Compartir

Me hice Allendista a los 8 años de edad. Pareciera que era muy pequeño, y de hecho lo era,  no solo de edad, sino que también de estatura. Mis papás me decían que iba a ser como el tío Che (Q.E.P.D.), que era como le decían a Humberto, el hermano mas bajito de mi padre.  El tío, una persona cariñosa, alegre y de muy buen corazón, era talabartero al igual que su padre, el maestro Ricardo Arévalo, a quien no tuve la suerte de conocer, pues falleció cuando mi padre era un niño.

Me acuerdo muy bien del año 1970, cuando fueron las elecciones presidenciales en las que triunfó Allende. Hacía un par de años que con mi familia nos habíamos trasladado a vivir a Santiago, desde Ancud; en ese tiempo capital de la Provincia de Chiloé.

Mi barrio en Santiago era la Villa Paulina, ubicada en la Gran Avenida. Un día, paseando por el pasaje que quedaba detrás de mi casa, conocí a un matrimonio de jóvenes estudiantes de medicina, que tenían un hijo pequeño, de unos 6 o 7 años. No me acuerdo de sus nombres. Lo que sí  recuerdo es cuando un día, ya dentro de la casa de estos nuevos amigos; en la cocina para ser más precisos, la mamá de mi amiguito me preguntó: ¿quién te gusta para Presidente?.

Yo hasta ese momento, no tenía idea de que existían las elecciones, ni que la gente pudiera escoger al Presidente del país; tampoco sabía que las personas podían diferenciarse, también, por a cuál candidato preferían. Todo eso lo empecé a saber a partir de esa simple pregunta que me hizo la madre de mi nuevo amigo.

Como no supe que contestar, ella sola me dió la respuesta, mirándome con su linda carita, me dijo “¿tu vas a apoyar a Allende cierto?”. Seguramente ella no sabía que esa simple conversación me iba a marcar para siempre.

A partir de ese día comencé a interesarme por la política. Lo primero que hice fue, a la salida de mi escuela, la Nº51 de hombres de La Cisterna, pasar a los locales de los comités de campaña, que se ubicaban en la Gran Avenida, cerca de la esquina con la calle Manuel Rodríguez; que después se pasaría a llamar Américo Vespucio. Al terminar la jornada  de clases, visitaba con un grupo de compañeros de curso, las sedes de los comandos políticos para pedir propaganda. De los locales salíamos con los bolsillos cargados de panfletos, la mayoría con letras de colores rojo y azul.

No recuerdo qué hacíamos con la propaganda, seguramente la usábamos para jugar, ¿que más podíamos hacer con ella?;  sin embargo hubo algo que me dieron en el Comando de la UP, de cuyo destino sí me acuerdo. Era un afiche en blanco y negro con el rostro de Allende,  que en la parte de abajo, además del apellido del candidato, tenía el símbolo de su campaña, una equis roja, que formaba las letras V arriba y  A abajo y que significaba Viva Allende, con una letra U al costado izquierdo y una P al derecho, que eran las iniciales de la Unidad Popular; la coalición que lo apoyaba.

Afiche Allende y Unidad Popular
Afiche Allende y Unidad Popular

El afiche lo pegué en mi cabecera y con ese acto me declaré, ante mi familia, partidario de Allende en las elecciones presidenciales de 1970. Mi hermano Ricardo, seguramente por razones similares, ya que tenía solo 2 años más que yo, pegó un afiche de Alessandri en su cabecera y se declaró Alessandrista; a partir de ese momento la disputa electoral ingresó al dormitorio que compartíamos.

Después de las elecciones, no volví a saber de Allende en un buen tiempo; ni siquiera recuerdo haber festejado su triunfo, sólo tengo en la memoria que el día de la elección mi padre estaba nervioso y dijo que Chile no estaba preparado para un gobierno Socialista.

Un día, estando de vacaciones en Angol, donde vivía mi abuela paterna y la mayoría de los hermanos y hermanas de mi papá, el tío Ché me invitó a ir a ver al Chicho, que era como cariñosamente le decía la gente a Allende. Ese día Allende venía de visita  a la ciudad.

Me acuerdo que fuimos los dos caminando a la Plaza, y allí, en medio de la gente que gritaba, vi entrar caminando por calle Lautaro, la principal, al Presidente. Venía con botas, y con los pantalones metidos dentro, como los soldados. Caminaba a paso firme y rápido, casi como marchando; o a lo mejor a mi me pareció así por las botas que calzaba. Sonreía y saludaba con la mano a las personas que lo vitoreaban. De repente cambió su rumbo, se dirigió hacia donde estábamos nosotros y comenzó a darle la mano a la gente que lo vitoreaba. Cuando llegó frente a nosotros, mi tío le estrechó la mano y le dijo sonriendo “bienvenido compañero Presidente”, yo me puse a temblar de emoción y no me atreví a estirar mi mano. Fue la única oportunidad en que estuve tan cerca de él y siempre he lamentado no haber estrechado su mano.

El tiempo ha pasado, muchas cosas pasaron en el país, en mi familia y en mi antiguo barrio; sin embargo aún mantengo el recuerdo de esos día cuando me hice Allendista.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *