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“La inteligencia ha dejado de ser la capacidad de resolver un problema para ser la capacidad de ingresar en un mundo compartido.”

Francisco Varela

Hace algunos años, en Camboya, luego de viajar algunas horas cruzando poblados y campos de arroz, hasta que los automóviles desaparecieron de la ruta y solo quedaron las bicicletas y carretas tiradas por búfalos, llegué a una extraña aldea cerca de un río. Las casas estaban ordenadas a ambos costados de una “avenida” única, todas altas, de material liviano y construidas sobre pilares de madera. En la calle se extendían largas alfombras naranjas formadas por camarones que se secaban al sol. Ese espacio era en realidad una especie de “puerto” para el contacto con los habitantes de tierra firme.

Me embarqué en un bote para visitar el corazón de la aldea.

Al medio de un gran lago había decenas o cientos de casas distribuidas de manera irregular, como salpicadas sobre el agua. Mi bote se topó en varias ocasiones con el de un monje budista que visitaba los hogares llevando la palabra de Buda y asistiendo a los enfermos, pues pertenecía a una orden de sanadores.

Los más pequeños corrían y jugaban en los pisos de aquellas casas sin baranda u otro tipo de protección. En algunos hogares, los niños compartían el espacio con un cerdo, en otras con perros. En la mayoría de las viviendas, en la parte de atrás había un corral sumergido en el agua donde sus padres criaban cocodrilos que los niños se encargaban de alimentar.

 

Pueblo del lago Kom Phong Plock fotografía Mauricio Tolosa
Pueblo del lago Kom Phong Plock fotografía Mauricio Tolosa

Para sobrevivir en ese mundo acuático, las personas no siguieron un curso, ni estudios formales, ni recibieron un instructivo con mensajes sobre “cómo sobrevivir en el lago”; ellas crecieron inmersas en las conversaciones, las emociones y las conductas que recrean y habitan el mundo del lago cada día.

Cada habitante, participando en un envolvente proceso comunicacional, se hizo parte de esa comunidad, encontró su espacio en el mundo que ésta había creado a lo largo de los siglos. Esa convivencia, con su infinito tejido de palabras, emociones y gestos, configuró en cada persona una manera de estar y hacer “natural” y fluida en un entorno que para habitantes de otros mundos, sería extremadamente desafiante.

Los grupos, comunicándose,  configuran mundos relacionados con el territorio o los espacios en que se mueven; con las actividades o ritos que practican; con intereses, ideas o proyectos que comparten; con los vínculos sanguíneos o la pertenencia a alguna etnia, género o grupo etario. Los miembros de la comunidad, se reconocen entre sí y son reconocidos por otras comunidades. En esa interacción entre hacer, conocer, convivir, pertenecer y ser reconocido, se constituye una identidad que determina el presente y crea el futuro espacio de posibilidades.

 

Este texto forma parte del libro “Comunidades y redes sociales, el desplome de las pirámides”

Creemos comunidad: En Twitter @mautolosa y en Facebook

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Alguien comentó sobre “Comunicando surge la identidad

  1. Siento y luego existo… En este mundo que de pronto se nos fragmentó, amputado, separado, alejado de su condición natural, animal, planetaria, nos quedamos secos de sabidurías profundas. La cabeza aislada crece y deja de ser suficiente, pierde el oído, la piel, la lengua y crea, muchas veces atrocidades que exterminan. Gracias Mauricio por este artículo.

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