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En anterior artículo, expuse de qué manera la sociedad de hoy está establecida a través de una lógica de adultos instalando lo instantáneo, la libre transacción de la moral, la exaltación de lo superfluo, como maneras por el cual la vida tanto de individuos como de comunidades sea posible. Afirmé que ante el fenómeno que es “una sociedad desechable, flexible y rápida, con roles difusos y deconstruidos, sinóptica donde unos muchos observan a unos pocos.”; resulta clave preguntarse, qué sucede con el futuro, donde nacen y persisten nuestros sueños,  y la clave pregunta: que en esta sociedad intrascendente y dinámica hasta el olvido, ¿donde tienen cabida las nuevas generaciones, o sea los niños?

Pues bien. He analizado el fenómeno y puedo sostener que la sociedad de los adultos, si esta persiste, lo único que establecerá será una deshumanización, ya que toda insistencia a resaltar lo transitorio provocará que el hombre sea cada vez más inhumano, es decir, desprovisto de lenguajes comunes que establezcan diálogos constructivos, absolutamente necesarios para diseñar el futuro.

¿No es destructivo que la Escuela hoy castigue la creatividad, el juego, el movimiento, y el dinamismo emocional del niño? La Escuela es el fiel reflejo de la sociedad de los adultos, ya que sometemos y evaluamos a seres que nacen eminentemente libres para encasillarlos en roles normativos. Esta sociedad sinóptica, ha destruido un sin número de generaciones en su potencialidad humana, con la finalidad de transformarlos en seres funcionales, mas nunca, en seres autónomos. A pesar de que la Escuela está sentada sobre una serie de presupuestos racionales, termina siendo irracional ya que pervierte el sentido natural del ser humano: la acción racional individual y el poder creativo.

Por eso es que debemos plantear la resurrección – si es que alguna vez lo hubo – de la sociedad de los niños. Los niños no son el futuro, son el absoluto presente pero proyectado hacia la trascendencia. Es esa certeza, la que nos genera esperanza. Nos obliga a reconstruir nuestro mundo a través de los sueños, sueños tan posibles y grandiosos a la vez, que parezcan dibujos de acuarela. Distinto es, pensar nuestra sociedad a 20 años plazos, como, con toda suerte lo hacemos hoy, a pensar nuestra sociedad a 60 o 70 años. Ese nivel de proyección es una invitación a la imaginación, a generar actuales rupturas, una profunda critica de nuestro entorno, y a partir de ahí, crear nuevos mundos, nuevos posibles, nuevos futuros.

El niño posee – inocencia la llaman – esa capacidad de maravillarse con cada milímetro de lo que lo rodea, de cuestionar cada cosa que siente y ve, pero rápidamente se sienta a dibujar, a hacer posible una alternativa, una vía de solución concreta y abstracta.

No estoy postulando la idea de una sociedad infantil, porque esta sería la concreción de la inmadurez emocional, aunque si observamos, esta sociedad de adultos lo que más adolece es de madurez emocional. Sino lo que pretendo es rescatar la esencia del humano niño para crear un mundo distinto. Quiero rescatar el pensamiento de María Montessori: “Si la ayuda y la salvación han de llegar sólo puede ser a través de los niños. Porque los niños son los creadores de la humanidad.”

Primero, el niño tiene la capacidad de imaginar hasta lo imposible. Es recurrente observar como viajan a otros mundos, inventando y creando la manera por el cual lograrlo. Poseen de manera innata la capacidad de destrucción creativa, es decir los niños desvinculados de carga moral para destruir viejos patrones, innovan proponiendo formas que no solo sustituyen, sino que además crean una nueva realidad.

Segundo, el niño es un ser afectivo y que pondera relaciones a través de la afectividad. No conocen el nivel transaccional de los afectos, tan arraigado en el adulto, sino que sinceran los diálogos y la comunicación entre otros, sentado sobre una afectividad transparente y concreta.

Tercero, sueñan proyectados hasta la vejez. Creemos que son dependientes de su satisfacción primaria de necesidades, pero en verdad, son dependientes de manera dinámica de sus sueños. Siempre el niño está pensando en su próxima actividad, y no sólo del cercano inmediato, sino de meses, años e incluso décadas hacia delante, diciéndonos que harán miles de cosas, como hambrientos. Sucede que los niños son naturales ambiciosos, en el sentido, que poseen esa pulsión evolutiva de ir hacia delante de manera maquinaria, sin parar. Los niños en general no tienen miedo – a no ser los impuestos por los adultos – siendo unos intrépidos innatos. Aldous Huxley nos decía: “El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.

Cuarto, la sencillez. ¡Qué sencillo es cómo ven el mundo los niños! Mafalda con su avidez dijo: “Cuando sea grande voy a trabajar de intérprete en la ONU y cuando un delegado le diga a otro que su país es un asco yo voy a traducir que su país es un encanto y, claro, nadie podrá pelearse ¡y se acabarán los líos y las guerras y el mundo estará a salvo!”. Una sencillez pacifista para nada reduccionista, sino que al mismo tiempo que se reafirma la individualidad, el niño, reconoce sin mayor esfuerzo que los seres humanos están ligados por relaciones solidarias y hermanables. El presente sucede aquí y ahora, pero no en el sentido de lo transitorio y lo desechable, como un adulto, sino que sencillamente, para empoderarse del espacio-tiempo y generar la transformación de la realidad.

Quinto, acción y movimiento. El niño se sabe a sí mismo, que no existe sino es a través del movimiento. El niño proclama su máxima: “Me muevo y luego existo”. Con una energía que parece interminable todos sus sueños los construye, los dibuja, los juega y recrea, los inventa en roles nuevos, se involucra y los valora con una profundidad peculiar: se vincula pero sin necesidad de transformarse en dependiente de esa experiencia. Su cerebro, tan ávida de crear conexiones neuronales a través de la experiencia, quiere ser parte del mundo, no solo verlo. Mientras que el adulto se sienta como un espectador a ver cómo es su entorno, el niño huele, saborea, prueba, y conecta su ser en ese entorno, lo protege y lo transforma. Puede hacerlo una y otra vez, lo comparte, lo conecta con otros, socializando sus creaciones, sus movimientos, su acción.

Estos cinco factores, dan por resultado que el niño a pesar que no tienen nociones claras de temporalidad y posee una visión grandilocuente de los espacios, construye su presente conectado a un futuro que cree posible porque lo sueña, de ahí, que tiende inexorablemente a buscar trascendencia, tanto como individuo, como conectado con otros. Con una sencillez sorprendente se maravilla y significa cada aspecto que descubre, y con ambición creativa construye lo nuevo, porque sabe que de esa manera se realiza.

Construyamos una nueva sociedad bajo los presupuestos de un niño. Sería hermoso ¿No? ¿Nos es difícil de entender? Antoine de Saint-Exupéry nos diría: “Las personas mayores nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismas, y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.”

 

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