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Los antiguos filósofos griegos dieron origen al pensamiento de Occidente. Lograron un avance tan admirable para dar respuesta a los interrogantes de la inteligencia humana, que no sólo abrieron un camino a través de los mitos primitivos, sino que también iluminaron el camino de las generaciones posteriores, y conservan su vigencia hasta nuestros días. Su búsqueda de la verdad se inició con el mundo físico y continuó con la interioridad de cada hombre y su comportamiento social. Sus teorías, a pesar de que en gran parte han sido reprobadas por la investigación científica, fueron las que dieron origen a la misma investigación científica y al conocimiento sobre el ser y los elementos naturales.

El avance que lograron los antiguos griegos se estancó durante la Edad Media en el mundo cristiano a causa de la imposición de creencias a sangre y fuego. Fue la hegemonía árabe la que se encargó de conservar, al menos parte, el legado griego y de retornarlo a Europa a través de la dominación mora de gran parte de la península ibérica y del retorno a las cortes Italianas de los “sabios griegos”, con motivo de la caída de Constantinopla. Fue así como la tradición del pensamiento griego permitió a los nuevos pensadores el surgimiento del modernismo filosófico, a partir del siglo XVI, aunque sin poder borrar toda la huella del dogmatismo impuesto por la Iglesia, del que se conservan creencias como el dualismo de espíritu y materia, que ha sobrevivido hasta nuestros días.

En las primeras etapas del pensamiento antiguo, los filósofos griegos centraron su interés en el universo físico, donde se caracterizaron por su profundidad, amplitud de visión y el aporte distintivo de cada pensador al pensamiento general. Es difícil decir cuáles de los pensadores de la antigua Grecia han sido los de más trascendencia, pero cabe en este artículo mencionar algunos.

En el siglo VI antes de nuestra era, surgió la escuela de Mileto, representada por Tales de Mileto, Anaximandro y Anaxímenes, quienes ofrecieron métodos observables de la naturaleza, contra la idea comúnmente aceptada de que los fenómenos físicos no se regían por principios sino por la volubilidad de los dioses. Posteriormente aparecen los eléatas, con Parménides y Zenón, quienes fueron los primeros en ofrecer una filosofía lógica, donde el universo es una unidad inmutable e infinita en tiempo y espacio, para cuyo conocimiento las observaciones sensoriales sólo podían ofrecer una visión limitada y distorsionada de la realidad.

Cronológicamente aparece después Heráclito de Éfeso, a quien llamaron el oscuro, y quien fundamentaba su pensamiento en el cambio, porque todo se transformaba en un proceso continuo de nacimiento y destrucción que él comparaba con el fuego. Su filosofía está en la línea divisoria entre las leyes generales que rigen el mundo físico y la realidad humana. Estaba convencido de que no se podía penetrar en el secreto de la naturaleza sin haber conocido antes el secreto del hombre, él declaraba que se buscaba a sí mismo. Sócrates posteriormente daría madurez a esta nueva tendencia filosófica. La búsqueda en torno del hombre, es lo que da sentido a la separación entre el pensamiento socrático y el presocrático.

Conocerse a sí mismo fue el propósito primordial de búsqueda del antiguo pensamiento griego, prioridad que ha permanecido invariable en diferentes doctrinas filosóficas. Aún los pensadores escépticos, desconfiados de todos los principios generales, han reconocido la necesidad de este conocimiento, inclusive la negación de la certeza objetiva del mundo exterior tenía por objeto conducir al conocimiento del hombre mismo, por oposición a un humanismo ya resuelto. El conocimiento de sí mismo no sólo fue prioridad de los antiguos griegos sino también la base de la filosofía moderna, la cual comenzó como evidencia de nuestro propio ser en el principio de Descartes. Sin la introspección podríamos desconocer las percepciones, aunque con la sola introspección tampoco podemos abarcar una visión general de la naturaleza humana, ya que ella nos revela apenas un sector que corresponde a nuestra experiencia individual.

Aristóteles, nacido en el año 384 antes de nuestra Era, consideraba que todo conocimiento se origina en la tendencia humana por conocer, la cual se manifiesta en las acciones y reacciones más elementales: Todos los sentidos se determinan e impregnan de esta tendencia. Aristóteles afirma que todo hombre por su misma naturaleza desea conocer, lo que sustenta como el goce que el conocimiento proporciona a los sentidos. Aparte de que el conocimiento es útil, se desea por sí mismo, ante todo con el sentido de la vista. Tanto en la acción como en la ociosidad, preferimos el ver a cualquier otro conocimiento, porque este sentido nos permite clarificar muchas diferencias de las cosas. Él no cree posible el conocimiento científico sólo a través de actos perceptivos, niega la separación que hace Platón entre el mundo ideal y el empírico. Para él, el mundo de la naturaleza es el conocimiento en términos de vida, es una continuidad no interrumpida, las formas superiores se desarrollan a partir de las formas inferiores. La imaginación, la memoria, la experiencia, la percepción sensible y la razón, son etapas diferentes y expresiones diversas de una misma actividad básica que alcanza su perfección suprema en el hombre, pero de la cual participan también, de alguna manera, los animales y las formas todas de vida orgánica.

Alteramos el orden cronológico para concluir con a Sócrates, dada la trascendencia de su pensamiento. Él nada escribió, era un hombre de diálogo. Nació en el año 470 antes de nuestra Era, en el siglo anterior al de Aristóteles. Sabemos de él por Platón, su discípulo, otro gran filósofo y maestro de Aristóteles. Sócrates no pretendió introducir una nueva doctrina filosófica; sin embargo, todos los problemas fueron vistos por él con una nueva perspectiva de la filosofía natural y del ser con sus propiedades, principios y causas primeras. Sócrates no continúa con la práctica de los filósofos anteriores a él, ofreciendo una teoría nueva y sistemática; en cambio, introduce una pregunta: ¿Qué es el hombre?

El universo de Sócrates, en donde él investiga, es en el universo del hombre. Su pensamiento se basa en la realidad humana. En cierta ocasión, caminando por las afueras de Atenas, Sócrates, contra su costumbre, empezó a hablar admirando el paisaje. Fedro, uno de sus discípulos, le preguntó con extrañeza si estaba traspasando los umbrales al hablar como un turista. Sócrates le respondió pidiendo excusas y explicándole. “No traspaso los umbrales, soy un amante del conocimiento, y quienes habitan la ciudad son mis maestros, no los árboles ni la comarca”.

A pesar de que Sócrates no analiza con detalle y precisión la naturaleza humana, si determina y define cualidades como el valor, la justicia y la bondad. Él no se aventura a definir el ser humano, prefiera a propósito el método de dar rodeos sin profundizar demasiado, para que cada cual en el diálogo descubra la naturaleza humana como se descubre un paisaje de la naturaleza. Al describir las cosas físicas en términos de sus propiedades objetivas, el hombre sólo se puede describir en términos de su conciencia. Así Sócrates plantea en forma novedosa un problema insoluble a los modos habituales de investigación. La observación práctica y el análisis lógicos de los presocráticos habían resultado ineficaces para explicar a los seres humanos, porque sólo con su trato se puede penetrar su carácter. Para comprenderlos debemos afrontarlos.

No es la objetividad, sino la función del pensamiento, el rasgo distintivo de la filosofía socrática. La verdad, que se había concebido como aprehensible y comunicable por esfuerzo del pensamiento individual, Sócrates la convierte en diálogo, como única vía que acerca al conocimiento de la naturaleza humana. La verdad para Sócrates es el resultado de un acto social de constante cooperación en el diálogo. Esta es la respuesta indirecta de Sócrates a la pregunta de qué es el hombre, la cual se resuelve definiéndolo como criatura constantemente en busca de sí misma, que en todo momento tiene que examinar y hacer escrutinio de su existencia, y en este escrutinio radica el valor de la vida, porque “una vida no examinada no vale la pena de ser vivida”.

Para Sócrates el hombre es un ser al cual, cuando se le hace una pregunta racional, puede dar una respuesta racional. Dándose el ser humano esta respuesta racional a sí mismo y a los demás, se integra el conocimiento y la moralidad humana. Este método socrático aquí esbozado, ha marcado el desarrollo de la civilización.

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2 Comentarios sobre “El diálogo y la civilización: Vigencia del pensamiento antiguo

  1. El comienzo de tu ensayo se veía prometedor.
    Y me quedo con la sensación de que sabes y puedes compartir mucho mas en relación al ir y venir de las corrientes religiosas y culturales de los primeros siglos de esta era…
    Pero luego tiraste toda esa lata sobre los griegos con olor a copy/paste…

    ¡quedaste en deuda amigo!

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