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Son 93 años de tradición futbolística  del Club Deportivo Esperanza, y lucían en su esplendor venerable  en  el  día en  el cual  el anhelado sueño  de contar con un estadio propio de  cancha empastada e iluminación, era inaugurado con todo el boato que la ocasión ameritaba. Un escenario que conllevaba una cuantiosa inversión que jamás soñaron esos fundadores, que ya hace tiempos no solo colgaron los botines, sino que desfallecieron- y por ahí -ya son poco los que van quedando  que los conocieron.

El equipo local de los viejos tercios se enfrentaba  al  linajudo rival del  Municipio reforzado con los jugadores de la pléyade de los más enjundiosos que  hayan transitado por los escenarios de la bendecida comuna de Peumo. Pero  el Club Deportivo Esperanza tenía más que algo que decir para no dejarse llevar así como así en el partido inicial de su estadio y como es más que sabido en los postulados más  elaborados del balompié, como también en la práctica más desaprensiva (si  es que esto existe) de este deporte, cualquier oncena que quiera obtener  algo tiene que partir por ese puesto que se caracteriza por lo que al resto de los jugadores les he prohibido, el uso de las manos. El arquero ese solitario último recurso o primer eslabón,  como se quiera entender, es una pieza base de ese engranaje que se pretende  alcanzar, para salir victorioso del rectángulo verde. En este caso la imagen de Peña con su pelo canoso abundante y su abdomen un tanto prominente  podía propiciar dudas acerca de la mantención de las condiciones indispensables para el puesto, pero no pasaron más de tres minutos cuando unos osados revolcones para quedarse con el balón demostraba  que había oficio y que además este tenía un origen asociado a esa casaquilla color  canario que hacía furor en los finales de los sesenta del siglo pasado, no cabía duda al verlo que se arremanga el pantalón como lo hacía casi sin darse cuenta el “gringo” Neff,  en esos partidos definitorios en los cuales tantas veces participó, parecía que Peña  se había mimetizado con su ídolo de juventud, a tal punto de reproducir sus tic, pero  atajaba y mucho, tanto que gracias a él, el encuentro término dos a dos, lo vimos salir con arrojo, despejar con los puños o achicar en el momento preciso y sobretodo los observamos realizando una representación de un rol protagónico en el fútbol de La Esperanza que ahora disfrutaba una cancha  que es un orgullo, un primor que  un aliciente, para la pasión  de estar bajos los tres  palos, cuando la mayoría de sus contemporáneos solo se contentan con estar haciendo la banca eterna de la aposentaduría.

 

 

 

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