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A mi amigo Pablo

Conocí el periodismo, ese de combate, en plena dictadura. Cómo olvidar las primeras Revistas: Hoy, Análisis, Cauce y Apsi o los diarios Fortín Mapocho y La Época,  y ciertamente la que me pareció la primera de todas “La Bicicleta”. Uno que a sus 12, 15 o 18 andaba de tumbo en tumbo con el maldito sonsonete cazurro del tirano en TVN y que a duras penas aguantaba 60 mentiras cada noche con las prostitutas del régimen mostrando sus nuevos peinados o lisa y llanamente el culo en las noches de estelares. Uno que arrastrándose en el pavimento rumiaba sueños mientras ellos y ellas reinaban. Entonces caminar entre la muchedumbre gris (aunque sea un lugar común, sí que era gris), y encontrarse con esos kioscos coloridos con las revistas colgando era una especie de oasis democrático inesperado. Un estallido.  Así partió mi periplo.

Ya en la universidad conocí a un periodista de oficio, que a su vez estudiaba sociología en mí mismo curso. Éramos también compañeros de causa, se entiende. Así que  alguna vez me pidió hacer algún artículo pequeño para la revista en que trabajaba. Frente a la máquina de escribir y con un papel especial  con “picas” yo debía recrear la realidad, con datos duros escribirla como si realmente hubiese estado allí, en la calle. Ese fue mi primer encuentro con el periodismo que palpita. Se podría decir que mentiroso, pero no. Todo debía ser sumamente real y verdadero y lo que contaban eran esos datos sonsacados de la irremediable, hasta ese momento, realidad dictatorial chilena.  Qué maravilla.

Yo en esos tiempos andaba de dirigente social, armando y rearmando lo imposible por la zona Sur Oriente de Santiago, así que ese pololeo con la máquina y sus tac-tac- tac, me duró poco. Pero ya frente a ella había dejado de ser el muchacho vaga kioscos, para por primera vez ponerme al otro lado del mostrador, el del creador de no ficción.

Semicaído el tiranuelo, me quedé con las puras “charreteras” no las de él sino con las que había logrado obtener en la lucha política. Es decir botado como un pucho, (algunos ya se habían arreglado los bigotes, pero eso ya es tema de otro artículo). Así que un día en pleno Estadio Nacional, con el mentiroso “así me gusta Chile” y las mujeres de los detenidos desaparecidos bailando solas en plena cancha, me encontré con mi amigo, ese que me tuvo de “medio pollo”. Acá estoy, cesante y con una hija. Ven hablar conmigo el lunes, me retrucó, en Marín con Vicuña Mackenna. Allí hice durante muchos meses, algunos años para ser sincero, variadas revistas para la Minería. Ahí aprendí a escribir rápido y a última hora, ahí aprendí a sacar fotografías,  ahí aprendí a editar, ahí conocí las imprentas. Ahí de verdad conocí a la clase obrera chilena como jamás la había conocido en la política de barrios. Ahí me hice periodista.

Pasé luego a una Agencia de publicidad para hacer lo mismo, pero para sindicatos. Y también un periódico para todos los Hospitales públicos de la Zona Sur. Anécdotas tengo muchas, como esa vez que hicimos junto a la fotógrafa un periplo informativo con “el médico” del Hospital Siquiátrico El Pinar, que  finalmente no era “el médico” sino un paciente. Nos dimos cuenta cuando sin ninguna mala intención nos dijo en el invernadero, “acá hace un calor, uf,  como para sacarse la ropita”.

En fin, luego se me ocurrió armar una microempresa de publicaciones, donde como editor, saqué junto a un equipo formado por una periodista y un reportero gráfico, varias revistas y periódicos comunales. Allí se acabó todo. Ya eran los tiempos de la traición y de la mala fe. La élite no apostaba por medios escritos ni pequeños ni grandes. Todas las Revistas y Periódicos de oposición a la dictadura desaparecieron,  las hicieron desaparecer los mismos que las alentaron durante 17 años para llegar al poder que aún no sueltan. Pero esa es otra historia, que ya la han contado prominentes, como Juan Pablo Cárdenas por ejemplo.

No me puedo olvidar que en mis últimos estertores en la actividad, fui redactor de las páginas deportivas del diario comunal de Conchalí y de una pequeña revista de fútbol amateur en pleno barrio Matta. Ahí conocí el viejo periodismo, ese de chaqueta al hombro, grandes y largas caminatas por barrios pobres y calles empolvadas, rutas obligatorias para entrevistar al goleador desconocido de una población lejana que se derretía al sol.

Hoy escribo en mi blog poesía para alentar coraje y lo he hecho durante muchos años, ya casi 20,   en variados Periódicos y Revistas digitales: en G80, SITIOCERO, por nombrar algunos,  y además desarrollo un programa de Radio, Vuelvo al Sur, para una emisora de Buenos Aires. En el fondo jamás nunca (esa frase sí que es chilena) he dejado de estar en “la prensa” como me lo dijo en una conversación virtual Mauricio Tolosa.

Sí,  Mauricio, nunca hemos dejado de estar en “la prensa” aun cuando ella ha querido dejarnos una y otra vez, desapareciendo  de súbito o dándonos unas no tan suaves patadas en el trasero (siendo delicado en el lenguaje) . Nunca hemos dejado el periodismo, ni como lectores,  ni como reporteros, ni como redactores,  ni como comunicólogos o  escritores ( hay una larga lista de oficios, pues somos lo que hacemos, ¿no?), porque somos porfiados, porque somos apasionados, porque somos libertarios y nos gusta re-conocer la realidad en su propio lugar cotidiano para reescribirla en la vieja máquina con picas, que hoy tiene pantalla, teclas planas y graba como nunca antes, día tras día y noche tras noche, el espíritu de nuestra época, la comunidad posible.

 

*Frase de Mauricio Tolosa en un dialogo en twitter.

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