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Los medios de comunicación de masas incluidas las redes se han encargado de reafirmar la dominante imagen del escritor o del artista sumido en la mistificación del romanticismo renovado: ese “sturm und drang” o tempestad y pasión por siempre, pero esta vez en completo confort y seguridad. Así el santón de blanca túnica se levanta por las mañanas y se dedica casi en un cien por ciento a escribir, y de cuando en vez mira hacia al lado, le hace un guiño a su pareja con una sonrisa en los labios o acaricia al misterioso gato de profundos ojos que junto a la antigua máquina de escribir mira con modorra el horizonte pintarrajeado.

Hasta los propios creadores tienen la tendencia a idealizar aún los momentos más realmente duros, aquellos tiempos en que solamente nos quedaba “correr hacia la ternura, pedir un poco de pan” (1). Por arte de la palabra el hambre se convierte en un estado epifánico y la pérdida de los dientes en un motor de la historia.

Por otra parte algunos reportajes han tratado muy malamente de desmitificar al escritor, por ejemplo leía uno hace muchos años, en el que se insistía que Francisco Coloane sólo escribía cuando estaba enfermo en cama, pues su trabajo rutinario no le permitía ni siquiera borronear un cuaderno, así que su enorme y fructífera obra era nada menos que producto directo de sus licencias médicas. Al lector o lectora poco y nada le podrá importar la caricatura como reflejo de igualdad: ese Coloane en cama con fiebre y un vaso de limonada y aspirinas tiradas en el velador, escribiendo Tierra del Fuego o El último Grumete de la Baquedano.

Pero el artista cachorro o no, sí viaja entre dos polos, desde una soledad más o menos contemplativa donde el hambre, el dinero y todo lo mundano se hace invisible en el espacio de la libertad creativa, hasta el reino de la necesidad desnuda, donde se encuentra con todos los hombres y mujeres. Sin embargo, lo que lo distingue es el ángulo de mirada que construye en ese último reino donde el diablo mete la cola. Nada más. Así efectivamente su enfermedad momentánea se transmuta en una oportunidad de viajar al sur del planeta entre hielos vírgenes, su hambre en una canción de coraje, su paz inestable en un gato de yeso que cobra vida mirando los teclados. Su amor en el guiño del maniquí.

Pero el mundo, nuestro mundo, existe para él o ella, nada humano le es extraño, y entonces es empujado en la fila obrera o clase mediera para entrar al galpón de los discursos, para compartir en comunidad de camisas arremangadas y faldas al viento el lenguaje de la agitación desesperada de los tiempos que corren, para transpirar en pieles curtidas al sol clamando el poder por siempre arrebatado. Y no dejando de ser el solitario sempiterno ni el paga cuentas cotidiano, ni el kiosquero arrastrando bolsas de diarios, ni el padre ni la madre, ni el amante bien terreno, lo observa todo y a todos como en una película de Vittorio de Sica o como en un documental setentero de Patricio Guzmán y los absorbe, los engulle como choca (2) bien dispuesta en el trabajo del constructor, del albañil o enfierrador, para luego rehacer las estructuras de la casa futura.

Pues a la par que se ofrece como material a transformar, aúlla: déjenme merodear sus virtudes y miserias, déjenme convivir en sus miedos y esperanzas, déjenme escudriñar sus sexos y sus plusvalías, sus ojos, sus venas, sus nervios palpitantes y sus cazuelas en casa de madera colgando del techo del cielo. Porque yo soy el yo soy, y el otro, camino de la casa al cementerio como ustedes, recorro las calles para ganarme el pan de cada día, vendo el libro que alimenta, la noticia que recrea vuestra mirada o la diluye, resueno la voz radial que recorre multitudes o las pequeñas comunidades que conforman, yo soy el mismo cuando tú eres el mismo y también, también, el que se especializa en su material de trabajo, que se deja permear implacablemente y que en simultáneo toma tu vivencia cotidiana, penas y risas, lágrimas y dientes como fulgor, como si fuesen simplemente témpera, colores, y las esparce sombra y luz en la tela de la vida, para que te reconozcas, para que te reconozcan.

(1) Víctor Jara, No puedes volver atrás.
(2) Comer o tomar té en un tarro.

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