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El voto entrando por la ranura… A lo mejor es esa connotación erótica la que desata la enorme pasión electoral que nubla el juicio y nos inunda de frases hechas después de cada elección. Como buena pasión se desvanece rápidamente frente a otros estímulos como las compras navideñas, los fuegos artificiales, y las vacaciones. El frenesí volverá solo dentro de unos años, cuando haya que ir de nuevo a meter el voto a la ranura.

Quizás esta introducción irrite a mis amigos que entienden la votación como un ritual solemne, que cumplen con seriedad su deber de “depositar el voto en la urna el día de de las elecciones”. Les pido una disculpa no es mi intención festinar la “fiesta de la democracia”, pero eso de depositar el voto en la urna me suena medio funerario, como a enterrar al voto muerto. Meter el voto tiene la posibilidad de imaginar que ahí se fecundan los sueños y nace un futuro renovado.

Pero en fin, nada de eso importa mucho y a lo más podría servir como elemento del brief para la próxima campaña de gobierno llamando a los ciudadanos a votar. Porque ciertamente antes de la próxima elección habrá una campaña “incentivando el voto y el deber cívico”. Otras líneas creativas podrían ser: “Si no votas, después no reclames” (Vota si quieres reclamar); “No dejes que otros decidan por ti” (¿Solo por hoy?); “Hoy todos somos iguales” (¿Y el resto del año?); “Si pagas impuestos, también tienes que votar” (Dos cosas que te hacen feliz); Si no votas voluntariamente entonces será obligatorio (¿…?).

Votación para presidente fotografía de Mariluz Soto
Votación para presidente fotografía de Mariluz Soto

El voto como parte de la cultura democrática

Mirado desde la comunicación y más allá de las campañas, el voto es un momento en el fluir de una cultura, un elemento dentro de un sistema comunicativo. Para llegar a que una persona vote por “el mejor programa o la mejor presidenta y cómo eso NOS afectará” tienen que suceder muchas interacciones, lecturas, opiniones, participaciones, confianzas, prácticas previas que hacen posible que emerja en ese ciudadano el gesto de “emitir el voto” en un día determinado. La participación en una votación no es una conducta espontánea, requiere una red de conversaciones que crea un contexto delicado y profundo mucho más amplio que una campaña, que es solo una parte del mismo. Mientras más débil sea el contexto, mientras más “fallen” los elementos de ese sistema comunicativo que llamamos democracia menos probabilidades habrá que emerja el gesto del voto y tantos otros que consideramos propios de una cultura democrática.

Sin hacer un análisis exhaustivo podemos recoger rápidamente algunos elementos que rompen ese sistema comunicacional que conduce al voto. Un 44% de los chilenos no entiende lo que lee; la connotación y presentación habitual de la política en los medios de comunicación es negativa; existe una enorme dificultad para crear y sostener cualquier tipo de organización ciudadana o cultural; las personas participan rara vez en elecciones sindicales, estudiantiles o de vecinos; casi nula disposición de las autoridades a escuchar reclamos de organizaciones “tranquilas e institucionales” versus pronta reacción ante las manifestaciones “ruidosas y mediáticas”; bajos niveles y escasa profundidad y visibilidad del debate sobre asuntos públicos; un sistema binominal que desincentiva la renovación política; ausencia de educación y participación cívica en los colegios; etc… El listado de los elementos que debilitan un sistema comunicativo que favorezca la conducta del voto podría extenderse por páginas. (Me refiero principalmente a esa abstención que bordea el 50% -antes eran no inscritos- y no a la  “abstención militante” de la segunda vuelta de la elección presidencial 2013).

En un sistema con esas grietas y fallas, la abstención (que no surja la conducta de desplazarse hasta el local de votación a depositar el voto) es bastante predecible.

Para quienes escuchan desde sí mismos y no intentan comprender el mundo que habita el otro, no votar puede ser simplemente escandalosa flojera. Juzgan, descalifican, piden sanciones y obligatoriedad con pasión categórica. Mientras más hayan participado del sistema político y sido parte del mundo electoral más incomprensible les resulta que a alguien no desee ir a votar.

La alta abstención es un síntoma (no una causa) de los problemas de la democracia y la convivencia, de la dificultad de crecer juntos como comunidad nación. Me preocupa más la democracia enferma que el bajo índice de participación electoral, más la falta de ciudadanos que la falta de votantes.

Capacitación Marca AC fotografía de Mauricio Tolosa
Capacitación Marca AC fotografía de Mauricio Tolosa

Cultura democrática para el Siglo XXI

Ahora que está en la agenda la discusión de una nueva constitución, la asamblea constituyente puede ser un camino para concebir una democracia propia del Siglo XXI que incentive la participación para aprovechar el talento y las visiones de todos los chilenos.

Hacerse cargo del desafío de definir cómo convivir y tomar decisiones incluyentes en una democracia moderna requiere: diseñar los espacios para el ejercicio de la participación en los distintos niveles, nacional, regional, municipal y local; delinear la institucionalidad por la que fluyen las demandas ciudadanas; otorgar el poder de decidir y no solo de opinar a las organizaciones; facilitar las formas de expresión y debate utilizando las nuevas tecnologías; modernizar los sistemas de votación; fomentar la construcción de organización y comunidad potenciando los medios comunitarios; concebir la educación cívica no como una clase sobre las leyes del estado sino como una práctica de la convivencia en comunidad, con derechos y responsabilidades; diseñar una estrategia educativa para disminuir esa cifra oprobiosa del 44% que no entiende lo que lee y la amplia mayoría que no sabe debatir ni conversar.

Si desde el año 90’ nuestra institucionalidad y cultura democrática hubiesen crecido al mismo ritmo que el PIB per cápita, esos temas ya estarían resueltos. Tenemos una economía rica y una democracia pobre. Llega un punto en que la brecha genera un cortocircuito y todo se desmorona.

Avanzar hacia una cultura democrática requiere un gran esfuerzo humano y material, constante y por muchos años, destinar recursos y presupuesto, plantearlo como prioridad nacional. Esto, suponiendo que queremos realmente hacernos cargo del desafío de construir una democracia inclusiva que se beneficia con la participación de todos y donde todos se benefician con la participación.

 Creemos comunidad: Mi “dirección” en Twitter @mautolosa y en Facebook

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