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En mi barrio conocíamos las ideas políticas de todos los vecinos. Estaba por ejemplo Don René, el profesor comunista, que siempre vestía un abrigo oscuro, que tenía una voz ronca de fumador, y que siempre saludaba a mi padre cuando pasaba frente a nuestra casa. A los pies vivía un señor del Mapu, que trabajaba en el Ministerio de Vivienda. Él tenía una hijita que era lisiada y tenía deficiencia mental; recuerdo que una vez tuvieron que llevarla de urgencia al hospital porque comió Tanax, el polvo blanco que es veneno para las hormigas. Al lado de ellos vivían mis amigos estudiantes de medicina, que eran de la Jota y al otro lado, la familia de Alfredo, un amigo de mi hermano mayor, cuyos padres votaban por el Partido Nacional. También estaba la mamá de mi amigo, al que le decíamos Negro, que era Demócrata Cristiana. También había un señor que le decían Chimi, que era Comunista.

En la esquina vivía mi amigo Rodrigo, cuyo papá, a quien todos llamábamos Don Toco, era un suboficial en retiro del Ejército que trabajaba en la Dirección de Deportes del Estado. Este señor bonachón, alto y con bigotes, estaba casado por segunda vez y de su primer matrimonio tenía dos hijos, ya grandes: Patricio, el Pato, que era oficial del Ejército y la Tuca que vivía en el Sur cerca de Temuco. Al lado del Toco vivía el Parra, que trabajaba en la Cormu o Corhabit, o algo relacionado con vivienda, y que era del Mapu. Recuerdo que una vez, su señora, salió con un rifle, a dispararle a una leva de perros vagos que habían llegado al barrio. La explicación que escuché para este extraño comportamiento era que tenía Diabetes.

El día del Golpe, recuerdo que el primer cambio que experimenté fue el toque de queda. Yo, que en ese momento tenía 12 años, estaba coleccionando el álbum de Música Libre, y esperaba a que levantaran el toque por algunas horas, para ir al kiosco de Gran Avenida a comprar monitos. Después vinieron otros cambios más fuertes, por ejemplo ayudar a mi papá a quemar libros en un tambor, en el patio de atrás de mi casa. Siempre pienso que debe haber sido terrible para mi padre, profesor y amante de los libros, haber tenido que hacer eso.

Otra cosa que recuerdo son los jeeps y camiones de la Fach patrullando el barrio y los aviones, saliendo de la Base El Bosque y bajando en picada para ametrallar a las poblaciones ubicadas al Norte de mi barrio; se decía que era La Legua la que atacaban. Al oscurecer, el ruido de los balazos se transformó también en un sonido cotidiano. Yo, antes de dormir, pensaba en lo que estaba ocurriendo y siempre lo que imaginaba me producía una gran tristeza.

Los cambios más importantes que sucedieron a partir de ese día, tuvieron que ver con las personas del barrio. El Golpe cambió la relación de mis vecinos entre sí. De un momento a otro, había vencedores y vencidos. Los primeros, como la familia de Alfredo, se mostraban orgullosos y felices; los otros, la mayoría, se veían callados y con miedo.

Un cambio significativo se produjo cuando Don Toco apareció vestido de uniforme, diciendo que él estaba a cargo de la seguridad del barrio y que no había que preocuparse porque nos iba a proteger. Fue una gran sorpresa verlo así vestido porque estaba retirado del Ejército y siempre usaba ropa de civil o buzo deportivo. A pesar de eso, como era un tipo querendón, igual mis papas y otros vecinos sintieron alivio que fuera él, y no un desconocido, quien asumiera ese rol. Tengo que decir también que hasta donde sé, nadie del vecindario fue detenido; y eso, pensamos, se debe en gran medida a lo que hizo Don Toco; ya que inclusive allanaron la casa de Parra, buscando armas y no se lo llevaron detenido.

En su labor de guardián, Don Toco, apareció una noche por mi casa, cuando pillaron a un hombre que había entrado al parecer a robar. Recuerdo que incluso, pensando en nuestra seguridad, le ofreció una pistola a mi padre; quien la rechazó amablemente. A él nunca le han gustado las armas.

Otro hecho que permanece en mi memoria es que el hermanastro de Rodrigo, cuando visitaba a su padre los fines de semana, llegaba vestido de civil y siempre en autos diferentes. A veces era un Fiat 600, otras veces un Impala, otras un Fiat 125. Como esto me llamaba mucho la atención le pregunté a mi amigo,  que era menor que mi y bastante más inocente, porqué su hermanastro siempre andaba en autos distintos. El me respondió que a su hermano le gustaban mucho los autos, por eso tenía tantos y tan diferentes unos de otros.

Unos meses después, me invitaron a la casa de Rodrigo, a celebrar su cumpleaños. Entre los invitados estaba el Chimi, que era muy amigo de Don Toco, y también el Pato. Lo que más recuerdo de ese día era la mirada de odio que tenía el Pato, de hecho cuando puso sus ojos en mi sentí mucho miedo.

Tiempo después, supe por mi amigo Rodrigo, que su hermanastro estaba en la Dina, y que también había metido a ese organismo a su padre. Un año más tarde, toda la familia de Rodrigo se fue a España, a trabajar en una oficina de la Embajada de Chile, donde, como Rodrigo me contó a su regreso, no se podía votar ningún papel sin antes meterlo a una máquina que los cortaba todos en pedacitos.

Cuando, un año después, la familia de Rodrigo, regresó de España, trajeron un auto nuevo, muy bonito, un Fiat 132S de color celeste, y una caja de madera del porte de una pieza, con todo su mobiliario y electrodomésticos; muchos de los cuales, como un televisor en colores y un equipo de música tres en uno, yo nunca había visto antes. Rodrigo también trajo una Scalextric, que era unas pistas con autos eléctricos de carrera, una radio con cassetes y unas historietas cómicas que se llamaban Mortadelo y Filemón. A su regreso al barrio, yo me seguí relacionando con esta familia, porque siempre fueron cariñosos conmigo y además me generaba mucha curiosidad saber lo que “ellos” hablaban y hacían; me sentía un poco espiando al enemigo.

Pero no solo la vida de la familia de Rodrigo sufrió cambios con el Golpe, mis amigos  de la jota, se fueron del barrio, y en su reemplazo llegó una señora con varios hijos. Uno de ellos era, como le decía mi papá, un marihuanero. Este chico, que tenía una melena rubia, lo apodaron el Janson, por un cantante norteamericano que vino en esa época a cantar al festival de Viña. El Janson tenía una hermana bien bonita, con quien nunca conversé, porque, además de que era más grande, era discriminada por ser la hermana de un marihuanero.

Los cambios en mi familia, también fueron inmediatos. En Octubre del 73 echaron a mi padre de su trabajo en el Ministerio de Educación. Como trabajaba en la torre del edificio de la UNCTAD, y no fue a trabajar el 11, siempre fantaseó con la idea que una chaqueta, que quedó en su oficina, se la había apropiado Pinochet; ya que la Junta se trasladó al mismo piso de ese edificio, después de bombardear La Moneda.

En el barrio, también vivía la señora Ana, una profesora que trabajaba en la misma escuela pública que mi mamá. En esa escuela, que quedaba a media cuadra de mi casa, estudiaron también todas mis hermanas. La señora Ana, estaba casada con un señor del GAP, que siempre llegaba a su casa con otros hombres en un Fiat 125. Este señor, a quien no conocí directamente, es uno de los desaparecidos de La Moneda. Una imagen que recuerdo con mucha pena, es un día que vi a la señora Ana salir llorando detrás de uno de sus hijos, que era drogadicto, para quitarle un frasco de Desbutal que tenía en la mano.

A pesar de las divisiones que, por causa del Golpe, se acrecentaron en el barrio, siempre seguimos relacionándonos con todas las personas. Era tradicional salir al pasaje, a dar abrazos la noche de año nuevo. El señor de detrás de mi casa, en 1974, cuando me dio el abrazo, me dijo al oído “este año cae”; el año siguiente me dijo lo mismo. Tiempo después se fue al exilio con su familia. Lo último que supe, era que estaban viviendo en un país de África.

Al papá de Alfredo, que trabajaba en el Laboratorio GeKa, lo echaron del trabajo cuando comenzó la crisis económica. Lo recuerdo vestido con un poncho oscuro, caminando cabizbajo por el barrio a buscar a sus hijas al colegio de monjas, que alguna vez, rifle en mano, defendió de una supuesta amenaza de toma.

Como a Parra, también lo echaron del trabajo,  tuvo que dedicarse a la gasfitería para sobrevivir. Un verano me contrató como su ayudante, para que lo acompañara a soldar cañerías y arreglar llaves. Una vez que entré a la universidad y comencé a militar en el Mapu, ayudé a Parra a reintegrarse al Partido, y al cabo de un tiempo se convirtió en unos de los principales impulsores de la reconstrucción de la organización en la zona sur de Santiago.

La última vez que vi a Rodrigo, me contó que Don Toco estaba enfermo y que recibía en su casa constantes amenazas telefónicas. Hasta el día de hoy no he sabido que el Pato, quien pasó por la Escuela de la Américas en 1970, haya sido enjuiciado. Solo sé que después del Golpe, estuvo a cargo de la Escuela de Suboficiales del Ejército,  que tuvo que declarar en un juicio por la desaparición de un joven estudiante comunista y que se declaró inocente.

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2 Comentarios sobre “El Golpe, los golpes

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