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Cuando se acerca Navidad vuelven mis pensamientos hacia una infancia ya lejana y a recordar a tus padres, a vivir un tiempo que ya no volverá. Es una mezcla de alegría y tristeza.

En la vorágine que se ha convertido diciembre, no puedo sino añorar volver a ser un niño taimado en una ciudad de La Serena triste, aletargada y sombría en los peores años de la dictadura. Años de pobreza, miedo y felicidad en goteras.

¿Por qué añorar volver a un tiempo donde la felicidad era tan escasa?. Simplemente porque en esos días estabas más cerca de quienes te amaron sin renuncias y que en su pobreza hacían lo imposible por darte alegría.

Siempre regreso a La Serena para las fiestas de fin de año, porque vuelvo a encontrarme con los míos, con los viejos y los nuevos, con los presentes, pero fundamentalmente con los ausentes.

Es una tradición cenar con hermanas, cuñados, sobrinos, tías. Luego caminar por calle Carreras hasta la Catedral o hasta la Iglesia de San Francisco y participar en esa Misa sencilla y austera, donde se comienza con ese canto esperanzador de  Noche de Paz y luego observar como un niño es depositado en medio de un pesebre.

La imagen del pesebre siempre me ha fascinado. Tengo viva la imagen de una edición navideña de la Revista Mampato del año 1972 más o menos, no lo recuerdo, donde venía la viñeta de un Pesebre. La había hecho el inolvidable Themo Lobos: era la Virgen, San José, el Niño Jesús y los otros personajes habituales; la novedad era que venían los personajes de la revista a adorar al Dios nacido. Estaba Mampato que traía una barra de cobre, Ogú y otros. Pero lo más hermoso, era  que en procesión de muchas partes, venían niños de todas las razas con sus presentes. Sus rostros eran alegres. Esa imagen me ha seguido por siempre. Cada vez que veo un pesebre, vuelvo a recordarme de ese regalo de Mampato, pues yo me sentía parte del cuadro y era uno de los niños que iba con mi modesto presente a adorar al Niño Dios.

Y luego de Misa volver a casa, caminar en medio de calles desoladas para acompañar a los sobrinos a abrir sus regalos. Y pensar en esa caminata que todos y todas están con los suyos, arropados en un hogar donde tratan de ser felices, compartiendo y celebrando y acordarse de que hay tantos que viven en soledad. Buscar en las calles si hay alguien solo e ir a abrazarlo.

Y estar con los niños, contarles que se celebra. Disfrutar con ellos, ver como son felices con los regalos más sencillos. No puedo olvidar que lo que más alegró a mi sobrino Julián fue recibir un peluche de león que venía con la camiseta de la Universidad de Chile y un banderín con todas las estrellas del chuncho. Abrazó el León y lloró, dejando de lado todos los otros regalos, que les aseguró eran más costosos que el modesto peluche.

http://youtu.be/CPDOyS6QQEQ

En las navidades presentes, mi gran compañía es escuchar La Peregrinación de Ariel Ramírez. Esa canción, cualquiera sea  su intérprete, me conecta con lo que representa el nacimiento de Jesús: un pacto de amor.  El argentino alcanza un nivel poético superior cuando describe el camino de la Virgen María desde Nazaret a Belén,  donde no hay cobijo ni alojo para quienes llevan “Un Dios escondido, nadie sabía”. En estos días, tampoco nadie sabe, perdidos en la locura del consumismo.

Nostalgia de navidad es volver al origen, a lo primordial, al amor sin condiciones, a la compañía silenciosa de los tuyos, a volver a sentir a todos como tu hermano.

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