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El 16 de julio de 2013 quedará marcado en Chile por un hecho significativo: la ciudadanía empoderada, deseosa de una política de mayor calidad y de “representantes” éticamente dignos de llamarse así, generó tal nivel de presión a través de las redes sociales, que arrinconó a un partido y a un candidato a diputado antes condenado por cohecho en el ejercicio de la misma función, y lo obligó a declinar una nueva candidatura.

Podría parecer un hecho menor, pero no lo es. No al menos desde el punto de vista sociológico, como síntoma de tendencias en curso que remecen a las sociedades contemporáneas.

Por esas sincronías extrañas de la vida, el fin de semana previo había asistido a un conversatorio sobre un interesante libro del comunicólogo Mauricio Tolosa, (mautolosa) creador de la red Sitiocero, definida como una comunidad de conversación ciudadana sobre la comunicación en tanto fenómeno constitutivo de la humanidad. Se trata de un libro muy interesante que lleva por título “Comunidades y redes sociales. El desplome de las pirámides”. No obstante su carácter sintético, lo que es en sí mismo un mérito, dada la complejidad de la historia y los procesos de los que da cuenta, constituye una obra sólida y muy pertinente para entender el flujo del presente y para tomar conciencia sobre el potencial humanizador de las redes sociales.

Quisiera plantear, entonces, el desarrollo de este artículo como una breve reseña y un diálogo con la obra de Tolosa. Como un ejercicio de alteridad, desde la mirada que me es propia: la sociología. Y también como un esfuerzo por mantener viva una comunidad de reflexión e intercambio.

Digamos de entrada que el autor, con modestia, no pretende dictar cátedra, y califica su libro como una conversación en desarrollo y define así su propósito: “compartir la emergencia de un mundo que yo he catalizado de esta manera, desde mi experiencia y aprendizaje”.

Una de las columnas vertebrales del libro es la crítica a la verticalidad y al monopolio de enunciación de la verdad que han ejercido el poder y las principales  instituciones a lo largo de la historia. Es esa lógica, justamente, la que está siendo no sólo impugnada sino abiertamente cortocircuitada por las redes sociales. Por prueba, el frustrado candidato a diputado Rebolledo y su partido, el PPD, que lo había “blindado” en la plantilla parlamentaria de la oposición, contraviniendo el sentir ciudadano y, de paso, entrando en contradicción con el impulso ciudadano que quiere imprimirle a su nueva candidatura presidencial Michelle Bachelet, cuya legitimidad y reconocimiento trascienden ampliamente a los partidos.

En síntesis, la tesis de Tolosa es que las instituciones rígidas han perdido el monopolio de creación y mantención de una “verdad” incuestionada (pensemos en la iglesia católica, en el plano religioso, o en el FMI en el plano económico) y el poder de configuración del mundo. No lo han perdido del todo, obviamente, pero asisten a una impugnación creciente de la cual deben hacerse cargo, bajo riesgo, de no hacerlo, de implosionar o sencillamente perder relevancia. Fue precisamente este fenómeno el que me llevó a usar la palabra subversión en el título de esta columna (en el sentido de trastornar, cuestionar las bases). Las redes sociales, efectivamente, están mostrando un creciente poder de subversión de lo institucionalmente establecido, a escala global.

Habitamos un mundo más horizontal y dinámico. La verticalidad como lógica de acción del poder, las instituciones y los medios de comunicación tradicionales está en retirada. La metáfora que Tolosa usa para describir este fenómeno es lúcida y muy gráfica: “El desplome de las pirámides”.

No somos números Fotografía de Gustavo Becerra
No somos números Fotografía de Gustavo Becerra

Crítica a los medios de comunicación

Desde el punto de vista de los medios de comunicación, se hace cada vez más evidente la crisis de la fórmula E – M – R (Emisor – Mensaje – Receptor), aunque obviamente los medios tradicionales siguen teniendo un poder importante en la configuración de la realidad. Por ello, aún está muy presente lo que yo llamo la deriva berlusconiana de las sociedades contemporáneas: poder económico adquiriendo medios de comunicación de masas (fundamentalmente canales de televisión, radios y periódicos impresos y en versión electrónica) para tratar de imponer una visión de mundo funcional a sus intereses y para definir la configuración del poder político a sus anchas.

En esta perspectiva, hay en el libro una fuerte crítica a la pantalla catódica, en una línea muy afín a la que desarrollara Pierre Bourdieu en su célebre obra “Sobre la televisión”, y una consideración pragmática: “La televisión es el instalador de realidades más poderoso de nuestra civilización” y –reconoce el autor– lo seguirá siendo por mucho tiempo, no obstante la contrahegemonía que pueda desarrollarse desde las redes sociales. Esto lo lleva a subrayar por qué el tema de la televisión, sus usos y abusos, es un problema ciudadano y no meramente técnico. En una palabra: es un tema que debe estar al centro del debate democrático.

Ahora bien, la propia televisión ha debido enfrentar el cortocircuito que, muchas veces, se impone desde las redes sociales, obligándola a matizar, a cambiar su agenda o, algunas veces, a cambiar el framing que trata de imponer para ciertos temas. El dirigente estudiantil y hoy candidato a diputado Giorgio Jackson, en su reciente libro “El país que soñamos”, ha puesto de relieve el rol de las redes sociales en el movimiento del 2011. A su juicio, quedó demostrado que su potencial es enorme: sirvieron para coordinar al movimiento, para difundir material crítico a las tesis oficiales, hacer visible y viralizar la creatividad de las acciones estudiantiles por sobre el sesgado enfoque de la prensa y la televisión de limitar la cobertura a las acciones de los encapuchados, y para denunciar los actos de represión, subiendo inmediatamente a la red videos de los excesos policiales.

En el balance sobre el punto, Jackson  observa que “las nuevas tecnologías sirvieron para ponerle un límite a los medios convencionales, para mostrarles que ya no tienen el monopolio de la realidad representada”[1]. Dicho sea de paso, para entender el anclaje del “derrumbe de las pirámides” en el movimiento estudiantil chileno, recomiendo vivamente la lectura del libro de @GiorgioJackson recién citado, y asimismo la lectura de “Llegamos para quedarnos. Crónicas de la revuelta estudiantil” (LOM Ediciones), de Francisco Figueroa (@panchofigueroa), también candidato a diputado.

Abrir la democracia Fotografía de Sergio Arévalo
Abrir la democracia Fotografía de Sergio Arévalo

Redes sociales no son medios sociales

Concentrémonos ahora en la segunda columna vertebral de la reflexión de Mauricio Tolosa: el potencial de humanización de las redes sociales. Para ello debemos partir de una distinción analítica que realiza el autor: “Los medios sociales son plataformas tecnológicas que se transforman en redes sociales cuando son habitados, cuando se constituyen en comunidades de usuarios que comparten y se comunican, transformando la manera habitual en que los seres humanos conviven y crean sus mundos comunes”.

La tesis defendida es que las redes sociales deben constituirse en un espacio fértil de conversaciones y nuevas relaciones. Obviamente, el desafío no es fácil, pero las redes ya están siendo capaces de cambiar la lógica lineal y unidireccional por un enjambre de contactos, reacciones, nodos de encuentro y movilización, articulaciones precarias o que tienden a cristalizar en nuevas instituciones más horizontales y participativas. Para el caso chileno, pienso, por ejemplo, en el movimiento Revolución Democrática (@Rdemocratica), que jugó un importante rol de apoyo a la candidatura de la alcaldesa Josefa Errázuriz en Providencia. En fin, quizás sin tener mucha conciencia de ello, no sólo asistimos sino que, con la enorme masificación y baja en los costos del acceso a conectividad 24/7, somos protagonistas de una revolución en acto que es por cierto tecnológica pero, en lo fundamental, es humana.

Ahora bien, desde mi punto de vista, para que el proceso siga madurando son necesarias dos condiciones: la primera, nunca perder de vista la necesidad de reanclaje en los contactos y relaciones cara a cara. Si eso no se cumple, las redes contienen también un potencial de alienación innegable. Segunda condición: avanzar en el acceso democrático a la conectividad a bajos costos. En  países desarrollados, el tema está más o menos resuelto, pero en América Latina estamos lejos de ello.

Una pregunta pertinente, a estas alturas de la reflexión, es la siguiente: ¿plantea el derrumbe de las pirámides una utopía posmoderna? Sería una paradoja sociológica: la radicalización de la modernidad, con su tendencia a la abstracción creciente y a la autonomía de los subsistemas sociales, nos habría llevado de vuelta a la búsqueda activa de construcción de comunidades. ¡Enhorabuena! Me parece excelente que así sea. Para ello, la tecnología ha de servir como medio, no como fin.

Al mencionar la palabra utopía, no quiero sugerir que Tolosa sea un ingenuo. Lejos de ello. Así por ejemplo, no le escapa un problema o desafío tremendamente actual y potente: “¿Cómo se acuerdan los escenarios o destinos comunes que sirven de contexto para la toma de decisiones y la convivencia de una comunidad?”. Debate más que actual para Chile, donde el horizonte de un cambio constitucional –y las vías para materializarlo– está a la orden del día, en el marco de una elección presidencial que no será como cualquier otra, en la medida que el país está ante un nuevo ciclo político, económico, social y cultural, con una fuerte impugnación del orden naturalizado como único posible.

Se plantean también otros problemas, como la dificultad para articular y procesar discusiones complejas. Al respecto, cabe citar un tuit reciente de la destacada semióloga y filósofa argentina Beatriz Sarlo (@Beatriz_Sarlo): “La adrenalina de twitter tiene su encanto. Pero también conspira contra la complejidad de pensamiento”.

Otro problema esbozado, que quisiera tratar en profundidad en mi próxima columna, dice relación con la cadena: representación política – impugnación/subversión/participación – rendición de cuentas. Se trata de uno de los desafíos mayores para la moderna sociedad democrática.

Para concluir, los problemas planteados –parece sugerir Tolosa– exigen combinar, a la manera gramsciana,  un cierto pesimismo de la inteligencia con un reforzado optimismo de la voluntad: “Por primera vez en la historia de la humanidad aparecen con un alcance planetario medios de comunicación que efectivamente sirven para comunicar –en un sentido bidireccional y dinámico–, para crear comunidad. Es auspicioso que esto suceda justo cuando la magnitud de los desafíos clama por una colaboración a nivel planetario y por el diseño de una nueva gobernanza mundial. Una convivencia amplia e incluyente, fundada en el respeto y la celebración de la diversidad, es posible. Pero para aprovechar esa ventana de oportunidad, las personas y comunidades tienen que asumir su responsabilidad y tomar la decisión de aprender y trabajar para encarnar las nuevas prácticas de la comunidad-humanidad”.

Bienvenidos al futuro. Bienvenidos a la permanente recreación del sentido de lo humano.

[1] Giorgio Jackson: “El país que soñamos”, Random House Modadori S.A., Santiago, 2013, página 85.

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