segmento del poema El Alquimista, tomado del Blog de poemas de Juan Rodes.

Todo en la vida es cambio y movimiento
la materia es ilímite pero las formas de la materia
son moldeables y finitas
Acción omisión y reacción hacen la elección

Podría no haber sido lo que fue
puede el bien volverse mal y haber sido
el mal peor o convertirse en bien

Mi acción es del presente
lo que se va regresa
pero yo no espero su regreso
Tampoco puedo cambiar lo inevitable
pero al acaso lo interfiero

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *