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Al glorioso pueblo de Chile y sus comunidades

La noche del incendio en Rodelillo y Placeres, estuve inquieto, no sabía qué hacer, veía las noticias por internet, las fotografías de la tragedia, la gente entre el humo y el fuego, me paraba, me sentaba,  realmente no sabía qué hacer. Como león enjaulado. Pensaba en una queridísima amiga y en realidad arrepentido, porque me había peleado por ella por tonteras y, ¿sí el fuego estaba allí?, ¿si le había consumido el infierno su casa recién habitada?  Ahora escribo con un nudo en la garganta, pero esperanzado.

Graciela había trabajado toda la noche y llegó temprano en la mañana diciéndome que su amiga Mónica junto a su padre, su madre y hermanas habían perdido todo, tres casas completas. “Tenemos que ir”, fue nuestra primera reacción. Cerramos el kiosco temprano. Hablamos con Mónica por teléfono, nada tenía, nada. Por la tarde nos fuimos en micro a Rodelillo, allá, al cielo del puerto. Nos costó llegar, fue difícil, micros llenas y de lento, lento recorrido, y mientras subíamos y subíamos, nos enfrentábamos a la tragedia desnuda.

Nos bajamos en una pequeña plazoleta, desde ahí y en perspectiva inimaginable para cualquier lector, se veía la larga avenida con sus casas carbonizadas, las calles y pasajes mojados y las bermas y veredas llenas de fierro negro retorcido, las caras tiznadas y tristes de la gente, cabizbajos, cansados. Me acordé de ese verso de Neruda MAESTRANZAS DE NOCHE: “HIERRO negro que duerme, fierro negro que gime por cada poro un grito de desconsolación”. Continuamos caminando. Mónica nos esperaba ansiosa, ansiosa de amigos, de abrazos, de besos, de piel. Entramos juntos los tres por un pasaje a las poblaciones Abraham Lincon e Irene Frei, tierra quemada.

En medio de la plaza los niños jugaban laxos, los perros dormían una siesta obligatoria, los mismos fierros negros rodeaban a la comunidad entera volcada al exterior, fumando, mirándose las caras, descansado de la larga jornada de humo, de llamas, calor y brasas. Fuimos con nuestra amiga a recorrer la población, nos mostró lo que quedaba de su hogar, porque era su hogar,  su proyecto de vida y su esfuerzo cotidiano. Sólo eran escombros y dos  tarros enormes en el vacío. De telón de fondo, una quebrada que parecía llegar a lo más profundo del mundo y como bombardeada por napalm. Le pedí permiso para sacar fotos, me dijo que sí, que las sacara no más, y le prometí lo único que podía prometerle, que escribiría esta crónica y que mostraría lo sucedido “desde adentro”.

Su hermana mayor nos acompañaba. Le pregunté si era cierto que los grifos tenían baja presión, me dijo que no tenían agua, que dos aviones cisterna habían llegado después una hora comenzado el siniestro. Que estaban solos, que nadie del municipio, ni siquiera una asistente social los había visitado para hacer un mísero catastro. Que los militares no se habían aparecido tampoco, ni los de la armada, ni los de la aviación. Que los carabineros y  la policía de investigaciones estaban ayudando como un vecino más, codo a codo, sacándose la cresta. (Cuando bajamos  algunas horas más tarde habían cartones escritos con plumón colgados entre las ruinas: PACOS Y PDI GRACIAS). Que el Presidente había subido en caravana veloz a una población más arriba y que a estas dos, de aproximadamente 50 familias, es decir 200 personas completamente damnificadas, no había llegado nadie. Nadie.

Pero un canal de TV si había estado presente y Mónica y sus hermanas habían denunciado la situación, esto permitió que muchas personas del puerto conocieran la realidad y comenzaran a llegar con ayuda. Entretanto en la misma población, los mismos golpeados por el fuego y la pérdida total de sus bienes, habían juntado algo de dinero para hacer la olla común y así comenzar a trabajar en la remoción de los escombros. Pero hasta muy tarde, en que estuve allí como amigo pero también como testigo, aún no había camiones para sacarlos. Todo olía mal en esto. Y que no se me diga lo contrario porque lo vi y escuché de la propia boca de los pobladores. La Intendencia y sus burócratas les habían dicho que no eran prioridad “oficial”. Quizás por eso el Presidente había viajado raudo “más arriba” a esas poblaciones ciertamente “muy oficiales”.

Conversábamos de esto y de cuestiones más humanas y cercanas  cuando el Concejal Neumann se hizo presente con una buena noticia, una excelente noticia a decir verdad. La gente se agolpó a su alrededor. Yo vi algo que me permitiré contar,  fue un gesto privado, pero a mi juicio de enorme humanidad. El Concejal le pasa a la Tesorera de la Junta de Vecinos un cheque, y le dice textual que es su sueldo de concejal, que sabe que lo requieren con urgencia. Lo hizo en absoluto silencio pidiéndole un comprobante oficial y en un esquina de la sede, pero como les digo yo fui como amigo, pero también como testigo. A su vez informó públicamente que el Concejo Municipal  invalidaba el juicio de la Intendencia y que desde ese momento pasaban a ser una organización susceptible de ayuda. Mónica lloraba. El concejal se apuró en decir que no era un favor, que eran personas, seres humanos con derechos. Se fue rápidamente mezclándose en silencio entre la gente.

Pero lo que más me impresionó es que frente a la triple tragedia, la de ser golpeados por un infierno descomunal, la del pésimo estado del equipamiento comunitario y del mediocre combate al fuego, a la vez que ser muy mal tratados como sujetos de inalienables derechos fundamentales, allí  estaba la gente, la comunidad, el pueblo de Rodelillo, el pueblo de Chile con la frente en alto y con las manos más que limpias, sin perder sus fuerzas  frente al dolor y al desamparo institucional, y sobretodo  allí estaba  la familia de nuestra amiga Mónica, igualmente víctimas que cualquiera, pero organizando a los vecinos como una sola columna al sol. Refleja el espíritu reinante la frase de la hermana de Mónica, una antigua dirigente vecinal y  de los suplementeros, que en medio de la conversación me miró a la cara y me dijo “ahora de aquí al invierno vamos a parar todas las casas”, haciendo un gesto con su mano de arriba a abajo. Yo a esas alturas de la tarde no aguantaba las ganas de llorar y la mujer me volvió a hablar mirándome a los ojos “bueno nosotros ya lloramos anoche y pasó el tiempo de lamentarse, ahora hay que reconstruir”. Y para darle un toque de alegría y de cierta picaresca, Moisés, el hermano, me dice “sí y ahora las vamos a hacer más bonitas y con más pisos”.

Bueno, llegada la noche con su silencio cómplice,  y caminando del cielo a la tierra, es decir del cerro al plan junto a Graciela, alumbrados por  las fogatas  y  los rostros de Rodelillo, pensaba que en realidad esta ha sido siempre la verdad del pueblo y de sus comunidades, no tan sólo el ser golpeados por los elementos de la naturaleza y del injusto y desigual mundo social, sino su capacidad permanente de levantarse una y otra vez, una y otra vez como un solo cuerpo  desde su acerada y arcaica identidad, y que esa fuerza telúrica es la  porfiada esperanza de cambio que golpea los rostros de Chile,  tanto de los individualistas y egoístas, como de aquellos que perdidos entre las mercancías y ocupaciones de estos tiempos, se sienten  tristes y derrotados.

 

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2 Comentarios sobre “Rodelillo, en el cielo del Puerto

  1. Chicos les dejo una muestra de lo que hacemos los jovenes para motivar a las grandes empresas para que apoyen a los afectados del incendio en rodelillo.

    Esto fue el dia domingo 24 a las 16 hrs … donde participaron jovenes de distintas partes de la v region junto a los danmificados .

    TWITEELO Y COMPARTALO! PARA QUE LLEGUE A LAS GRANDES EMPRESAS.

    http://www.youtube.com/watch?v=xz5XRtpZqAU&sns=fb

    https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=2p3D3GQuSJ4

    saludos

  2. Al leer esto, me da una pena muy grande, pero al mismo tiempo se me llena el corazón de alegría.

    Tuve la oportunidad de estar ayer en Rodelillo, debido a que como comunidad en mi ex colegio hicimos una campaña de apoyo solidario, logrando juntar más de una tonelada de ayuda. Ésta la entregamos en el lugar mismo del hecho, lo que nos permitió verificar en terreno tanto el desastre causado por el incendio así como la fortaleza de la gente afectada, la cual aún a pesar de todo seguía riendo, seguía ayudando, seguía trabajando incansablemente bajo el sol y en diferentes áreas. Pude notar también un increíble sentimiento de solidaridad al ver que de todas partes, ya sea a pie, en auto, camioneta o camión, llegaban ayudas de diferentes tipos.

    A medida que pasabamos por las calles, veíamos más y más gente bajando, cada una con una bolsita en su mano la cual contenía algún tipo de aporte. Fue hermoso. Por la misma razón había mucho tráfico, el cual habría sido un caos si no fuese por la labor de carabineros que en todo momento se encargaban de ordenar y organizar los diferentes caminos de entrada y salida. Bomberos descansado con sus caras rojas y sudadas después de tanto trabajo, sabiendo que ese descanso era temporal porque no haría falta decirles nada, ellos siempre están ahí poniendo el hombro. Ellos saben qué hacer y cómo hacerlo.

    Una vez en la zona de destino, la sede de la Junta Vecinal, nos percatamos de la gran organización por parte de los encargados de ésta: todo estaba en su lugar; alimentos, víveres, ropa, útiles de aseo, y así. Todos organizados, todos trabajando, todos optimistas, todos colaborando de alguna u otra forma y viniendo de todas partes a entregar su cooperación. Esto me alegra, me llena el corazón. Saber que mi gente siempre ha sido así, que está en nuestra sangre, en nuestra cultura; cuando más necesitamos de una mano, llegan de todo tipo y de todas partes, todas éstas con un sólo fin: ayudar, colaborar y dar fuerza, ánimo y esperanza a los afectados. No puedo sentirme más orgulloso de mi Chile. Podremos tener muchos defectos de todo tipo, sobre todo aquellos ligados a la política, pero cuando se trata de la gente, la ‘verdadera’ gente, tenemos mucho de qué ponernos orgullosos.

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