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No hay más ciudad más peregrina que la nuestra. La religiosidad popular es uno de nuestros tantos denominadores comunes. Los bailes religiosos le otorgan a Iquique un aire festivo y religioso a la vez. Hombres y mujeres en búsqueda de respuestas para sus preguntas fundamentales. En los barrios populares, la pronta llegada del 16 de julio, moviliza a los bailes para que su comparecencia frente a la “China” sea de lo mejor. El Carnaval, la quema de Judas, la visita a nuestros muertos cada 1 de noviembre, el culto a las animitas, entre otras manifestaciones, son parte de un extenso y variado paisaje.

La otra cara de la moneda está compuesta por los diversos grupos evangélicos pentecostales que se lanzan a predicar en esta especie de desierto que es la ciudad. Sus prédicas son testimonios e invitación a un cambio de vida. Grupos de hombres, mujeres y niños, salen del templo al mundo, a conquistar nuevos fieles. Se hacen llamar hermanos ya que forman una familia extensa. Con sus instrumentos entonan sus oraciones al Señor.

Ambos grupos se disputan a una misma población. Son los humildes de la ciudad que se identifican con estas prácticas religiosas.

Desde fines del siglo XIX los bailes religiosos ofrecen sus danzas a la virgen del Carmen, desde los años 30, hay noticias de grupos evangélicos peregrinando por la ciudad y por la pampa salitrera.

En tiempos de anuncio del Apocalipsis y de falsos profetas, estas manifestaciones colectivas sirven para ver como lo festivo y lo religioso son caras de una misma moneda. Grupos con una fuerte ética social, sobre todo los bailes religiosos, que se comprometen con el barrio en acciones de solidaridad.

No se puede entender esta ciudad desordenada sin empatizar con esta fuerte y vigorosa religiosidad popular. El sonido de los bronces de mayo se prepara para julio.

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