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Es bueno realizar alguna memoria. Hace dos años en Chile y el mundo – el 2011 – fue forjado a fuego como el año de las marchas, de las manifestaciones sociales, de la indignación ciudadana y el movimiento permanente en torno a las demandas. En décadas más en el futuro, los historiadores analizarán este año como el clímax de un proceso donde las estructuras del siglo XX se vieron completamente erosionadas.

Las asimetrías sociales han agudizado el conflicto entre los distintos actores, volviendo a cuestionarse la sociedad abierta de la justicia y la igualdad de oportunidades, es decir, reflexionando las bases de la sociedad occidental contemporánea, aquella que triunfó por sobre el socialismo real a fines de los años 80 del siglo pasado.

Por lo tanto, es menester hoy analizar ¿de qué manera caben los Partidos Políticos dentro de estos movimientos de ciudadanos que se sienten completamente indignados ante las desigualdades económicas, la corrupción pública y privada, y la omisión cómoda de los mismos partidos?

Sobre todo hoy, es urgente reafirmar lo siguiente:  los Partidos Políticos son necesariamente útiles para la canalización del poder que genere el cambio social, por tanto, catalizadores de las formas democráticas de construcción de la sociedad del futuro. Estructuras partidarias plurales, libres y con igual condiciones de competencia por el ejercicio del poder. Sin embargo, no bajo el viejo concepto de los Partidos como un aglomerante de la masa, desechando la criticidad innata de los hombres y mujeres de la actualidad. No esos Partidos de cuadros, militarizados, ideologizados, y por qué no, con una gran cuota de manejo mental de sus adherentes. Más bien, me refiero a Partidos como interpretes de la realidad, plataformas abiertas del cambio, y que estos conservadores o progresistas, estén abiertos a la revolución, que no es más que cambiar las estructuras para posibilitar la búsqueda de la felicidad.

Por consiguiente, es necesaria una renovación de los liderazgos partidarios para una necesaria efectividad de la comunicación, lo que significa que los ciudadanos tengan claridad de los liderazgos que representan, generen una empatía fácilmente practicable y replicable. Empero, lo siguiente es diametral. Los partidos necesitan reformular sus programas y agendas de trabajo, hacer suyos aspectos de las demandas ciudadanas, acotarlas según su visión del mundo, dar soluciones prácticas a la vida cotidiana de las personas, y que sobre todo, le aseguren al ciudadano de a pie, un futuro de seguridades y oportunidades en su propio país. Partidos que generen una ventaja competitiva, atractiva y diferenciable, ya que actualmente los ciudadanos han vuelto a sentirse soberanos, sumamente exigentes y realmente impacientes.

Sin partidos políticos sólidos, respondientes a las demandas ciudadanas, actualizados de los movimientos sociales que condicionan el ejercicio del poder, ahondaremos en una crisis institucional de legitimidad que provocará que las asimetrías del dialogismo societal se vuelva un ruido de sordos, tal Babel que se derrumbe hasta el abismo.

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