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No recordaba esta historia hasta que entré a la sala de teatro. La poca luz en el centro del escenario iluminaba una mesa blanca de plástico y cuatro sillas. La señora Aída, de unos 55 años, estaba sentada al lado de su hermano jugando a escribir cartas con dramáticas historias sobre incendios, niños sin brazos y otras tragedias. En la mesa había un jarro de jugo, varios lápices y muchas cartas con sobres a medio cerrar. El hermano se inclinaba sobre la mesa como si estuviera espiando a una hormiga. Tomaba el lápiz con torpeza mientras movía los labios y repetía las palabras que iba dibujando.

La sobrina de la señora Aída estaba sentada en el piso, una adolescente tímida que escribía encorvada una nueva mentira sobre un tarro blanco. En otra silla estaba el sobrino, todo un hombre. Concentrado movía el lápiz hacia el final de la hoja hasta que de un salto se levantó de la silla para leer su hazaña:

“Querido Viejito Pascuero:

Este año se me quemó mi casita que era toda de madera. La señora del lado dejó prendida la estufa y por culpa de ella, mis hermanitos quedaron con sus caritas muy quemadas. Es por eso que te queremos pedir una estufita, ojalá sea una Toyotomi para que no gaste tanta parafina y no salga mal olor. Yo y mis hermanitos estaremos muy agradecidos, será la primera vez que se dibuje una sonrisa en nuestra boquita desde que nuestra madre murió en el incendio, intentando rescatar en vano a nuestros gatitos”.

Silencio en la sala.

La señora Aída suelta una risotada para celebrar la creatividad de su sobrino.

Esta es la historia que me hizo recordar la compañía de teatro La Encalillá al tomar esta noticia y hacerla guión para una comedia de humor negro, que no fue tan chistosa para Correos de Chile cuando en diciembre del año 2005, descubrió a la verdadera señora Aída y las cientos de cartas falsas. Era tan convincente “el concurso” que tenía a familiares escribiendo historias de niños pobres, madres ciegas, hijos con síndrome de down, entre otras penosas narraciones. Para la señora Aída, “mientras más cartas enviaban, más posibilidades tenían de ganar”.

Televisores, bicicletas y equipos de música eran parte de los envíos de las familias que participaron ese año en la campaña navideña de Correos de Chile, creyendo que sus regalos alegrarían a otros niños; a los verdaderos afectados por ceguera, enfermedades y accidentes.

La mentira de la señora Aída dejó a todos con la boca abierta cuando los carabineros llegaron a su casa y vieron que los rumores de los vecinos eran ciertos. Pero más sorprendidos quedaron los jueces cuando no supieron que hacer con la mujer que había estafado al Viejito Pascuero: el delito no estaba tipificado. Los jueces se pasearon entre varios tipos de castigo pero finalmente decidieron una condena compensatoria con trabajo comunitario en una fundación, dos veces al mes y por un año, a cambio de una disculpa pública.

El “concurso” fue un momento de felicidad para Aída y su familia, y aunque tuviera más regalos que espacio para ponerlos en su casa, sabía que les daba la felicidad que pocas veces habían conseguido.

¿Por qué una persona puede llegar a mentir de esa forma para alcanzar la felicidad? ¿Hasta qué punto es aceptable si todo lo hizo por sus nietos, por darles una navidad con regalos? Quizás no podemos responder esas preguntas, pero sí debiéramos pensar qué entendemos nosotros por felicidad. Me acuerdo del Informe de Desarrollo Humano en Chile 2012 que en uno de sus capítulos hablaba sobre la presencia del concepto “felicidad” en nuestras vidas. Y decía:

– Para el grupo ABC1, la felicidad está asociada con “disfrutar los placeres de la vida” y tener una vida con sentido “transcendente”, más allá de las condiciones materiales.

– La clase media describe la felicidad como “realizar los objetivos y metas de la vida”, otorgándole importancia a la realización de sus planes.

– Para los más vulnerables, la imagen de la felicidad es “vivir tranquilo y sin mayores sobresaltos”. Como la cotidianidad es agobiante y adversa ve en la tranquilidad su imagen de la felicidad deseada.

Pero la mayoría de los entrevistados señaló que la felicidad está compuesta de experiencias momentáneas y que tienen que ver con las distintas etapas de la vida, como la infancia. Más allá de los regalos que la señora Aída quiso hacer a sus nietos, intentó por una vez, olvidarse de sus problemas y regalarles un momento de felicidad, que lamentablemente, nunca olvidarán.

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