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Vale la pena dar una mirada a algunas interpretaciones sobre la elección del 17 de noviembre. Diversos líderes de opinión han salido a la palestra. Cada uno, como es obvio, hablando desde su situada memoria; digo, desde sus intereses y deseos, sus sesgos y sus trayectorias. Revisemos aquellos con más vocación de “oráculos” (dicho sin ánimo peyorativo, pues quién opina y anuncia tendencias siempre actúa como tal), que resumen algunas perspectivas hoy confrontadas.

Carlos Peña, si bien fue el primero en emitir un juicio (la mañana del 18 de noviembre), ha sido el menos riguroso en la interpretación de los datos. El abogado y profesor universitario no oculta su distancia política y emocional con los nuevos aires transformadores, sea ante las demandas ciudadanas (reformas varias, AC, por ejemplo), sea ante la nueva generación que ingresa a la política. Él se siente cómodo en el presente, de ahí que interpela a ambas candidatas con un chato pragmatismo y una abstracta ideologización. A Matthei la llama a posicionarse en la segunda vuelta como la defensora de nuestra modernización made in Chile, mientras a Bachelet la invita a evitar la sobre interpretación de los movimientos sociales o estudiantiles (chato pragmatismo). Es que, agrega, “¡Bachelet debe comprender que Chile vive una revolución de  expectativas y no de estructuras!” (una abstracta ideologización).

No es el caso discutir aquí la distancia con la vida concreta en la abstracción teórica que repite el abogado. Solo dejemos planteada la pregunta: ¿por qué una revolución de expectativas, que es la humana y razonable esperanza de realizar y conseguir algo, no es en si misma también una potente señal cultural propia de la masiva demanda ciudadana por cambios estructurales del estilo reforma educacional, tributaria, nueva constitución, entre otras?

Sobre la base de la alta abstención electoral, el abogado deduce que el tono radical y épico en la campaña (Bachelet incluida), sería expresión de una disonancia entre las élites y la ciudadanía. Claro que en su afirmación el opinólogo soslaya dos datos nada triviales. Uno, que en el mundo la voluntariedad del voto, allí donde se aplica como norma, suele obtener guarismos parecidos de participación electoral. Y dos, que parte importante de la abstención fue entre sujetos animados por el radicalismo del estilo nueva presidenta de la FECH, por ejemplo. Es decir, por una “lógica” también ciudadana que seguro molesta aún más a ciudadanos tipo Peña.

“Ni la gente quiere grandes reformas, ni la correlación de fuerzas lo permite. Habrá reformas pactadas… Es la mediocridad afortunada de la democracia”, agrega. Al pasar digamos que la suya es una mediocre imagen, no muy afortunada, para referirse a la compleja maravilla de relacionamiento entre humanos que es la democracia.

La nueva generación, Jackson, Camila, Boric, entre otros, solo serán los nuevos díscolos del Parlamento, concluye el columnista, advirtiendo que “es un error confundir sus puntos de vista con los puntos de vista de la mayoría”. Para el rector eso no es así, pues los puntos de vista que él proclama serían los de la mayoría.

Como la Historia esta abierta, será la convivencia en democracia la que a la larga nos develará si el oráculo tenía razón o bien son estos jóvenes líderes quienes hoy mejor conectan con la mirada de la mayoría. Por ahora, recordemos que en las elecciones más de un 60 por ciento se pronunció derechamente por cambios, sin contar los votos de Parisi, quién, con su populismo, interpretó a varios otros que también quieren mejor educación, sustentabilidad y mayor equidad y protección social.

Lejos de Peña y bailando el ritmo de los más furibundos en las calles, al día siguiente, en El Mostrador, salió al ruedo el sociólogo Alberto Mayol. Su objetivo: decirnos que tras “la borrachera electoral” se oculta un país en el que ya fueron desbordadas todas las fronteras y límites que nos imponía un orden neoliberal en lo ético, social y económico.

Mayol observa que Bachelet sacó menos votos que el 2005, cuando el país era otro. Hoy, en cambio, un Chile desbordado de nuevas expectativas hará muy difícil la gestión de gobierno para la Nueva Mayoría, por no decir imposible. Bachelet ahora “tiene a su derecha un 25% y a su izquierda un 17%, algo cada vez más parecido a un jamón de sándwich.”

Es discutible el optimismo y la simpatía revolucionaria por el desborde del sociólogo. Por lo pronto, son evidentes las diferencias entre los electores y líderes de ese 17%. Entre ellos hay ausencia de redes y cuesta sentir un sentido de pertenencia o un proyecto mínimamente articulado. Marco Enríquez-Ominami, PRO, en lo programático es más cercano a una de las dos “almas” que hoy conforman a la Nueva Mayoría, la que quiere cambios. Alfredo Sfeir es la expresión de un ecologismo reflexivo, con presencia transversal en distintas sensibilidades en el país, por lo que en ese proyecto emergente anidan más sujetos que el 2.5% que lo votó en las urnas. Marcel Claude y Roxana Miranda son dos fenómenos distintos entre si y con los anteriores, de suyo complejos y muy personales.

Ninguno de esos signos dice nada a Mayol. Unilateralmente se basa en el guarismo del 17 por ciento para profetizar que “la ruta institucional empieza a ser una utopía”. Incluso, en su alocución, utiliza imágenes rudas y abstrusas: “Ese cáncer [el traspaso de los límites del antiguo modelo] le crece incluso a Bachelet, ya tan curada de ese mal ominoso. Si antes lo aprendido en la RDA estuvo al servicio de Milton Friedman, ahora la RDA clama por su propia potencia, por su fertilidad, por la sangre de su sangre”. “Cáncer”, “potencia”, “fertilidad”, “sangre de su sangre”. ¿Qué será? ¿Otra vez los sonidos de la revolución? (evocada a través de un proyecto tan fallido y antiguo/moderno como el de la RDA).

Ese sonido y amenaza es lo que seguramente siente Eugenio Tironi cuando titula su columna mercurial, también del 19 de noviembre, como “Reforma o Revolución”, igual que el clásico libro de Rosa Luxemburgo escrito a finales del siglo 19 y publicado en 1900.

Para el sociólogo, la elección habría dado cuenta de dos hechos: “que la ciudadanía quiere cambios de fondo, tanto en el orden económico como político, y que prefiere que estos se realicen en forma gradual, buscando acuerdos al interior de las instituciones y no rompiendo con ellas, pero que se realicen. En otras palabras, es el triunfo sobre el inmovilismo y el fatalismo, de una parte, y sobre el maximalismo y el desborde anti-institucional, de la otra.”

Como se lee, profetiza cambios a través del camino de las reformas, sin revolución. A diferencia de Mayol, según Tironi la gente no quiere desbordes. Y desmarcándose también del inmovilismo y fatalismo de Peña, la gente sí quiere cambios de fondo, estructurales.

Por ello, el asesor estratégico se apura en bien aconsejar públicamente a la derecha chilena que en el futuro próximo “no debe adoptar una postura intransigente, tal como lo anunció en la campaña y como lo hizo en sus peores años”. Pues el riesgo es que “en aras de la defensa de la institucionalidad, ella estaría desfondando la fe que la ciudadanía aún deposita en el cambio institucional, y legitimando las voces que propugnan la ruptura… Reforma o revolución: un viejo dilema que vuelve a tomar actualidad”.

Tres perspectivas que, sin duda, interpretan a distintos sectores de la sociedad. Por eso, son tres miradas situadas. Las distintas columnas expresan puntos de vista que co-existen, respetables y legítimos, por cierto, que dan cuenta de “realidades” y, tal cual las profecías que conllevan, son también creadoras de mundos.

Con todo, nuestro punto crítico de fondo es al tono de “oráculos” de otro tiempo, de la época del todo o nada.

Peña no quiere nada que altere el fondo de un presente que él mira con complacencia.

Mayol quiere que todo se desborde. Su imagen de la revolución no se asienta en la complejidad implicada en la profundización de la democracia, ergo, en la ampliación de la libertad, la equidad social y ahora también en avanzar hacia la sustentabilidad; sino que la revolución sería “simplemente la impertinencia a un límite que otrora era fundamental”.

Tironi querría “cambios de fondo” en la medida de lo posible, acotados por las reformas intra-institucionales; pero muy ajeno al soñar lo imposible que es lo que históricamente ha realizado lo posible (la revolución democrática).

Intuimos que estos oráculos hoy se equivocan cuando se alinean en excluyentes del estilo inmovilismos o desbordes, partidos o redes, reforma o revolución (y tal intuición se basa en observaciones y reflexiones de diversos autores, cuya complejidad escapa a esta columna).

En ese sentido, la savia nueva que ha traído la joven generación, en la política y en distintos dominios, anuncia un utopismo pragmático innovador, una capacidad de operar y construir redes de nuevo estilo, un saber hacer ligado a la vida, distante de ideologizaciones como las de antes. Su conciencia es más histórica y menos teleológica. La savia nueva intuye que en la Historia la verdad será  solo lo que ocurrirá y ocurrirá aquello que seamos capaces de desplegar en el presente con nuestras acciones y gestos concretos. En suma, una simpleza y profundidad que se agradece.

Eso explica una nueva política capaz de integrar el pragmatismo y el sueño, la articulación de la ética de las convicciones y de la ética de la responsabilidad, que hasta ahora hemos visto en uno de los movimientos emergentes con los últimos vientos de cambio: Revolución Democrática (RD). Ya desde su nombre RD provoca y evoca, pues, mirado con los ojos del ayer, la complejidad implícita en los dos términos (revolución y democracia) pareciera un flagrante contrasentido.

Pero para ellos no lo es. De hecho, así intentan practicar la democracia en sus diálogos intra-movimiento. Apenas cerrada la elección del 17, tras un intenso debate, votaron el apoyo colectivo en segunda vuelta y el mismo fin de semana pos elecciones participan de una discutida reflexión estratégica sobre los próximos años. Y así también lo proyectan hacia la sociedad, tratando de construir una política integral, democrática a cabalidad en las instituciones y en pos de las grandes causas de los movimientos sociales y ciudadanos.

Muchos de esta nueva generación quieren revolucionar nuestro modo de vida y lo quieren hacer en el diálogo y el respeto democrático. Debemos decir que también otros nuevos movimientos políticos (Izquierda Autónoma, por ejemplo), redes de ecologistas, de género, culturales, etcétera, coinciden en esto con RD.

Precisamente el entusiasmo en las palabras de Giorgio Jackson la noche de su triunfo electoral, nos relata un utopismo pragmático, simple y profundo, un sueño. “Cerca de dos tercios de la población chilena han optado por programas que hablaban de grandes cambios, que hablaban de una nueva Constitución, que hablaban de educación gratuita y pública de calidad, que hablaban de una reforma tributaria. Esos son triunfos que nos los debemos a todos nosotros, a quienes nos hemos manifestado”, destacó Giorgio.

El domingo 17 de noviembre muchos acudieron a las urnas con su legítima revolución de expectativas, otra vez la esperanza puesta en Michelle Bachelet. No en vano su programa asimiló varias de las demandas ciudadanas por cambios estructurales a los abusos en uso.

El próximo 15 de diciembre, la épica, esa emoción que disgusta a algunos, se hará sentir en el gesto democrático de marcar el voto con AC, conscientes los ciudadanos que en nuestro país la expectativa de cambios sustantivos pasan por un nuevo orden constitucional. El futuro de Chile lo estamos construyendo con esos gestos, en el creativo diálogo y construcción de confianza entre diferentes y entre las nuevas y antiguas generaciones.

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